El Cinematógrafo: Canino y Crudo, una sesión doble

El Cinematógrafo: Canino y Crudo, una sesión doble

Después del buen sabor de boca que me dejó La Mesías sentí la necesidad de seguir buscando una atmósfera tan desgarradora y absurda como la ficción española de los Javi. Canino y Crudo fueron las protagonistas perfectas de una noche de domingo estresante y sin muchas luces. Obras dirigidas por autores europeos, películas europeas que, por el simple hecho de serlo y su evidente distanciamiento con Hollywood, podrían encasillarse de pretenciosas, sobrevaloradas o aburridas.

La verdad es que tanto una como la otra rescatan la valentía del Séptimo Arte y su habilidad para desarrollar ideas con imágenes.

Con el caso de Canino (2009) pude satisfacer y matar para siempre la ansiedad postmesiánica que viví con Montserrat Baró y compañía. Una espina tan dolorosa como excitante que a día de hoy aún quiero volver a meter en las pieles de mi subconsciente. Necesitaba un poco de rareza en la pantalla, quería sentirme abrumado y divertido a la vez, quería entrar de lleno a un mundo que solo puede crear una cámara. Y Yorgos Lanthimos me golpeó con un martillo de celuloide, una sesión de violencia que duró hora y media.

Canino nos cuenta la vida normal y corriente de una familia que ha decidido vivir alejada de la sociedad. Vivir es aquí un eufemismo de recluir. En dicha casa y en como cualquier régimen autoritario los días son una repetición en loop de lo que hiciste ayer, que, con el paso del tiempo, se convierte en un deja vú de lo que hiciste hace años. Los personajes son un padre, una madre, dos hijas y un hijo. Es importante hacer la distinción exacta de sus sexos porque el director se convierte en narrador y en sociólogo, dedica segmentos de la obra para hablar sobre las dinámicas de género.

El Cinematógrafo: Canino y Crudo, una sesión doble
En Canino los intercambios de placer entre las hermanas carecen de cualquier sentimiento de culpabilidad.

Sentí que Lanthimos quería dialogar con nosotros, quería mostrar su visión de la humanidad a partir de un núcleo patriarcal y heteronormativo que traspasa los límites de la sexualidad, la violencia y la intelectualidad con una facilidad que te hace notar cierta superioridad del guion sobre el negativo. Las hijas quedan secundadas dentro del hogar, el hijo, por su condición de hombre recibe ciertos beneficios, la matriarca funciona como un agente de propaganda, un promulgador de la ideología del padre, quien decide todo lo que ocurre en el país que es su casa.

Allí se vive como un perro. Se aprenden lecciones diariamente y si cumples con lo establecido se te recompensa. Sobra explicar que los castigos son duros, corporales, cortantes y psicológicos. El padre construye una red de poder que comparte en determinadas ocasiones con el hijo (le da la oportunidad de tener sexo con una desconocida), al punto de pasar por alto las preferencias sexuales del muchacho. Allí la lengua humana es una moneda de cambio, se ha aprendido el valor de la sexualidad dejándose lamer los unos por los otros. El placer es una interrogante que se intercambia clandestinamente entre las hermanas.

El idioma y el lenguaje se construyen con limitadas palabras que se enseñan en un altavoz: una vagina puede ser una flor, el mar un mueble o una autopista un viento muy fuerte. El incesto pierde su significado, el poder pierde su significado, la sangre pierde su significado; y en esa modificación de la historia de la humanidad nace un concepto de libertad que juega con el reinicio de la vida. Un vistazo de lo que pudo ser la vida después de los diluvios enviados por Dios.

Las leyes las elige una sola persona, las riquezas las divide una sola persona, las palabras que se hablan las elige una sola persona… Es así como se construye una película relativamente corta y sencilla, pero gigantesca por su aporte al pensamiento crítico. Sin dudas, Lanthimos narra una pesadilla madura llena de simbologías evidentes y bien distribuidas que pueden pasar desapercibidas a quienes no presten mucha atención. Es un filme perfecto para los anarquistas, para los rebeldes; o para los pobres diablos que creen que un avión mide 20 centímetros.

El Cinematógrafo: Canino y Crudo, una sesión doble
Julia Ducournau después de ganar la Palma de Oro en Cannes por su película Titane.

Con Crudo (2017) la cosa es parecida. Está construida con una metodología sencilla que con el paso del tiempo evoluciona su idea inicial, pudiendo considerarse un ensayo cinematográfico perfecto. Una chica vegetariana ingresa a una escuela veterinaria y empieza a sufrir una metamorfosis en su cuerpo, apetito y gustos cárnicos.

Desde la primera escena se están lanzando interrogantes que, como toda buena ficción, se responden en escenas separadas, como piezas de un rompecabezas. Pero, Crudo aporta preguntas existenciales constantemente a una audiencia que será consumida por la fusión del canibalismo y el vampirismo. Por esta mezcla tan extraña, pero exquisita de sabores tan alejados el uno del otro es que la considero un clásico moderno del terror elevado y corporal.

Julia Ducournau se coloca de facto como una de mis directoras favoritas. Si Wilder encontraba un equilibrio soberbio entre fondo y forma, ella encuentra uno igual de pulido entre el terror y la filosofía. Hay una escena en concreto donde un personaje secundario le pregunta a la protagonista, quien era vegetariana, si ella consideraba la violación de un mono igual de importante que la de una mujer. Mi asombro llegó porque la persona que hacía esa pregunta era una veterinaria. Una simple paradoja como esa marca el tema de la película.

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En Crudo incluso la carne se convierte en una droga.

¿Si todos estamos hechos de carne y hueso por qué no está permitido comernos los unos a los otros, como hacemos con una vaca o una gallina? ¿Qué nos separa de ellos? ¿El raciocinio? Pero si matamos por hambre, por dinero, por ideología, por guerras, por odios, por sexo, por envidia, por frustración… ¿Somos lo mejor que subió al arca de Noé?

Y se pueden hacer tantas lecturas de un mínimo fragmento de diálogo como ese que los debates serían tanto interesantes como graciosos. Supongo que por eso su película más reciente, Titane (2020), generó tantas opiniones en internet. Cuando terminas de ver Crudo reconoces que Ducournau apuesta por transgredir no a partir de imágenes o escenas llamativas, sino por su apuesta segura y bien confeccionada de la imagen cinematográfica subordinada a una idea política.

Según Celine Sciamma “las mejores películas siempre son políticas, y las que tratan de no serlo, pues, esas apestan muchísimo”. Ambas directoras son francesas y el cinéfilo fanático que llevo dentro (nunca le hagan mucho caso) se las imagina como las musas de la libertad, guerreras que utilizan el negativo como un arma artística, un medio para expresar sus ideas. Avatares de pinturas del renacimiento que nacieron en tiempos después de la guillotina o la Toma de la Bastilla.

Quizás el cine pueda cortar cabezas sin derramar una sola gota de sangre. Quizás hay películas tan bien escritas en el papel que cuando se ruedan se convierten en otro arte, el arte 7.1; una definición moderna que queda solo en un chiste, pero se entiende el punto, espero. En fin, una sesión doble de tanta excelencia tenía que quedar registrada en estas crónicas de crítico amateur. Si quiere escapar de la lógica del mundo real, métase de lleno en cualquiera de estas dos apuestas sangrientas.

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Sobre el autor: Mario César Fiallo Díaz

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