Reconciliación y respeto hacia una Cuba plural

Lo más difícil del odio que se esparce en redes es la estela de rupturas que deja detrás, ya sea entre amigos o desde la propia familia, cuando no se han creado afectos suficientemente sólidos como para respetar diferencias de criterios o diferencias ideológicas. 

Si de algo sabemos los cubanos es de eso, de la recurrente metáfora de una Isla con el corazón dividido entre dos orillas. Lo vivieron nuestros padres y abuelos durante años. Recuerdo vívidamente mi asombro cuando escuchaba las historias de familias de uno y otro lado que nunca más se comunicaron entre sí. Sin embargo, cuando retornó el amor y el respeto que no debieron perderse y comenzaron a reconciliarse años de espera y de incertidumbre, llegó el 11 de julio y el odio se hizo sentir de nuevo.

No fueron pocas las historias de colegas atacados en grupos o comunidades digitales, en espacios donde antes compartían fotos de la universidad o el pre, se prometían reencuentros cada cinco años, recordaban viajes, fiestas y se mantenían vivos ciertos lazos que de pronto dejaron de existir. Hubo batallas de comentarios en algunas publicaciones, incluso post solamente dedicados a desacreditar a quienes no se hicieron eco de algunas matrices de opinión.

Hablo de lo sucedido hace un año porque, aunque fueron muchos los hechos de este tipo en aquel entonces, sustentados en su mayoría sobre una extrema y burda manipulación mediática, se trata de una realidad que perdura y que adquiere hoy una dimensión mayor.

Ya no basta con ceñirse a la política, sino que los insultos y ofensas saltan simplemente al mostrar la realidad, compartir noticias de Cuba, exhibir con dignidad la bandera o aferrarse a principios tildados de “irracionales”. 

Se extrapola hacia los artistas y el cuestionamiento a su trabajo, o al hecho de promover espacios o compartir con figuras públicas no validadas por el extremo contrarrevolucionario. Se denigra su trabajo, se cuestiona su integridad, se les tilda de oportunistas. 

Siempre me pregunto qué tratan de demostrar. Si el llamado es a la democracia y la pluralidad, por qué no pueden convivir con opiniones opuestas, diferentes. Desde cuándo la elección personal pasó a ser juzgada de este modo. Lo peor es que las secuelas duelen y las distancias más o menos explícitas terminan por destruir.

“La Cuba que tu y yo queremos es la misma, por eso nunca vamos a discutir”, me comentaba un amigo cercano a raíz de los hechos del 11J y no puedo estar más de acuerdo. Admiro la valentía de quienes defienden una causa en la confían, pero más me conmueven quienes respetan, quienes saben poner a un lado consignas y mediaciones para proteger el cariño. La Cuba que queremos todos tiene que transitar necesariamente por ese sendero.

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Sobre el autor: Lisandra Pérez Coto

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