Judith y los días tristes de Supertanqueros

Ha transcurrido casi un año. Judith llega temprano, como acostumbra. Viene en traje de baño y la acompaña su pequeño hijo. El intenso calor la sofoca y casi no puede hablar. Toma un respiro, la ayuda a tranquilizarse la brisa marina y esa imagen de calma y serenidad que transmiten las aguas de la bahía de Matanzas.

Mira a lo lejos como si el espacio vacío al otro lado de la ensenada le trajera malos recuerdos. Solo quienes vivieron el pasado mes de agosto en esta ciudad son capaces de comprender la tristeza en su mirada. Se cambia rápido, en la madrugada llovió y ya no podrán hacerse las labores de fotonometría para georreferenciar un grupo de artículos perteneciente a la Batería de Peñas Altas, enclave colonial del siglo XIX que cerraba el sistema defensivo de la bahía.

Dice la sabiduría popular que ese sitio esconde misterios y que debido a las torturas y la muerte de muchos matanceros allí, ya casi no se habla de este escuadrón, por eso los recuerdos han quedado sepultados bajo el fresco parquecito en el que los habitantes del Trece Plantas prefieren amainar el calor.

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Aunque el plan era sumergirse, ahora continuarán con las excavaciones. Junto a ella, otros jóvenes también cambian su ropa cotidiana por pantalones, camisas y botas. Algunas cicatrices pueden apreciarse en sus pieles; sin embargo, las verdaderas heridas son palpables en las voces entrecortadas, las manos temblorosas o los ojos humedecidos que intentan contener las lágrimas cuando se habla del incendio de la Base de Supertanqueros.

Judith Rodríguez Reyes, además de ser la líder del Grupo Espeleológico Guamacaro, también lo es del Grupo Especializado de Operaciones y Socorro de la Cruz Roja en la provincia. “Sus muchachos”, que hoy sirven como espeleólogos a un proyecto de Doctorado de la Universidad de Nueva York en Syracuse, son los mismos que un año antes auxiliaron a los heridos de los trágicos hechos acontecidos en la Zona Industrial.

“El 5 de agosto, casi a las 7 de la noche, recibimos la llamada del jefe de la Defensa Civil provincial informándonos que había un incendio de grandes proporciones en la zona de la Base de Supertanqueros y que era necesaria nuestra presencia en el lugar”, recuerda la rescatista.

Enseguida activaron el plan de aviso y al grupo que en ese momento contaba con 25 integrantes. Recogieron el equipo ligero para una primera intervención y emprendieron el camino hacia la costa. Al llegar los ubicaron a la altura del cuarto tanque, a la entrada, donde comenzaba el área de los cubetos.

“Se nos dio la misión de dividirnos en dos grupos, yo me quedé con el que atendía a las personas necesitadas, entre ellos los bomberos con algún golpe de calor extremo porque las temperaturas eran muy elevadas. Teníamos la función de salvaguardar las vidas, el resto comenzó la evacuación de la zona de Versalles. Cuando concluyeron, se incorporaron junto a nosotros.

“La primera explosión ocurre sobre las 11 y 30 de la noche. Yo estaba bien cerquita del tanque encendido, pues había ido con el segundo jefe del grupo a socorrer a un bombero fatigado. Enseguida dieron la orientación de salir y esperar en una zona segura en la carretera principal de la termoeléctrica. Allí se reagruparon todas las fuerzas”, rememora.

“Se toma la decisión de volver a subir con ocho rescatistas al área de los tanques. Fui al frente del grupo y trabajamos codo con codo al lado de los bomberos, ellos haciendo su función de extinguir el incendio y nosotros detrás suyo por si alguno tenía algún golpe de calor, fatiga o quemadura por el vapor, o sea, la labor que hace la Cruz Roja en cualquier parte del mundo: preservar las vidas».

La voz se tensa, respira. En 18 años como rescatista no había vivido una experiencia similar. Aunque ha pasado casi un año es imposible no estremecerse ante los recuerdos. “Sobre las 4 y 30 de la mañana estábamos a la altura del tanque incendiado a unos 50 metros aproximadamente, en una zona que habíamos definido como segura y teníamos marcada nuestra ruta de extracción, por si en algún momento ocurría algo, poder evacuar a las personas y a nosotros mismos.

