Hoy en mí ha nacido una ciudad. No sé cómo sucedió. Ayer en la noche no estaba. Había sido un día largo y después de la novela cubana y de revisar un momento las notificaciones en el móvil quedé rendido. No fue un sueño incómodo, de esos que ruedas de un lugar a otro de la cama y la destiendes a patadas, porque algo te ronda en la cabeza: el informe para enviar a La Habana, ella que no te ha vuelto a escribir o que mañana, sí o sí, debes salir a buscar café, porque no eres persona en toda la mañana si no te tomas una taza por lo menos antes de irte al trabajo.
Resultó, al contrario de lo que pensarías si en la noche te naciera una ciudad, un sueño plácido como el de las piedras en el fondo del río. No obstante, al levantarte, eso encontraste en ti, ríos y piedras. Los ríos te atravesaban el cuerpo, te lo dividían, como rayas de agua; las piedras, por su parte, se juntaban en edificios.
Te observas, sorprendido, el pecho. Justo donde se encuentra el plexo solar, ha crecido una Plaza con una estatua a un Soldado Desconocido, que puedes ser tú, aunque no hayas peleado en ninguna guerra, pero sabes lo que es ser un desconocido cuando te vas de visita a otras tierras que no son esas que te han surgido en el cuerpo mientras dormías. A su alrededor hay un teatro, hermoso en su blancura, como una regia cantante de ópera vestida de tul, y un viejo palacete azul de grandes portales como para guarecerte de todas las lluvias.
Más arriba, por el nacimiento del cuello está la otra plaza con una estatua que te recuerda a un lienzo de la Revolución Francesa: la libertad llama al pueblo y un Martí te extiende la mano, te invita a ir a él, aunque todos deberíamos ir a él aunque no nos invite. Además, hay árboles con ojos, cientos de ojos de aves negras que se posan en las ramas, y una Biblioteca para guardar toda la belleza y las historias necesarias para que el hombre no se destruya a sí mismo.
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Para llegar de una plaza a la otra debes atravesar varias calles, que te hienden el tórax: una con un nombre de poeta, Milanés, y la otra que le hace honor a su nombre, del Medio, porque te divide en dos hemisferios. En esta última sientes transeúntes que caminan, leves y ligeros, por encima tuyo. Te levantas de la cama y buscas un espejo para observarlos más de cerca, como las hormigas que sabes que no te harán daño, y permites que trepen por ti. Van de un lugar a otro, buscan la vida o se buscan la vida. Compran cola loca para pegar zapatos o venden espejuelos de sol o hacen filas para comprar café para poder ser personas en las mañanas.
En el costillar izquierdo tienes un barrio de viejas edificaciones, La Marina, que la gente se aburre de las cuatro paredes y sale a, por lo menos, hablar con los vecinos o a pedir ají cachucha para los frijoles o armar largas datas de dominó bajo un poste de luz incandescente. A cada rato se oye proveniente de ahí un tambor sonar para llamar a los ancestros, para pedirles bendiciones y que abran los caminos, los que llevan a tu ciudad, es decir a ti, y todos los otros, y que se confunden con la diástole y la sístole, con el retumbar de tu corazón.
Por su parte, en el costillar derecho, está Narváez, paseo cosmopolita, de cosmopolitans y caipiriñas, con un muro largo para sentarte en las tardes y noches de asueto si andas corto de presupuesto para los cosmopolitans y caipiriñas y sencillamente darle a la lengua con una amistad y contarle que últimamente no te ha sido fácil o que ayer en la noche, mientras dormías, te ha nacido una ciudad que se llama Matanzas y te miren como si hubieras tomado champú.
La urbe sigue y sigue creciendo en ti mientras progresa el día. Aparecen puentes, muchos puentes, para unir aquello que los ríos querían escindir. En un brazo tengo a Pueblo Nuevo, con sus rubias poetas y la Terminal de Ómnibus para aquellos que decidan partir, si pueden hacerlo así, tan impunemente; en el otro, se encuentra Versalles, con sus pendientes y esos asuntos pendientes entre él y yo. En el dorso de esa mano, por donde se ubica la Zona Industrial, me ha salido una llaga que no curará por lo pronto, la toco y aún duele.
Sigue y sigue creciendo. Asoman playas y Peñas Altas y dientes de perro y discotecas y naranjales sin flores de azahar, pero sí edificios multifamiliares; incluso otras partes que cargo en la espalda que a veces me resulta difícil observar, regiones invisibles de ella.
En fin, después de un sueño tranquilo, en mí ha nacido una ciudad de 330 años. No sé qué hacer con tanta piedra y con tanto río y tanto puente y tanto ancestro. Deberé aprender a quererla porque es parte de mí. Tú, por tu parte, ten cuidado; si te descuidas, a ti también te nacerá una ciudad. (Foto: Raúl Navarro)
No soy de origen matancero, pero desde que me gradué profesionalmente en 1978, cundo tan solo tenía 24 años, toda mi vida ha transcurrido en la provincia de Matanzas; por ello disfruto sus éxitos y me duelen cosas que en ella ocurren. Me duele que siendo Matanzas un referente cultural, la bóveda donde ¿descansa? Bonifacio Byrne – según mi criterio- tiene un estado deplorable.
El Artículo 42 de la Ley de los símbolos nacionales plantea: “La Bandera Nacional se mantiene ondeando junto a las tumbas de todos los héroes y mártires caídos en las luchas por la independencia y liberación nacional, la defensa de la patria socialista y sus principios, así como en monumentos nacionales y sitios de significación histórica.”
¿No es la sepultura de Bonifacio Byrne en el cementerio San Carlos de Matanzas un sitio de significación histórica donde debe mantenerse ondeando la Bandera Nacional?
Fue con él con quien muchos aprendimos – incluyéndome a mí aun siendo un niño que ni sabía dónde estaba Matanzas – a amar en toda su dimensión la Bandera de la Estrella Solitaria.
En esa maltrecha sepultura hay un asta destruida donde al parecer alguna vez flotó la bandera cubana.
“Honrar honra”
Quizás algún periodista de este prestigioso medio provincial en el contexto de la fundación de nuestra ciudad y de la Jornada por la Cultura Cubana le dedique algunas páginas a este asunto que en medio de una poderosa guerra cultural y de símbolos en mi criterio merece relevante atención.