El Cinematógrafo: Jurado no. 2

El Cinematógrafo: Jurado no. 2
El Cinematógrafo: Jurado no. 2

A tal punto ha madurado el arte del thriller que, en plenos 2020, podemos ser entretenidos por un relato donde conocemos desde el inicio quién es el culpable. No hay misterio, no hay estructura clásica. Solo la intriga de qué ocurrirá, si admitirá su crimen o callará para siempre, si acabaremos a su favor o en su contra. Un Vértigo de Hitchcock en el segundo acto. Un Yo confieso donde la decisión no es salvación, sino condena.

La importancia de Jurado no. 2 se redobla cuando conocemos quién la ha realizado: un Eastwood en su máxima veteranía que, tras dirigir 40 largometrajes (magistrales la mayor parte) y alguna incursión televisiva (también valiosa), no tendría por qué demostrarnos nada pero a los noventa y tantos años lo sigue haciendo. La amplitud de su mirada, su entrega a la historia y su pulso al filmar denotan que pocos están en mejor forma que él para afrontar esta clase de proyectos con toda la inteligencia y sensibilidad que pueden entrañar.

De todos modos, el valor del film existe más allá de esta curiosidad etaria: es lo suficientemente brillante para causar asombro, por su historia y por cómo está contada, a la par que un medidor de la capacidad y lucidez que Eastwood aún posee.

El maestro vuelve a anidar como nadie en el pecho y en la pisque de seres desgarrados, en conflicto consigo mismos y con el mundo, que a su vez les niega habitarlo en paz. Los protagonistas de Sin perdón, Million Dollar Baby, Gran Torino o El francotirador tienen un nuevo acompañante: un joven jurado del sistema judicial de Georgia. Pero pocos de sus antecesores se acercan en turbación y fatalidad al Justin Kemp que compone el inquietante Nicholas Hoult. Paralelismos aparte en sus respectivas filmografías, el tormento de Eastwood nunca se ha parecido tanto al tormento de Paul Schrader.

El Cinematógrafo: Jurado no. 2

Sobre todo porque Kemp tiene tanto que perder ante tamaño dilema, lo mismo si confiesa o no, que Eastwood coloca al público en la incómoda y desafiante posición del Dios que todo lo ve y todo lo juzga. Lo que en una escena parece lógico y prudente, como actitud instintiva de supervivencia, más adelante se vuelve negativo y atroz. Luego volvemos a comprender al causante de nuestras pulsiones, a ese individuo que podríamos ser tú o yo si, un anochecer cualquiera a la salida del cine, volviésemos conduciendo a casa bajo un diluvio y matásemos sin enterarnos a alguien en la carretera.

¿Quién nos juzgará si decidimos decir la verdad y evitarle años de prisión al tipo que acabaron acusando? ¿Quién nos juzgará si optamos por mordernos la lengua, rezar un Padrenuestro y vivir en libertad una vida plena en familia? ¿Quién? Respuesta: el espectador.

Dudo que un guion tan complejo como este de Jonathan Abrams (engavetado durante largo tiempo, hasta que Eastwood dio con él y con el momento idóneo para rodarlo) pudiese dar tanto de sí en manos de otro director. Parece escrito directamente para llamar la atención del viejo Clint, artista consagrado como pocos a la ardua tarea de reflejar el mundo sin atenuantes ni facilismos, en todas sus durezas y contradicciones, mostrándonos con inusitada claridad los entresijos de esa maquinaria tan oscura que conforman las personas.

Prueba de la complejidad guionística a la que me refiero (y de la habilidad con que la abarca en ritmo y duración un narrador que sabe lo que hace), es la envergadura alcanzada no solo por el personaje protagonista, sino por los que le rodean, de modo que todos resultan esenciales en algún momento u otro. Ese dominio de lo que a todos afecta a la vez, tan propio de contados cineastas (pienso sobre todo en el Preminger de Éxodo, Tempestad sobre Washington y, fundamentalmente, la también judicial Anatomía de un asesinato), permite pasar del atribulado Hoult al interesante J.K. Simmons y, con igual fluidez, de la fiscal Toni Collette al abogado de oficio Chris Messina (impagables sus escenas a dúo, de especial significado la última), sin olvidar a los restantes implicados en el proceso tanto presencialmente como a distancia (la esposa de Kemp, interpretada por Zoey Deutch).

El Cinematógrafo: Jurado no. 2

No todos los años se incorpora una película mayúscula a nuestra preferencia. De las que bien podrían engrosar las listas del American Film Institute dentro de un tiempo. Las que no solo fueron buenas en su día, sino que siguen resonando cuando ya nadie se acuerda (o no con mucho afecto) de sus contemporáneas oscarizadas o más virales. Quizá por ello es mayor el regusto cuando nos encontramos conviviendo con un Jurado no. 2, un Boston Strangler, un Prisoners, un La chica del dragón tatuado u otras que merecieron ser más vistas y mejor tratadas, más comprendidas en cuanto a lo que verdaderamente nos quisieron contar. Quizá demasiado oscuras o poco llamativas desde fuera, pero absorbentes y estremecedoras desde dentro en cuanto se les da la oportunidad de hacer con nuestros nervios lo que quieran.

omo cuando una rutinaria Película del Sábado se convirtió en otra cosa a los 15 minutos, debido a un joven jurado del sistema judicial de Georgia con el que acabamos identificados los cinéfilos de todas partes, antes de irnos a dormir esa noche más cinéfilos de lo que éramos, más inquietos y un poquito más humanos. Más deseosos de contar por siempre con las maravillas de Clint Eastwood.

Recomendado para usted

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *