El 5 de marzo de 1933 el insigne patriota Juan Gualberto Gómez, periodista y organizador en Cuba de la Guerra Necesaria, falleció en La Habana, fiel hasta el último minuto a la causa de la soberanía de la Patria, luchador frontal contra el imperialismo, en especial ante el apéndice intervencionista de la Enmienda Platt y defensor de los derechos de negros y mestizos en la etapa republicana.
Había nacido el 12 de julio de 1854, y su trayectoria cobra más valía como ejemplo de crecimiento y superación personal al conocerse que vino al mundo en la cuna humilde y humillada de padres esclavos, descendientes de africanos que compraron con gran sacrificio su libertad cuando aún estaba en el vientre materno.
Si esto fuera poco, sumó el mérito de haber ganado la confianza de José Martí, evocador y convocador de la última gesta por la independencia, quien lo designó para ser el hombre que en Cuba se encargaría de los preparativos de la Guerra Necesaria, iniciada el 24 de febrero de 1895. La vocación patriótica, la honradez, valentía e inteligencia de Juan Gualberto determinaron la decisión del Apóstol.
Fue muy activa la trayectoria del héroe en la concepción y organización de acciones conspirativas desde su ingreso en 1892 a las filas del Partido Revolucionario Cubano, fundado por Martí para respaldar el proyecto de contienda, y como miembro de la primera Asamblea Constituyente de 1901.
Provenía del ejercicio de un periodismo militante, desplegado por dictados de su conciencia a partir de 1877. Un oficio en el que fue soldado y restallante articulista, labor para la cual estaba muy bien dotado.
¿Cómo un hijo de esclavos de la colonia se había convertido en ese intelectual brillante, al mismo tiempo fiel y coherente con su origen de clase?
La libertad comprada por sus padres antes de nacer en el ingenio azucarero Vellocino, de la actual provincia de Matanzas, facilitó un gesto de mecenazgo que tuvieron con él los amos de sus progenitores. Una suerte muy rara, pero que felizmente le tocó.
Persona humanitaria resultó la propietaria de vidas y hacienda, en la cual creció un gran afecto por el avispado pequeño. En Matanzas empezó por costear sus estudios primarios y luego los llevó consigo a vivir en la capital, donde se encargó de que el niño siguiera instruyéndose en colegios accesibles a los de piel negra.
En 1869, tras el estallido de la primera guerra de independencia, la familia que lo protegía se estableció nada menos que en París, temerosa del avance de la insurgencia cubana hacia el Occidente del país.
Habían llevado con ellos al chico y allí se quedó estudiando, alternando cursos académicos nocturnos con el aprendizaje de construcción y reparación de carruajes de día.
Esa superación fue posible porque en la Ciudad Luz existía, de alguna manera, el ambiente más favorable de la época a favor de la igualdad y fraternidad entre todos los seres humanos, sin importar el color de su piel, debido a las inmanencias de la Revolución Francesa.
Juan Gualberto Gómez aprovechó el tiempo y esa posibilidad, no tan idílica como podríamos pensar ante lo anteriormente expuesto. Pero se creció, luchó y se hizo un hombre culto y de bien. Como demostró más tarde, perseguía forjarse su inteligencia a base de conocimientos y principios, bebiendo de las mejores y más elevadas fuentes universales, muy marcado por sus orígenes que ni él ni el resto del mundo olvidaban.
De regreso a la Isla en 1878, Juan Gualberto coincide con José Martí en un viaje que el futuro Apóstol hacía de incógnito a La Habana, pues vivía en el extranjero como desterrado. La simpatía y la avenencia entre ambos fue rápida y desde entonces sus vidas tuvieron una relación que se estrechó cada vez más, por correspondencia y mensajes, en la organización de la lucha por la liberación del suelo natal.
Era el año en que la primera Guerra de Independencia había finalizado con la capitulación, inaceptable para los patriotas de ley, del Pacto del Zanjón, rechazado por el gigante Mayor General Antonio Maceo y muchos seguidores, mediante la Protesta de Baraguá.
Al año siguiente Juan Gualberto, identificado de lleno con lo mejor del pensamiento libertario, es deportado a España al descubrirse sus vínculos con los conspiradores de la Guerra Chiquita.
Ya tenía en su haber la fundación en 1879 del periódico La Fraternidad, publicación que deja de salir con su partida forzosa. Solo en 1890 pudo retornar y se dedica a hacer más fuertes sus lazos con El Maestro, quien pensaba permanentemente en la continuidad de la Revolución Cubana.
Desde el exilio Martí ya contactaba a compatriotas diseminados por Estados Unidos, Centroamérica y Cuba para organizar con abnegación la última insurrección anticolonialista.
Llegado el momento decisivo, y pese a los esfuerzos de Juan Gualberto en toda la Isla y en Occidente, el alzamiento del 24 de febrero de 1895 en Matanzas resultó un fracaso. No así en el Oriente, donde operaba con las últimas fuerzas físicas el grande Guillermón Moncada.
Comprometido hasta la savia con la causa fue perseguido y capturado nuevamente, por lo que debió viajar de vuelta a Francia.
Con el fin de la dominación española en 1898 pasa a Estados Unidos, donde coopera con el Partido Revolucionario Cubano y en ese mismo año regresa a la Patria de manera definitiva.
Tras la injerencia e invasión de Estados Unidos que frustraron la independencia cubana, debido a su valiente y honrosa trayectoria resultó electo delegado a la Asamblea de Representantes de la Revolución Cubana, abierta el 24 de octubre de 1898. En esta se desempeñó como vocal hasta junio de 1899.
Acompañó al Mayor General Calixto García a Washington, en 1898, integrando la comisión que gestionaría el reconocimiento a la Asamblea y los fondos necesarios para el licenciamiento del Ejército Libertador.
El 15 de septiembre de 1900 es designado delegado por Oriente a la Asamblea Constituyente, en la cual se opuso radicalmente, sin tregua, a la Enmienda Platt, que finalmente fue impuesta.
Su verticalismo y valentía política fueron más allá. En tiempos de la segunda intervención militar norteamericana (1906-1909) fue miembro de la Comisión Consultiva, ocupó escaños en la Cámara de Representantes (1914-1917) y en el Senado (1917-1925).
El intenso quehacer no le impidió ejercer el periodismo militante que lo caracterizó. Fue un incansable organizador de campañas por los derechos de sus hermanos de piel negra y mestizos. También era conocido como analítico, incisivo y culto orador político a favor de toda causa justa.
Martiano consecuente, Juan Gualberto Gómez igualmente anhelaba hacer el ideal de una república “con todos y para el bien de todos”, por eso se pronunció contrario a la formación sectaria de partidos de negros. Supo aquilatar el valor incuestionable de la unidad de todos los cubanos clamada por el Héroe Nacional José Martí. (Tomado de Invasor)