
Imagen de la plaquette Tres tristes cuentos, de Boris Luis Alonso
Primero era el verbo, pero no cualquier verbo, sino aquel que era palabra viva y dio paso a la luz. En Génesis 1:3 encontramos la famosa locución latina fiat lux, en la cual dijo Dios sea la luz y fue la luz. Según decía, se hacía. A continuación, vio Dios que la luz era buena y la separó de las tinieblas.
Comienzo a escribir estas notas rodeado precisamente de lo último, o sea mucha oscuridad, ninguna luz. El día a día del cubano se ha convertido en lo prometeico, entiéndase, la promesa de la luz, o más bien en una obra de Beckett; entiéndase que, si no viene hoy, vendrá mañana, mientras nosotros esperamos.
Los alumbramientos demoran, y en el campo de las artes no es la excepción. Es por ello que Ediciones Vigía ha creado la colección Arte Joven, donde se publican autores inéditos, pero que muestran una proyección en el ámbito literario in crescendo y así la editorial mantiene su premisa fundacional de hace cuatro décadas: ser faro de esa nueva luz que pretende iluminar nuestra siempre sui géneris República de las Letras.
Ante nosotros tenemos la plaquette más reciente salida en la mencionada colección. Tres tristes cuentos, de Boris Luis Alonso Pérez (San Miguel de los Baños, 1996), reúne, como su título anuncia, tres cuentos. En ellos encontramos la visión de la cotidianidad del cubano puesta bajo los reflectores de las miradas de este joven matancero, que se acercan al difícil oficio de la palabra desde la narrativa.
Los cuentos de Alonso Pérez —no Quijano, aunque perfectamente podrá ser en un futuro cercano el Alonso Quijano yumurino, por la forma en que ve e interactúa con la realidad que le circunda— no son tan cuentos.
El adjetivo que los describe “tristes” nos denota el recurso irónico con el que el joven autor observa su propia obra. Triste, como el caballero de la triste figura, al adentrarnos en el aspecto formal, nos preguntamos ¿cuántas palabras se necesitan para que un cuento sea un cuento y no un medio cuento, o un pequeño cuento, o en este caso uno triste, tristísimo? Pienso en Vladimir Propp y su Morfología del cuento y en todos los estructuralistas rusos que delinearon una ontología sobre el antiguo arte de contar historias, muchas de ellas breves, brevísimas, y que no dejan de ser por eso cuentos en mayúsculas.

Desde Esopo, pasando por Augusto Monterroso, y hasta el ahora angolano Goncalo M. Tavares, maestros todos de la brevedad, se inserta el joven matancero en esa tradición: la de contar en pocas líneas la inmensidad del mundo que nos rodea.
Me permito leer el cuento de M. Tavares El peligro de la cultura porque encierra las características, no solo del llamado “minicuento”, sino también del minicuento que nos propone específicamente Alonso Pérez.
Dice así: “La gallina pensaba tanto, y era tan culta, que tuvo una obstrucción interior y dejó de poner huevos. La mataron al día siguiente. (Fin)”.
El ingenio y el doble código semántico con que trabaja la palabra el autor angolano, son recursos palpables también en la forma en que el yumurino afronta su acercamiento al minicuento.
La fábula clásica con su moraleja final son aquí en Tres tristes cuentos revisitadas, “parodiadas” como consecuencias de las circunstancias de la Cuba contemporánea, donde los valores de antaño muestran fisuras, y es en esas grietas donde la ironía quijotesca de nuestro Alonso yumurino se inserta para devolvernos al viejo arte de reflexionar tras una fábula bien contada.
La colección Arte Joven cuenta con la visualidad particular de un joven, me refiero al diseñador Héctor Rivero, quien desde su halo creador sabe insertarse en la tradición de Ediciones Vigía, revitalizando estilos que fueron sello de identidad de la editorial, y por supuesto aportando otros discursos visuales que hacen de la presente colección una muestra de interés acerca del trabajo más actual de esta casa editora.
Quiero concluir evocando otro verso bíblico, además, lo hago pensando en Salvador Redonet, así que, cuando tengan en sus manos estos Tres tristes cuentos, el primer texto publicado por este joven, recuerden, siempre, que los últimos serán los primeros. (Texto: Pablo G Lleonart)
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