Crónica de Domingo: PlayStation a cinco pesos la hora 

La nostalgia puede venir en la forma de una película de Super Mario. Entonces te percatas de cuánto cariño le tienes a ese enano que se dopa con hongos para crecer —como Alicia en el País de las Maravillas—  y así poder escachar tortugas y patear sus caparazones. Logré verla unos días atrás. Me emocionó tanto, que sentí que me pateaban algo por dentro, como si fuera el corazón de una tortuga y como si los hongos de pronto perdieran su efecto y yo dejara de crecer y me volviera de nuevo un enano.  

Desbloqueé un level como esos en que creías que ya habías derrotado al boss final en solo un par de intentos: el influjo de los videojuegos en mi infancia; sobre todo mi vínculo con los Nintendos. Sería oportuno explicar que en Cuba, sin importar cuál sea la consola —Xbox, Playstation, Nintendo, Super Nintendo o Ultra 64—, le decimos a todos igual. 

Nunca tuve uno de esos. En mi infancia, principios de los 2000, aquel que poseyera uno de esos en las cortes del barrio era rey y señor, y su casa, salón del trono, donde todos los niños iban a rendir pleitesía hasta que la madre, con esa habilidad de las madres para azorar, mandara a todo el mundo para sus respectivos hogares. 

Si el chamaco del Nintendo no estaba ahí o su madre no quería a todos esos mataperros metidos todo el tiempo en su casa, por la “bullería”, siempre quedaba la opción de alquilar uno. Los protogamers hacíamos una ponina. Echabas para adelante los 10 pesos que te dieron tus padres para reforzar el almuerzo de la primaria para que no pasaras hambre, y los 20 que te regaló tu tío la última vez que te visitó para que te compraras algo rico. 

Un Playstation I costaba cinco pesos la hora y los Ultra 64, un poco más baratos. Disculpen la inexactitud. Han pasado varios años ya y los infantes, con esa maravillosa ingenuidad de no saber de economía, no fijan los precios ni entienden su verdadera magnitud. Todos cuando pequeños pensamos que nuestros padres son millonarios y que en el patio de la casa crece una matica de dinero. 

Si uno de nosotros no tenía con qué contribuir, si de jugar Nintendo se trataba, éramos todos para uno y todos para el Nintendo. Con los ahorros que hubiéramos podido raspar nos lanzábamos en búsqueda de los puntos donde sabíamos que los rentaban. No sé a qué dioses le rezan los niños, quizás a los mismos que los adultos, o si veneran a otros, como Supermario o Sailor Moon; sin embargo, cada cual, a su manera, pedía que cuando llegáramos a la casa donde los alquilaban el aparato estuviera, si no debías regresar tres o cuatro horas después y rezar de nuevo para que nadie se te hubiera adelantado.

Recuerdo una ocasión en que un amigo del barrio lo único que deseaba por su cumpleaños era alquilar uno y la madre le había dado lo suficiente para seis u ocho horas. Recorrimos los puntos cercanos, pero no resolvimos en ninguno. Caminamos y caminamos, porque era su cumpleaños y los cumpleaños son sagrados, hasta que me pareció que llegábamos al fin del mundo, aunque en verdad fueron unas seis o siete cuadras, y solo ahí, en el exacto lugar, donde si la tierra fuera plana, los océanos se desbordaran como una palangana repleta, pudimos cumplir la misión. 

Otro día, ese mismo amigo se apareció en mi casa de repente con un Nintendo en la mochila. Mi madre había salido a hacer unos mandados y había dejado la puerta cerrada. Estaba atrapado adentro y especificaré que vivo en un segundo piso. Así que él me pasó el aparato por los entresijos de la reja del balcón. Luego trepó por la tubería que conecta la cisterna con el tanque elevado para entrar por la ventanita del baño, por la cual cabía gracias a su constitución delgada. Está de más decir que mi madre al retornar casi se infarta cuando nos encontró a los dos prendidos en un torneo de OO7

En cada barrio, según los casetes, para el Ultra o el Super, o discos para el Playstation, habrán quemado juegos diferentes. Normalmente, en mi zona, eran muy populares el Mortal Kombat, Mario Kart, Killer Instinct, entre otros. Nos podíamos poner en extremo competitivos y no faltaba el berreado que se molestaba y desconectaba la consola para joder. 

Hay que recordar que la nostalgia también puede ser una fatality de Mortal Kombat:  semicircular, círculo, flechita p’arriba, triángulo y flechita p’abajo. En ese momento Kung Lao suelta su sombrero en el suelo, que comienza a dar vueltas como una sierra de picar madera y cercena por el medio a Scorpion, y tú te erizas ante tanto gore

Entonces tú, 15 años después, aún te acuerdas de la combinación de letras —semicircular, círculo, flechita p’arriba, triángulo y flechita p’abajo— que te permita cortar por la mitad a un tipo que lanza ganchos por las manos, mientras grita “get over here”.

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