Del Tren de Hershey solo va quedando la memoria. Ya retiraron las redes eléctricas que lo impulsaban, y dentro de poco algunos aseguran que podrían también desaparecer los raíles sobre los que se desplazaba.
Si no ha sucedido, se debe principalmente a que la vía ha ganado cierta vitalidad al interrumpirse el paso matancero sobre el puente ferroviario de Versalles que comunica con el puerto de Matanzas.
Cualquiera de estos días el viejo Castell, que vive en Mena, descubrirá que ya no quedará ni la línea férrea que pasa justo frente a su casa.
Como él, son muchos los campesinos que extrañan ese transporte ferroviario que durante más de un siglo alivió el trasiego entre lugares que no aparecían en el mapa, pero que uno se empeñaba en buscar en el extenso boletín que te entregan al abordar, y donde aparecían los 47 pueblitos entre Versalles y Casablanca. Durante el trayecto uno iba revisando en cada parada del tren.
Hoy solo alcanzo a recordar unos pocos: Los Mangos, Mena, Margot, Hershey, Jaruco… Realmente nunca entendí por qué nada más salir de la terminal de Hershey desde Matanzas aparecía una caseta donde se podía leer Los Mangos, como el barrio matancero ubicado en las alturas de la ciudad.
La historia de ese tren asumía tantas incongruencias que la terminal matancera no asumía el nombre del lugar donde estaba enclavada, sino el de Hershey otro sitio que te encontraría a mitad del viaje, justo con igual nombre.
He soñado con el tren de Hershey más de una vez. Uno sueña con esas circunstancias, lugares y hasta vehículos que le marcaron en algún momento de la vida, y ese artefacto sin dudas marcó la mía.
La primera vez que le vi, iba de rojo. Yo era un niño y sentí cierto temor ante aquella aparición que se asomó por una curva próxima al paradero de Mena.
Venía de La Habana y avanzaba dando tumbos. A pesar de mi infancia, supe distinguir cierto anacronismo. Desde aquel primer encuentro experimenté un viaje a una época remota, quizás a principios del siglo.
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Desconocía yo la historia de Hershey el magnate y su imperio de chocolate. Tampoco imaginaba que años después vería con mis propios ojos, desde aquellos mismos vagones, parte de aquel imperio.
Desde el primer instante que interactué con el tren sentí la fascinación que algunos niños sienten por las cosas antiguas. Los tantos rostros de cansancio que percibí contribuían a esa atmósfera taciturna y de antigüedad. Los pasajeros, en su mayoría, eran guajiros y viajaban con grandes jabucos, tinas de leche y hasta animales vivos
Aquel primer contacto despertó un sentimiento de reverencia, incluso de cariño. Por esas raras circunstancias del destino, tiempo después alguien me obsequió como juguete un tranvía rojo, muy similar al trencito de Hershey. Al principio quizá respondió al tamaño (no poseía más de dos o tres vagones), pero desde siempre le llamaba «el trencito» de Hershey. Comenzaba así una relación especial alimentada por cientos de vivencias.
Durante muchos años, ya de adulto, siempre preferí viajar a La Habana mediante ese místico, mágico y hasta un poco trágico medio de transporte.
Esta solo es solo la primera de las tantas historias que conservo en mi mente, y por las que siempre que disfruto la vista del Valle del Yumurí me parece incompleta, porque le falta el paso centelleante y acompasado del legendario trencito.
Realmente es una pena cuánta historia destruida por capricho de alguien que seguramente nunca le fue necesario hacer un viaje a la Habana, cuántos estudiantes, campesinos vecinos de estos poblados que la comunicación con cualquiera de las dos ciudades se le vio truncada esa vía de acceso a mi juicio muy barata, es increíble cómo en países desarrollados como Rusia por ejemplo este transporte todavía se usa, fue el primero en América Latina y lo destruimos bueno que no hemos destruido en Matanzas para no generalizar.
Realmente una pena, lo de desactivar el Tren de Hershey, es parte de la Historia de Matanzas y más que solucionaba un problema de transporte, que hoy se acrecienta.
Yo tuve la oportunidad de viajar en el varias veces a la Habana, y disfrutar de los bellos paisajes de los campos y montañas, nada que ver con los acostumbrados de la vía blanca o la central, es una oportunidad única.
Me encanta la idea de su rescate, incluso para el turismo para que no desaparezca, Las vistas y la experiencia es única, y muchos de los turistas que vienen buscando eso, historia, la podrán tener con creces, y se puede ampliar las actividades en función de este potencial, con comida campesina, generando empleo, e ingresos, pero formar parte del transporte nacional también es importante.
Es mejor reponer lo que les falta, que rescatar desde 0, proyecto de inversión, sino puede el país, algún inversionista extranjero en colaboración mixta, es un gran filo de oro para rescatar una leyenda y generar ingresos al país y empleo.
Como muchas otras cosas d nuestra historia que hemos destruido, desaparecido y dejado en el olvido. Había necesidad d quitar este servicio? Era algo d nuestra historia, era parte d nuestra cultura, era un transporte muy útil e importante para trabajadores y estudiantes. Estamos rompiendo con el pasado; ya no existe la industria del azúcar, el ferrocarril no funciona(Cuba fue el 1er país en latinomérica en tener ferrocarril). No podemos romper lo q mucho costó, la historia del ferrocarril dio un cambio al desarrollo del país. Quién fue el loco q decidió quitar este servicio? Ayuda al pueblo? Soluciona el transporte? Están negando nuestra historia.
Se eliminó debido a la destrucción de las líneas eléctricas aéreas durante el huracán Irma en 2017. Aparentemente, muchas personas también tomaron los postes de madera que solían sostener la catenaria para reparar edificios después del huracán. Entonces no había dinero para reparar la línea y cuanto más tarde, más cara será.
Parece un buen argumento para la inversión y la rehabilitación, debido al potencial turístico de la línea: la línea podría pagar su propia rehabilitación cobrando a los turistas en moneda extranjera, lo que también beneficiaría a la población local.