Hace unos días, mientras recorría la playita Allende y evocaba la nostalgia de mis años de infancia, en apenas segundos mi felicidad se trastocó en pesar. Allí pude contemplar cómo algunos anteponen urgencias personales ante el respeto por la naturaleza, cuando observé cómo varios jóvenes agredían el entorno.
Aquellos muchachones vertieron escombros en los riscos donde corrí de niño, y sentí como si mancillaran un pedazo casi sagrado de mis recuerdos. Un lugar así debiera tener una significación especial para las personas que habitan próximas al entorno, y lo curioso reside en que los desechos provenían de una obra en construcción ubicada a escasa distancia, escogida como morada por la belleza del lugar.
¿Acaso pensarán esos individuos que los restos de materiales constructivos se degradarán en breve tiempo? ¿No alcanzan a pensar tan siquiera que, como mismo ellos disfrutaron en su infancia de esa línea costera, nos toca a todos preservarla para el goce de las venideras generaciones? No obstante, por lo visto la enajenación de algunos ha llegado al punto de que la protección del medio ambiente les resulta una frase hueca.
Basta con ser testigos de cómo cada día no pocos yumurinos lanzan materia de cualquier clase a orillas de la bahía, a las márgenes de nuestros ríos y en muchos otros emplazamientos. Por ejemplo, las áreas próximas al puente peatonal del Yumurí han devenido en un vertedero casi institucionalizado que las auras convirtieron en su lugar predilecto, debido a las tantas inmundicias que allí se lanzan.
Por otra parte, en ocasiones leo con asombro la facilidad con que usuarios de las redes sociales fustigan a los trabajadores de la empresa de Servicios Comunales, aduciendo demoras de estos en la recogida de desechos. Sin embargo, no muchos cuestionan la rapidez con la que resurgen los microvertederos después de haber sido atendidos.
Es muy grave, desde mi punto de vista, que muchas veces estos basureros espontáneos se ubiquen de forma notable próximos a la pared de una morada. El problema no responde solo a la demora en la recogida de Servicios Comunales: más bien a la inconsecuencia de algunos que no dudan en deshacerse tan irresponsablemente de los escombros cuando saben de antemano que el personal de esa empresa no tiene como objeto social ocuparse de ese tipo de residuos, además de la existencia de opciones como la solicitud de contenedores para tal fin.
Cierta vez un destacado trabajador de la citada entidad comentaba a nuestro medio las lesiones que sufrió en la columna al tratar de elevar sacos que podían pesar hasta 50 kilogramos, colmados en reiteradas ocasiones de materiales de construcción. Incluso, las personas han llegado a depositar inodoros en estas áreas de recolección de basura, impunemente a la vista de todos.
Sí, existen mecanismos legales que penalizan estas acciones, pero la práctica de arrojar estos restos, y hasta vísceras descompuestas, se ha vuelto habitual y nociva, dado que en ella muchos incurren y pocos la combaten con inmediatez.
Para los observadores permisivos, siempre será la actitud más fácil culpar a los trabajadores de una entidad.
La insuficiencia de Servicios Comunales, la falta de recogida de desechos donde no se aplica ciencia e innovación, ni se utilizan carretoneros para recoger basura ni se asigna combustible diferenciado para esta actividad, hasta con camiones de otros organismos como antes, hace que Matanzas se haya convertido en un enorme basurero ya que en cualquier esquina lo encuentras, como sucede en las puertas de la Farmacia de Sta. Rita y San Ignacio en Pueblo Nuevo, Matanzas y así sucede en casi todas las cuadras.
Es lógico que esto suceda, ¿ de qué se quejan ?