Nostalgias de Primero de Mayo

No recuerdo la edad de mi primer desfile, pero sé que desde que recuerdo la fecha nunca fue un día para quedarse a dormir la mañana. Entonces los primeros de mayo eran muy simples: desfilar desde el Parque de la Iglesia hasta el de la Calle Real, subirme a los hombros de mi papá o ir de su mano y mirar la escuela, el cine la casa de la cultura y seguir hasta el Parque Isidoro Beruvides “el Parque”, donde después el día sería de fiesta.

No recuerdo la edad de mi primer desfile, pero sé que desde que recuerdo la fecha nunca fue un día para quedarse a dormir la mañana. Entonces los primeros de mayo eran muy simples: desfilar desde el Parque de la Iglesia hasta el de la Calle Real, subirme a los hombros de mi papá o ir de su mano y mirar la escuela, el cine, la Casa de la Cultura y seguir hasta el Parque Isidoro Beruvides, “el Parque”, donde después el día sería de fiesta.

Porque después de la marcha y las canciones patrióticas, la gala cultural y las consignas llegaba el momento de reunirse con los amigos, los que se habían levantado temprano para desfilar y los que llegaban después para disfrutar de un día sin clases, un día con música en el parque, un día de fiesta.

Entonces todos vigilaban los bancos con sombra, nos cuidábamos los puestos y si no, había que cruzar a la acera de enfrente hasta que el sol bajara o acomodarse bajo los árboles que una vez cortaron. El día transcurría así, sin más sobresaltos que el ensordecedor sonido de los hits del momento y el calor que acompaña casi siempre está fecha. Entonces el día olía a algodón de azúcar, frituras de yuca, cerveza y nos creíamos felices. No imaginábamos cuán felices éramos…

Entonces esperábamos en ese mismo parque el primer aguacero de mayo, en el que según mi abuela, había que mojarse, aunque fuera un poquito, para la suerte o la salud, ya no recuerdo.

El primer aguacero llegaba puntual y el torrencial arrastraba desde sus casas hasta allí, hasta el mismísimo corazón de aquel rincón de pueblo, a muchos más de los que cabían en sus escasos metros cuadrados, para mojarse con la suerte de las primeras gotas de mayo o porque imaginarse lejos del bullicio y la música de ese día de fiesta no les hacía gracia.

Entonces mis amigos estaban todos en Cuba y claro, el futuro imaginado no se parecía mucho al presente.

Hace más de diez años que no desfilo en mi pueblo de Agramonte, y el mismo tiempo ha trascurrido desde que la lluvia del primero de Mayo no me roza, pero cada vez que llega está fecha pienso en el parque, la sombra de sus arbustos, sus bancos y su gente.

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Sobre el autor: Lisandra Pérez Coto

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