Argentina tuvo rock and roll y también tuvo dictadura, una guerra civil y varias crisis económicas, pero, si hay una figura que trascendió cualquier nacionalismo posible hasta convertirse en un ícono mundial, ese fue Ernesto Che Guevara.
Uno de los mayores exponentes de la izquierda latinoamericana moriría un 9 de octubre de 1967. Amado y odiado por muchos, su figura se ha convertido, aun hoy, en un misterio que se vende en camisetas y que inspira a millones de personas en todo el mundo.
Mi primer recuerdo de este guerrillero está conformado por una serie de relatos que hacía mi abuelo sobre él. A toda aquella mística se le unía una propaganda en forma de música, sketches, discursos y consignas que se usaban en días específicos y después se guardaban en cajones digitales o se reescribían.
Pero la imagen tan famosa en blanco y negro de la boina y Ernesto Guevara ayudarían a construir una leyenda gigantesca, cuya estatura atraparía la atención de niños y ancianos cubanos. No importa que pasen siglos, se seguirá hablando del Che, los hombres y mujeres de izquierda hablarán de él, los hombres y mujeres de derecha, también.
Su odisea por América Latina fue uno de los capítulos que siempre llamó mi atención, hasta aquella reunión en México junto a Fidel Castro, que marcaría su transición a soldado de guerrillas.
Mucho se cuenta de él en la Sierra Maestra, ¿acaso será real la historia de cuando ordenó matar a un perro porque por culpa de sus gemidos amenazaba a la tropa con ser descubierta por el enemigo; o cuando no quiso que nadie comiera arroz en una casa campesina hasta que no fuera seguro que había comida suficiente para todo el mundo?
Ernesto Che Guevara combatió el asma desde una edad muy temprana. Fue confinado a la quietud de una silla por culpa de su condición; su madre velaba sus respiraciones y su padre trataba de entretenerle. Tuvo que mudarse a las montañas en busca de aire puro, y su compañía fueron los libros.
Tal vez la lectura constante le convirtió en un analista político de la realidad de muchos países del continente, marcada por la presencia de dictadores militares que se sometían a los deseos de Estados Unidos, y conformaron la identidad rebelde del joven que recorrería en una motocicleta las tierras oprimidas de América Latina.
Como resultado de esto se convirtió en un hombre que fue producto de su tiempo, que trató de entender el período histórico que le tocó vivir, y quiso, cosa más loable aún, erradicar las injusticias del mundo. Esa es la clave para entender la personalidad del Che y las decisiones que tuvo que tomar cuando vivía en tiempos de guerra.
Quien fuera médico, estadista, político, escritor, soldado y cubano moriría en La Higuera. La fotografía que muestra su cadáver me fue revelada cuando apenas tenía 10 años.
Era impensable concebir la muerte del Che, incluso con las pruebas delante, y no solo eso, a más de tres décadas de ocurrida. Solo muere quien es olvidado, y creo que siquiera la muerte aún cree que envolvió al rosarino entre sus brazos y se lo llevó de paseo por las aguas de la eternidad, el Che se ganó la inmortalidad.
Lea también
La permanente estela de Juan Almeida
El Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque sigue presente entre los cubanos, a 15 años de su fallecimiento en La Habana a edad provecta… Leer más »
