Del otro lado del mundo: un mes después 

“Las flores hermosas en luna llena”

Refrán chino

Un mes después, sigo soñando con los pandas y la muralla China, esforzándome para no sucumbir ante el chocolate y las mil golosinas, aprendiendo otra vez a cocinar, y memorizando palabras que luego no sé conjugar, pero ahí vamos.

Un mes después Beijing se siente mucho más familiar, aunque le falten el mar y la bahía de Matanzas, el malecón de Narváez, o la gente querida. En un mes también comprendo que se puede extrañar sin que duela, aunque a cada paso se piense en las personas que una ama y lo hermoso que sería descubrir esta ciudad y sus maravillas juntos. Porque nadie viaja solo y, si se nos olvida, nos lo recuerdan los chats de WhatsApp preguntando todos los detalles, exigiendo fotos, reportes diarios o los mensajes de “Aprovecha la experiencia al máximo». 

Poco más de cuatro semanas de comprobar que las calles de Beijing tienen más de cien metros, que mi sentido de ubicación, contra todo pronóstico, es mejor de lo que pensaba, que padezco ansiedad y que, pese a no ser experta, a las amigas de aquí les encanta mi sazón. 

Cuatro semanas también sin probar un buen café y sin comer frijoles negros. Un tiempo que ha pasado muy lento y a la vez demasiado rápido. Un mes en Beijing que no cabe en estas letras y que probablemente me siga costando describir por el remolino de emociones que ha dejado mientras transcurre.

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El 22 de agosto se celebró el día del amor, coincidiendo con el séptimo día del séptimo mes del calendario chino.

Algo así como sentir las vibras del séptimo día del séptimo mes del calendario chino, el día del amor en el gigante asiático es una jornada sorprendentemente muy parecida al comercializado San Valentín occidental. 

Incontenible es la admiración frente a la belleza del centro cultural de Longyuan, un complejo que invita a sumergirse en la cultura china.

En medio de un proceso de revitalización urbana, donde resulta más fácil demoler y reconstruir en vez de preservar o restaurar, este proyecto apuesta por conservar las huellas originales en la historia del lugar, vestigios íntimamente ligados a las emociones y la memoria del pueblo. 

El edificio de la estación More Residence Beijing Langyuan, por ejemplo, constituye una antigua fábrica textil de la década del 70 abandonada durante años y transformada en un amplio recinto que entrelaza la historia con el presente y la modernidad.

En Langyuan disfrutamos del arte, amasamos galletas tradicionales, degustamos el té y nos sumergimos en su paisaje original e innovador, justo como esta alternativa enclavada en el distrito financiero de Chaoyang donde se funden historia, espacio y comunidad.

Y, finalmente, la emoción de disfrutar la ópera china en una tarde de verano, de llevarme a casa un abanico con mi nombre en letras chinas, de someternos a la incertidumbre de degustar nuevos sabores y de abrazar el otoño que apenas comienza.

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China destaca por el proceso de modernización que ha emprendido y que resalta, entre otros aspectos, por su perspectiva de coexistencia armoniosa entre el ser humano y la naturaleza.

Constantemente me preguntan qué es lo que más me ha llamado la atención de estar acá y lo cierto es que disfruto muchas cosas: los amigos, el paisaje, los paseos, los masajes, la tranquilidad de estar a solas y de sentirme segura. Me gusta de Beijing sus rosas en las calles, los parques, la amabilidad infinita de su gente, la inmensidad de lo que aún desconozco, esa posibilidad de siempre encontrar algo nuevo, de experimentar. 

Me gusta de Beijing lo que va haciendo de mí: alguien más sociable y enfocada, más madura, quizás; la sensación de vivir en el futuro más allá de las 12 horas de diferencia. Me apasiona lo que voy descubriendo, la oportunidad de entender la modernidad, la política y la cultura de un país enorme, que sigue apostando al desarrollo con una perspectiva muy particular. 

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En medio de un proceso de revitalización urbana, donde resulta más fácil demoler y reconstruir en vez de preservar o restaurar, este proyecto apuesta por conservar las huellas originales en la historia del lugar.

Uno de los aspectos que más llaman la atención a quienes llegan al Gigante Asiático es la modernización, proceso que distingue a esta nación y que posee características muy peculiares. No solo porque lo emprenda justamente China –un país con un modelo socialista igualmente único–, sino por el desarrollo alcanzado en términos de una enorme magnitud poblacional.

Otros cuatro aspectos caracterizan este proceso en el país: su perspectiva en términos de prosperidad común de todo el pueblo; de coordinación entre la civilización material y espiritual; de coexistencia armoniosa entre el ser humano y la naturaleza (datos de contaminación y gestión ambiental) y de seguimiento del camino del desarrollo pacífico.

De igual modo mantiene su firme compromiso con los países colonizados y víctimas de la guerra. Es a su vez el único país de los cinco a nivel mundial en posesión de armas nucleares que se compromete a no usarlas primero, una política sostenida no solo en la modernidad, sino en la historia de esta milenaria civilización que jamás ha dado inicio a ningún conflicto armado.

El nuevo camino de la modernización no ha llegado por arte de magia, sino bajo el sacrificio y la constancia del pueblo chino que, de carecer de dinero, infraestructura y tecnologías en 1949, pasó a convertirse en 2010 en la segunda economía a nivel mundial, con proyecciones de superar a los Estados Unidos (EE.UU.) en los próximos años. 

Sin embargo, no es una aspiración para los chinos superar a EE.UU., al menos “no hacemos de eso el objetivo central de nuestro proceso de modernización y desarrollo. Aquí trabajamos y producimos por el bienestar de nuestro pueblo, para ofrecerles una vida mejor, para ser más independientes como nación, no para competir con EE.UU. o con otra nación. No forma parte de nuestra intención”, aseguró He Bei Bei, reportera jefa de CGTN en Español. 

Eso también es China: su perspectiva de paz, de respeto mutuo, de inclusión y multilateralismo, una idea que sin ser perfecta se hace más que necesaria en el mundo de hoy.

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 “Las flores hermosas en luna llena”: este refrán chino está muy relacionado con el círculo, símbolo de perfección en el país. De ahí que la entrada circular tradicional a muchos jardines, o puerta de la luna, cree la sensación de entrar en un lugar especial.

Lo mejor de Beijing no ha sido su paisaje, ni su modernidad, ni siquiera el pato laqueado o sus imponentes monumentos. Lo más hermoso de este viaje han sido los amigos y la hermosa coincidencia que nos unió en esta ciudad. Si creyera en el destino, me atrevería a asegurar que el universo por algún motivo nos colocó a todos en el mismo tiempo y espacio.

Semanas de regañarnos mutuamente, de socializar, de ser inclusivos, de aprender a respetar las diferencias. Un mes lidiando con 19 acentos diferentes, palabras comunes que de pronto pueden ser groseras y ofensivas, un cumpleaños con tequila y banderas pegadas en la pared. Un mes de conocer el verdadero sabor de la comida china, los tacos mexicanos y el exquisito brigadeiro de Brasil. Un mes aprendiendo samba, bachata, merengue o enseñando el 1-2-3 del casino cubano. Un mes de comprender que nos une mucho más que el español. 

Para no olvidar.

Yo podría terminar diciendo que voy cambiando, que escribir estas líneas una vez por semana casi me salva y me inspira. También eso me ha dejado este mes a más de 10 mil kilómetros de distancia, estas crónicas, esta puerta abierta que de momento deja correr un aire fresco, cargado de nostalgias y muchísimas expectativas desde Beijing.

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Sobre el autor: Lisandra Pérez Coto

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