
Día de las que no renuncian. Fotos: Raúl Navarro
No todas las maternidades comienzan con un retraso menstrual, con un vómito repentino, con un cansancio viejo que se mete en los huesos. Algunas se gestan primero en el anhelo, luego en una jeringuilla y un microscopio y en un tubo de ensayo.

Aquí no hay milagros, sino ciencia: ojos que examinan, el chirrido de máquinas y cuerpos que esperan.
La reproducción asistida se vuelve un último reducto para mujeres que sueñan con ser madres, aunque el camino esté lleno de agujas, centrifugados y parámetros.


Cada gota sobre una lámina, cada muestra bajo el lente, cada ecografía, pertenece a una batalla íntima. Entre el cansancio del médico y la incertidumbre de la paciente, hay algo que nunca se pierde: la fe en la vida, esa que brota, a veces, de la forma más espóntanea.


Porque también a veces ser madre no es solo dar a luz… es no rendirse jamás. Se llora en silencio otra noche cuando en el test no aparecen las dos rayas. Se resiste con el alma recogida. No se trata solo de tener un hijo, sino de mantener la esperanza cuando el cuerpo dice no, pero el corazón insiste en que sí.

Y en cada intento… una promesa: que algún día alguien te llame ¡Mamá!
A ellas también va dedicado este Día de las Madres: a las que luchan, a las que esperan,
a las que todavía no han podido, pero que ya lo son.


