La basura nos asusta. Por eso, furtivos, como amantes, como prófugos, utilizamos el resguardo de la noche para botarla en las esquinas. Habrá quien dirá que es por el olor o por la certeza de que todo se pudre: los tomates a 250 pesos la libra y tú. El tiempo, al final, cuando se echa a perder cabe en una jabita de nailon que te dieron cuando compraste con el alma un pomo de champú y un paquetico de detergente líquido, y ahora quedó para guardar los papeles usados del baño, las íntimas usadas y las cáscaras de plátano macho.
Hemos aprendido a vivir con la idea de la podredumbre. No podemos pensar en esas menudencias cuando debemos imprimir el libro de caligrafía para el niño porque en la escuela no alcanzaron, o cuando solo tienes una hora para cocinar desde las cinco que llegas del trabajo hasta las seis porque quitan la corriente en tu circuito o, sencillamente, reflexionas que los supervivientes no pueden darse el lujo de perderse en asuntos tan lejanos, sino en cómo llegaré a mañana.
Por ello no creo que la basura nos asusta por recordarnos la inexorabilidad del agotamiento de nosotros y de las pilas doble A del mando del televisor, más bien porque devela quiénes somos realmente. A través de ella puedes describir a una familia o imaginar una ciudad o analizar una época. En resumen, no va más allá de los despojos de la continuidad de los días.
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Hay basuras de hogares ostentosos. En estas, en un nailon negro y grande, se juntan 10 o 20 cascarones de huevos cascados para hacer una panetela y empanizar el pescado del que solo quedaron las espinas porque el que sobró se lo comieron los perros, botellas de Absolut Vodka, hollejos de naranja que se usaron para preparar un screw driver, semillas de aceitunas, un par de zapatillas Nike con un pequeño descocido en un costado, papeles de la contabilidad del bar.
Existen otras más humildes. En varias jabas de shopping se unen, se mezclan, se confunden dos cascarones de huevo que quedaron de recuerdo de la comida, unos periódicos manchados, unos blísteres de enalapril y un libro de Economía que el comején ha devorado casi completo, y nada más.
Dicen los japoneses que la basura de un hombre es el tesoro de otro y, como usualmente sucede, no se equivocan esos que inventaron a los samuráis y a Godzilla. Incluso la percepción de qué es realmente varía de una persona a otra y según la circunstancia. Donde alguien observa la caja de un refrigerador Haier de dos puertas, otro encuentra un colchón que le amortigüe la dureza del concreto.
Sin embargo, no podemos comparar los basureros de un barrio de Tokio con uno de aquí, de esos que la gente en un punto se acostumbra a que en su esquina la pila crezca, que transcurran las jornadas y la pila crezca, y escriben en la pared “No botar basura PNR” y aun así siga creciendo, como las habichuelas mágicas de Jack, hasta que toquen el cielo raso de las ciudades.
En los países lejanos, que puede ser cualquiera e incluso este, a veces se conversa mucho sobre el reciclaje, la transmigración de la materia que no se destruye, sino que se transforma; mas, en esta Isla ello se dificulta. En esta Isla llevamos los objetos y los productos hasta las últimas consecuencias. Por eso el tubo de pasta dental, cuando no quiere surtir más, lo aplastamos con el cepillo desde la parte inferior hasta la superior para mover lo poco que quede en el fondo, y las botellas de la cerveza Parranda van de cabeza al congelador para guardar agua.
También puede escribirse que poseemos nuestra propia forma de reciclar, más tercermundista, pero que nos funciona de alguna manera. Está el que, aunque no cría puercos, posee una cubeta para echar los aguacates pasados de tiempo, el tin de arroz que te sobró, si te sobró, para dárselo al vecino para que cuando en finales de diciembre sacrifique al animal le done un pedacito de carne. A la vez hallamos a los famosos buzos, esos que, como los buzos reales, se sumergen en la basura en búsqueda de sus propios tesoros hundidos: botines de lata, cofres de plástico que luego llevan a materia prima.
Como escribí al principio, la basura nos muestra lo que somos y muchas veces lo que queremos ocultar: los deshechos corporales, las penas de la familia, los secretos que ocurren en el cuarto a puertas cerradas, pequeñas mezquindades y fetiches como cuando te atracas en bombones. Ello no cambiará, por tanto le temeremos y de alguna manera nos resguardaremos de su presencia.
Eres un magnífico escritor de esos que cuando comienzas a leer, por muy simple que parezca el texto te atrapa y no logras detenerte hasta devorarlo por completo, felicidades por tanto talento, y gracias por regalarnos textos así.