Pearl, el rostro de la locura

Una idílica postal campestre como la mostrada al inicio de Pearl puede convertirse en un escenario más acorde al tenebrismo.

Ficha técnica

Título original: Pearl

Año: 2022

País: Estados Unidos

Dirección: Ti West

Guión: Ti West, Mia Goth

Reparto: Mia Goth, Tandi Wright, Matthew Sunderland, Emma Jenkins-Purro, David Corenswet, Alistair Sewell

Duración: 102 minutos

Plano general interior de una estancia en sombras. Por las ventanas y el umbral se filtra la tenue luz de una mañana naciente. Acercamiento paulatino hacia la luz. Una película de Ti West, aseguran los créditos en hermosa caligrafía, por muy pronto que sea para expectativas. La música parece empujar ambas puertas con la dulce fuerza de sus partituras, y crece en intensidad ante la innegable belleza de lo que muestra: un paisaje bucólico con verdor, animales y casa al fondo.

En El misterio de Copper Beches, uno de los deslumbrantes relatos de Arthur Conan Doyle, Sherlock Holmes afirma que el panorama del campo le parece más aterrador que la sordidez de las ciudades, citando motivos como las distancias entre los hogares y la subsecuente probabilidad de que se cometan crímenes con mayor grado de impunidad. Varias de las mejores películas de terror argumentan esta tesis, especialmente las correspondientes a esa especie de saga no oficial que conforman Psicosis (1960, de Alfred Hitchcock), La matanza de Texas (1974, de Tobe Hooper) y respectivas secuelas e influencias múltiples; saga que ha alimentado tanto el universo de Ti West.

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Una idílica postal campestre como la mostrada al inicio de Pearl puede convertirse en un escenario más acorde al tenebrismo de lo que a simple vista cabe esperar, en la medida en que también los cuentos de hadas son vistosos y terroríficos por igual; ejemplos como el de Caperucita Roja, en el que se dan cita el miedo, la antropofagia, la suplantación de identidad y la sangre profetizada en el título, dan prueba de ello. Y si poseen un sumo valor estos cuentos, para la posterior historia del arte, es el de avalar la eficacia del mito, narrado concisa y claramente, como forma ideal de explorar y describir al ser humano, la criatura menos sobrenatural aunque más irracional de todas. Vista así, Pearl es un mito de la era covid, legado a futuras generaciones mediante las herramientas del cine.

Pearl, joven inquieta y solitaria, sueña despierta con el cine. Mientras que en el mundo acontece una guerra sin precedentes a la cual marchó su imberbe esposo, y a escasa distancia de su granja una gripe asola el territorio e impone el distanciamiento social, ella obedece tanto como desoye las órdenes estrictas de su conservadora madre. Baila a escondidas, convierte su tocador en camerino y montones de heno en su escenario particular, se escabulle de la realidad en la sala de proyecciones del pueblo y envidia a cada bailarina iluminada en blanco y negro.

Es una Dorothy con menos fuerza de voluntad para despertar de la fantasía de Oz. ¿Cómo despertar del sueño de estrellato, de la belleza y el erotismo, si la pesadilla está presente desde que abre los ojos cada día y las más duras tareas de la granja aguardan por ella? Y si para mantener tamaña ilusión es preciso transformar los instrumentos de trabajo en armas mortales, primero intuimos y después sabemos, y horrorizados comprobaremos, que Pearl lo hará.

Una muestra más de que el suspense es opción cualitativamente superior a la sorpresa y al efectismo, pues, aunque en ocasiones vaticinemos el desarrollo de una narración y juguemos a ordenar las víctimas en nuestra mente, cuando la maquinaria creativa se pone en función de cada detalle con sabiduría y habilidad basta un único factor para mantener en su asiento hasta al observador más intranquilo, el factor que evidencia el interés logrado por el film, y es la necesidad de ver cómo acaba todo: el cómo, por encima del qué y de cuántos sustos o muertes habrá; el proceso bien hilvanado de contar algo atrayente mediante el trazo seguro de la cámara sobre las dimensiones.

Después de sus dos roles en X, Mia Goth repite uno de ellos, el de la asesina, esta vez con matices totalmente diferentes, ya que estamos en presencia de su juventud, de su iniciación en el mal, del tránsito desde su candidez al estancamiento existencial, con insana negación de la realidad. En solo dos entregas de una anunciada trilogía, cuyo término lleva en producción el título Maxxxine en referencia a la heroína de X y antítesis de Pearl, la actriz hace justicia impagable a su profesión en abundantes registros. Es pasmosa en su manera de danzar bajo focos inexistentes, de perseguir hacha en mano a una víctima, de reír y llorar a la vez, dentro de un ejercicio interpretativo maduro que se sitúa en primera fila de la interpretación psicopática.

Si en la mitología propia de la precedente X funcionaba tanto la aridez y desolación del espacio, en Pearl el gran acierto está en lo contrario: la exuberancia y el esplendor, en igual sitio y en distinta época. Mientras que otro director hubiese reducido la intensidad cromática a medida que la perturbación se incrementa, sin que hubiese estado mal, West mantiene casi todo el tiempo un colorido en la línea de las antiguas superproducciones musicales de Metro-Goldwyn-Mayer. Este beneficio, lejos de caer en meros alardes de fotografía, proporciona un carácter onírico y enfermizo al conjunto, además de reforzar la idea de tiempo y lugar lejanos mientras suceden los hechos; ese aislamiento que, si no genera psicopatías, al menos las intensifica.

La película que iniciaba partiendo suavemente de la oscuridad, hacia un esplendoroso plano general, cierra de forma cortante y estática con un perturbador primer plano. De nuevo la música engrandece lo que iluminan los focos, cumple su función de acompañar y potenciar la imagen. Sonrisas y lágrimas desdibujan la impostada inocencia de Pearl y desbordan la pantalla, en un sostenimiento desasosegante, patético y conmovedor del rostro de la locura.

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