El 18 de marzo de 1923 se produjo en La Habana un hecho sorprendente para la época: un grupo de jóvenes intelectuales protagonizaba un acto cívico, de condena a la corrupción que se había adueñado del escenario político en la joven república.
El detonante de ese hecho fue la fraudulenta compra del convento de Santa Clara por el gobierno encabezado por Alfredo Zayas, y la ocasión fue la intervención de quien había firmado ese fraude, el secretario de Justicia Erasmo Regüeiferos, en un acto de homenaje organizado por el Club Femenino de Cuba a la escritora uruguaya Paulina Luisi en la sede de la Academia de Ciencias de Cuba.
¿Quiénes fueron los jóvenes que protagonizaron esa acción? El que habló aquel día en el recinto académico fue Rubén Martínez Villena, quien estaba acompañado de un grupo que solía reunirse para debatir en torno a la labor intelectual, su importancia, el vínculo con la sociedad, las tendencias de vanguardia, en fin, que encarnaban entonces la actualización, la renovación de la producción intelectual cubana del momento.
Entre estos jóvenes estaban José Z. Tallet, Juan Marinello, Jorge Mañach, Luis Gómez Wanguemert, José A. Fernández de Castro, muchos de los cuales serían parte de la intelectualidad cubana de mayor relieve en los años siguientes, al tiempo que también alinearían en diferentes posturas en el campo político ideológico, lo que sería causa de algunas polémicas trascendentes en las que, más allá de alguna publicación personal, se debatía el papel de los intelectuales en la sociedad, su compromiso con su tiempo y su pueblo.
Los jóvenes de la llamada “Protesta de los Trece” serían pronto los creadores del Grupo Minorista, muy conocido en esos años, que enarbolaba una nueva actitud de manera organizada, aunque sin estructura específica, pero que incorporó a otros jóvenes como Alejo Carpentier quien expresó después que ellos trataban de asumir los elementos de la vanguardia en esa época en su campo, al tiempo que asumían lo nacional. Para estos jóvenes se trataba de ser “vanguardistas”, es decir romper con la tradición, lo académico, buscando la originalidad, pero tenían un reto mayor: Había, pues, que ser “nacionalista”, tratándose, a la vez, de ser “vanguardista”.
El pronunciamiento de carácter cívico que los dio a conocer se centró en la denuncia de la corrupción. Cuando Regüeiferos comenzaba a hablar, Rubén Martínez Villena lo interrumpió para expresar que ese secretario de Gobierno no tenía autoridad moral para dirigirse a ese auditorio. Una vez expresada la posición, el grupo integrado por quince jóvenes se retiró del salón. De inmediato Rubén redactó el manifiesto que se conoció como “Protesta de los Trece”.
El documento que se dio a conocer el día 19 estaba firmado por trece de los asistentes al acto en la Academia de Ciencia. Los dos que no lo hicieron plantearon, en un caso, que era masón al igual que Regüeiferos, y el otro que al no ser cubano peligraba su estancia en el país. El texto exponía las razones de la actitud que se había asumido y la satisfacción de haber iniciado un movimiento “que patentiza una reacción contra aquellos gobernantes conculcadores, expoliadores, inmorales” cuyos actos tendían a envilecer la patria.
Pedía perdón al Club Femenino de Cuba por haber interrumpido el acto, pero explicaba también por qué se había realizado en aquel momento y lugar. A continuación, exponía un compromiso:
Que la juventud consciente, sin ánimo perturbador ni más programa que lo que estima el cumplimiento de un deber, está dispuesta en lo sucesivo a adoptar idéntica actitud de protesta en todo acto en el que tome parte directa o indirecta una personalidad tachable de falta de patriotismo o de decoro ciudadano.
Este hecho fue el inicio público de la lucha de esa vanguardia de jóvenes intelectuales que, en casos tan significativos como Rubén Martínez Villena, desarrollarían una radicalización que los llevaría a posiciones francamente revolucionarias.
A partir de ese momento de expresión cívica contra la corrupción, ya el joven Villena expondría una actitud de lucha, de combate, que superaba el lamento que se había adueñado de la conciencia colectiva.
Desde el sentimiento de frustración, de pesimismo, de sufrimiento pasivo que parecía dominar la sicología colectiva de los primeros años republicanos, se llamaba ahora a combatir, a luchar, como se expresa en el “Mensaje lírico civil” que el propio Rubén escribió ese año, donde narra lo acontecido y describe la situación de Cuba, que considera estaba viviendo entre inquietudes de Caribdis y Scila, / e ignorando el peligro del Norte que vigila.
Y pregunta: ¿A dónde vamos todos en brutal extravío, / sino a la Enmienda Platt y a la bota del Tío? Pero no quedaba en la descripción y la interrogante, sino que llamaba a la acción:
Hace falta una carga para matar bribones,
para acabar la obra de las revoluciones;
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para que la República se mantenga de sí,
para cumplir el sueño de mármol de Martí;
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Yo juro por la sangre que manó tanta herida,
Ansiar la salvación de la tierra querida,
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Yo tiro de mi alma, cual si fuera una espada,
Y juro, de rodillas, ante la madre América.
Después de aquel momento, el grupo de “los Trece” pasó a organizarse en la
Falange de Acción Cubana cuyo lema fue “Juntarse: esta es la palabra del
mundo”. La Protesta de los Trece se realizó en un contexto complejo, cuando el
sistema mostraba sus primeros rasgos de crisis y, en esa circunstancia,
comenzaron a emerger en el espacio político nuevas fuerzas y grupos que
cuestionarían ese sistema, aunque desde diferentes tendencias y perspectivas.
Los estudiantes universitarios habían ya comenzado su gran movimiento por la reforma universitaria y en el anterior mes de diciembre habían fundado la FEU. El mismo día de la protesta, además, se fundaba la Agrupación Comunista de La
Habana como parte de un proceso que avanzaría en los meses siguientes incorporando nuevos grupos y sectores.
Era, por tanto, un momento de cambios en la Cuba que llegaba a los primeros veinte años de república y los veinticinco del siglo XX, con el balance evaluativo que esto impulsaba. En ese contexto, aquella juventud que se asomaba al ambiente intelectual tenía inquietudes que alcanzaban al conjunto de la sociedad.
La Protesta de los Trece marcó un camino de inserción en la sociedad y sus
problemas para aquel grupo, pero que impactó mucho más allá de los trece jóvenes. Era la asunción del deber social de los intelectuales, que rebasaría las limitaciones de miradas elitistas de algunos o de compromisos con espacios de poder en otros. Un Rubén Martínez Villena dedicaría su vida a luchar por una Cuba mejor, socialista, desde la asunción del marxismo y el leninismo como base y brújula.
La Protesta de los Trece fue el momento de irrupción, desde un
movimiento cívico, para plantearse el gran propósito de cumplir el sueño de
mármol de Martí.