“El grupo estaba un poco agotado por tantas horas expuestos a ese calor intenso. Noto sobre las 5 de la mañana un cambio de coloración de amarilla a naranja en la candela, en una esquina del tanque, y les doy la orden de correr. De pronto siento los silbatos de los bomberos dando la orden de retirada».

Traga en seco. “Fue un momento bien difícil. ¡Por suerte desde nuestra llegada allí habíamos marcado el protocolo de trabajo con la zona de extracción! Salimos con mi orden de no recoger los equipos porque al final lo principal era salvar las vidas y en ese momento teníamos que preservarnos para poder auxiliar.

“De pronto me quedo parada, la temperatura era inmensa. Recuerdo que con el impacto caigo al suelo, me levanto, veo a dos de mis muchachas, dos doctoras, que se quemaron bastante… regresé y levanté a una y le digo: dale, dale. Socorro a la otra también…

“En el momento en que ocurre la explosión la candela estaba para la izquierda, pero el aire se vira, empujó el fuego hacia nosotros y abrazó los dos tanques por los que íbamos corriendo. Ahí fue donde nos quemamos, mi casco se me derritió en la cabeza…

“Cuando logramos salir de detrás de los tanques, ese momento de ver que los ocho nos habíamos quemado, pero estábamos vivos, fue una cosa que no te puedo describir, yo llevo 18 años haciendo rescate, soy fundadora de este grupo y es el instante que más me ha marcado, fue una sensación increíble….

“Nos miramos y sin decirnos nada regresamos para sacar a aquellos bomberos quemados que intentaban salir del área en la que trabajaban. Salimos con ellos cargados en brazos hasta que llegamos a un punto más alejado en el que nos recogió una camioneta de Cupet.

“Una anécdota que no he contado y que fue uno de los momentos más terribles ocurrió en ese tiempo. Mi esposo, el padre de mi hijo, junto a cinco de mis muchachos, había ido antes de la segunda explosión a desplegar unas mangueras. Quedaron atrapados. En esa confusión recibí su llamada.

“Del otro lado del teléfono me dijo: “Tata, nosotros nos vamos a quedar aquí, no podemos salir y no vengan a buscarnos”, imagínate ese momento para mí. Me monté en la guagua y les dije a los que estaban “Si alguien se quiere bajar, que se baje, yo voy a entrar a buscar a los míos porque nosotros todos entramos y todos salimos y nunca abandonamos a nadie”.

“Ellos me dijeron: “No, jefa, donde usted se muera, nosotros nos morimos”. Entramos en la guagua y los bomberos nos gritaban “Viren, viren”. De pronto nos llaman ellos y nos dicen que se habían montado en un camión. Regresamos, ya la lava venía cerrando la carretera.

“Nos dirigimos al área donde estaba la base de operaciones nuestra, ahí evacuamos al personal y fuimos hasta el Pediátrico, que era el hospital que más cerca nos quedaba y el que nosotros pensábamos que no estaría colapsado. Los dejamos ahí y el resto regresó para continuar evacuando el área, hasta que se dio la orden de que había que parar porque el riesgo para la vida era alto…”

Los muchachos de GEOS siguen su rutina, que no es nada monótona, pues en los últimos años han tenido que lidiar con hechos terribles como el desplome de la chimenea de la Guiteras, las inundaciones de Camilo 1 y Socorro o el rescate del cuerpo del muchacho ahogado en el canal de Paso Malo en Varadero.

Para bien de quienes reciben sus servicios, el grupo ha crecido desde entonces, ahora son 36 sus integrantes. Por protocolo dos veces al mes, en domingos intercalados se reúnen y entrenan en varias áreas establecidas en el protocolo internacional INSARAG, que rigen los grupos de rescate para cualquier evento.

Así se les puede ver en labores de búsqueda, aprendiendo a distribuir las tareas de liderazgo, entrenando en rescates verticales, acuáticos, de sustancias peligrosas, primeros auxilios, estructuras colapsadas, espacios confinados…

Recordar es siempre volver a revivir momentos, instantes, pérdidas, cuestionarse qué hubiera pasado si…

Un año después de la tragedia, la vida continúa en Matanzas con cicatrices hondas y el dolor que nunca borrarán quienes vivieron los días fatídicos del incendio de Supertanqueros.

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Sobre el autor: Jessica Acevedo Alfonso

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