El Cinematógrafo: Ridley Scott, te saludo

El Cinematógrafo: Ridley Scott, te saludo
El Cinematógrafo: Ridley Scott, te saludo

Muchos posters de películas antiguas, como en los 50, las anunciaban con líneas del tipo “Si te gustó aquella que así se llamaba, ESTA otra te encantará…”, relacionándolas casi siempre si eran del mismo género, u original y secuela, aunque no tuvieran en realidad nada que ver en cuanto a estilo o esencia. Me pregunto si, de parecerse los métodos de promoción actuales, un distribuidor osaría recomendar de esa forma Gladiador II a primera vista, apelando a la memoria colectiva que atesora un clásico tan intocable como la conquistadora de Oscars del año 2000.

Delicado asunto. Puede encantarte la primera y que odies la segunda. Puede encantarte la segunda tanto o más que la primera. Todo es posible. Que decidan los dioses.

Gladiador es película de muchas generaciones. La mía, por ejemplo, nació con ella. La vimos circular en cassettes y en DVD y volverse de culto en muy corto tiempo. Es la favorita de numerosa gente, hombres y mujeres, niños y viejos, letrados e iletrados, por una razón u otra. Su trama, su acción, su belleza, su intelecto… Aunque nos la sepamos de memoria, repetimos encantados la epopeya de “Máximo Décimo Meridio, general de los ejércitos del Norte…”. Frase que me gusta tanto como aquella otra tan bonita, y menos recordada: “Lo que hagamos en vida, tendrá eco en la eternidad”.

Recién llega Gladiador II al mundo y, con ella, el recuerdo del clásico que la precede… y oscurece. Queramos o no, es así. Atreverse a hacerla realidad constituye para muchos una afrenta y, en el mejor de los casos, una temeridad por parte de Ridley Scott y el guionista David Scarpa, responsables de esa reciente Napoleón en cuya defensa a veces me siento solo.

Pero no hay que lamentar lo que es ya irremediable: por un lado, que el mundo le ha perdido el gusto a estos epics donde (afortunadamente) se anacroniza y se entretiene a costa del rigor histórico, como en la propia y reputada Gladiador; por otro, que para dicha y desdicha existe esta continuación al cabo de 24 años, bastante bien recibida y un alivio, imagino, para el casi nonagenario director que últimamente ha hecho frente a las críticas más absurdas y asimismo a las películas más entregadas de su carrera reciente.

Ya está aquí, como digo, y ronda las USB sobre todo en una copia de terrible calidad: 10 minutos menos de metraje con cortes abruptos, reducida en los bordes del fotograma, bombardeada por anuncios contra el alcohol y el tabaco, entre otras calamidades propias de la piratería. Las condiciones menos ideales para una de esas cintas cuya concepción ideal es la de contemplarse en un cine, en la relación de aspecto y nitidez requeridas, cosa de momento imposible en Matanzas y aseguraría que en cualquier rincón de Cuba, por más salas en activo que queden con respecto a otro.

Así, no solo se dificulta prestarle atención como cualquier película merece, buena o mala, sino que peor será el sabor que deje en su detractor. Entendible, pues el cómo vemos influye por lógica en la percepción de lo que vemos. Y aún más lamentable es la insatisfacción en el que sí la haya disfrutado (pese a los problemas antes descritos) y de pronto se encuentre con que, llegada a su punto mágico la partitura estremecedora de Zimmer y Lisa Gerrard, hasta los emotivos créditos finales se interrumpen para amargar la sensación y un silencio anticlimático es lo único que queda.

No obstante, una vez más, Ridley Scott me condujo a la gloria por los caminos del cine visto en casa. Una prueba de que, incluso en circunstancias adversas (y tan desquiciantes como esos cartelitos cada dos por tres), es detectable la validez de una obra de arte.

Desde hace un par de años, con el deslumbramiento de Top Gun: Maverick hemos podido reflexionar más que nunca sobre la importancia y, más que nada, sobre la necesidad de las secuelas. Hasta qué punto pueden parecernos innecesarias antes del primer acercamiento y, si nos hacen pasar tan buen rato como sus antecesoras, de súbito nos transformamos en partidarios de ellas siempre que valgan la pena.

A la vez tienen que ser un poco remakes, como apunta Nolan en declaraciones recientes acerca de esta Gladiador II que le ha entusiasmado, y en parte tiene razón. Si bien no creo que haya una camisa de fuerza preconcebida como fórmula para que segundas partes siempre salgan bien, en el caso de secuelas de títulos míticos funciona la recomendación nolaniana.

Como Russell Crowe en su momento, Paul Mescal protagoniza una intriga política muy a favor de los espectadores habituados a leer novelas, con suficiente acción a la vez para no defraudar a un rango más amplio de público. Sin embargo, en alguna medida la II se distancia de lo que conocíamos al abrazar un lado aventurero y circense que en la I, más contenida y oscura, apenas tenía lugar.

Por tanto, tenemos un ejemplo de cómo rehacer la premisa genérica de un material previamente exitoso sin condenar lo nuevo a la sombra de lo viejo. Los babuinos, el rinoceronte, la batalla naval y los tiburones no son meros reclamos publicitarios: son una declaración de principios, de un creador aspirante al “más grande sí que puede ser mejor” en la pura tradición de Cecil B. DeMille.

En absoluto noto el titubeo de un film cuyo autor no haya sabido darle rumbo o estilo. Hay convicción en lo que se cuenta y brío juvenil. Scott está que agita sus historias y las rueda como si por sus arterias no pasasen los años. Hace gala de su habilidad extrema para obtener reacciones de la audiencia según qué pulsaciones de tecla emocional, según qué recursos de puesta en cámara, según qué destellos de un reparto fabuloso donde reina Mescal.

Lo mismo asombra con un combate de puro nervio que con la esvástica formada por los gemelos Geta y Caracalla en un saludo al populacho. Suyo es el poder de entretener y también el de instruir. Por eso, siendo niño, salía de sus películas más entretenido y culto que horas antes.

El plano detalle de una mano colmándose de trigo (primera referencia al posterior nudo en la garganta que se nos va a hacer) nos introduce en uno de los relatos más vigorosos y estimulantes de la temporada, de efectivo giro cuando creías deducir antes de tiempo el camino trazado, y contiene una búsqueda de venganza que en última instancia es de justicia, un homenaje a Espartaco y otro a Quo Vadis?, una aguda reflexión sociopolítica, una compleja relación mentor-discípulo, una apertura hacia lo místico que ya fascinaba en la entrega anterior…

Si todo eso no constituye una película recomendable, si todo eso no avala una secuela digna de consumo, si un producto de tarde en tarde como Gladiador II no es el objetivo mismo por el que pervivió el cine americano tras su Génesis a orillas del Pacífico… ¿entonces de qué estamos hablando?

Ridley Scott, te saludo.

Ficha técnica

Título original:Gladiator II; País:Estados Unidos, Reino Unido; Año: 2024; Dirección: Ridley Scott; Guion: David Scarpa; Fotografía: John Mathieson; Montaje: Claire Simpson; Música: Harry Gregson-Williams y reutilizaciones de material de Hans Zimmer y Lisa Gerrard; Reparto:Paul Mescal, Connie Nielsen, Denzel Washington, Pedro Pascal, Joseph Quinn, Fred Hechinger, Russell Crowe (imágenes de archivo)

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