Hay personas que andan por ahí, en esta época dorada del autobombo, como verdaderas ventanas llenas de sol, dando lecciones de humildad y resiliencia sin quererlo así.
Él es Redamé, trabajador de la Empresa de Comercio del territorio, uno de los tantos piperos que se encuentran apoyando en barrios de la tierra yumurina que hoy viven una situación crítica con el abasto de agua.
Redamé no solo ayuda a mitigar la desesperación que nos nace cuando escasea el preciado líquido, también es un chófer solidario en medio de una sociedad endurecida, que se detiene en las paradas sin el convencimiento de la tablilla del inspector de por medio, a brindar su mano amiga a los que aguardamos sudorosos.
«La situación está dura», me dice mientras abro la puerta del carro cisterna con un trabajo de mil demonios. «Trato de recoger en las paradas cada vez que puedo, el transporte no está fácil, es lo menos que puedo hacer», añade.
Le agradezco, me acomodo y aguardo en silencio la chinata desagradable que algunos suelen tirar en el trayecto, para hacer lo de siempre: esbozar una sonrisa-mueca y rezar para que llegue pronto la parada, pero no, no es el caso.
Entonces aprovecho y le pregunto dónde trabaja, a qué se dedica, y su nombre para luego agradecer en oración completa su acto de amabilidad para conmigo.
Entonces, con inusual modestia me cuenta que llevaba días «tirando agua» en diferentes puntos de la ciudad, que se siente bien ayudando a la gente llevando el alivio a los necesitados y lo hace como el que simplemente cumple su deber de cubano bueno.
Radamé, además de su misión frente a la carencia de agua, reparte también sensibilidad y empatía con la gente de a pie, esos que ven en su pipa un ejemplo de cómo se puede ayudar de muchas maneras.
Pude haberle dicho muchas cosas en sentido de gratitud, pero a personas cómo él le basta saberse útil y ese es el mayor premio que esperan recibir.
En estos tiempos, donde cualquier logro cotidiano, por banal que sea, se comparte en redes sociales como si fuera un trofeo único y excepcional, hacen falta muchos Radamés. (Por: Lisbet Mendoza, Tomado de su perfil de Facebook)
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