“El que baja el catao” amaneció hoy con la mano caliente. A veces, a modo de chiste, en casa decimos que “el chamaco que le quitó la jeva vive por mi barrio”. Solo así nos explicamos estos flashes de esperanza que por estos días llamamos luz eléctrica.
De repente oyes que la casa antes en mute comienza a llenarse de ruidos: comienza el siseo del ventilador que no te refrescó en la madrugada, el zumbido de moscas fotovoltaicas de los bombillos y en el televisor Bernardo Espinosa nos recita el Corán de los megawatts.
Ahí te lanzas a enchufar la arrocera, donde los granos flotan en el agua desde ayer, que los dejaste así para no perder un segundo en el momento de la iluminación. “Nirvanéate”, socio. Enciendes la turbina y las tuberías traquetean como huesos oxidados. Echa todo rápido en la lavadora: las camisas del niño, tus jeans gastados, tus pecados y tus vanidades.
Te sientas un momento a disfrutar las facilidades de la vida moderna y, de repente, como mismo llegó, se va. Silencio. Oscuridad. La muerte de Zeus García. Ha iniciado el quita y pon, y ya no importa que la pantalla pueda cegarse o las lámparas colapsen, que a la computadora se le queme la motherboard —pierda a su madre de manera cruel e ipso facto— y no funcione ni como ábaco.
El quita y pon en una isla como Cuba —que, si nos miran los astronautas desde el espacio, parpadeamos: ahora me ves, se cayó el SEN, ahora no me ves— no solo se aplica a lo eléctrico.
Estamos rodeados de agua, somos más costas que nación, pero igual puede ser que tengas una hilera de pomos -pepinos- llenos del líquido, en los estantes de la cocina, como una retahíla de balas de tanques soviéticos. Y ya no sabes cuál es la que se usa para limpiar los platos y cuál a ti. No sabes si tú eres un plato de segunda mesa o el plato principal en un banquete de los dioses histéricos e histriónicos.
Este mes viene el arroz en la bodega y el próximo quizá, tal vez, todavía se está investigando. Entonces, toca una libra hoy y dos mañana y tres pasado, como si los frijoles o el chícharo padecieran de un desorden alimenticio. ¿También al bodeguero el amor le habrá hecho una mala jugada?
En este país donde llevamos la melaza en la boca, coquetos y zalameros, puedes enterarte de que no habrá azúcar. No hay forma de escapar de estos imprevistos amargos.
Vas a un café, el de toda la vida, de expresos, perros y chismes, y puedes tropezar con que es día de la técnica; aunque esa sea una técnica vieja y con el mismo sentido que la frase de Félix Sabón sobre ‘la técnica’.
De alguna manera, no entiendo muy bien aún cómo, hemos aprendido a adaptarnos a estados indefinidos de la materia: alimenticia, eléctrica, monetaria. A la vez, hemos aprendido a salir a resolver sin saber si lo haremos. Cada ida a una ferretería o al banco, a la estación aeroespacial, es una aventura.
A lo mejor por todo ello es que a veces siento que me ponen y me quitan la esperanza; pero ahí estoy yo, empeñado en no dejarme vencer, y no volverme un frustrado del amor como “el que quita el catao”.
Ya nos da gracias ,q nos quiten la corriente, hasta poesía del fenómeno hacemos ,sin pensar en la dignidad del cubano q siente realmente en la sangre por su país ,q ahora mismo tiene q hacer maromas para su familia pueda comer , proteger los alimentos q se puedan conseguir ,ver como lavan la ropa para ir a trabajar los lunes ,ver q merienda lleva su hijo para la escuela ,q tiene q llegar temprano a la casa a prender el carbón q cuesta el salario mínimo del más bajo ,se me quedan muchas calamidades ,le ronca los co…… estar sacándome poesía a esta involución