El Cinematógrafo: Eva al desnudo

Ficha técnica:

Título original: All About Eve

Año: 1950

Nacionalidad: Estados Unidos

Dirección: Joseph L. Mankiewicz

Guión: Joseph L. Mankiewicz. Basado en el cuento The Wisdom of Eve, de Mary Orr.

Fotografía: Milton Krasner

Música: Alfred Newman

Reparto: Anne Baxter, Bette Davis, Celeste Holm, George Sanders, Gary Merrill, Thelma Ritter, Hugh Marlowe, Barbara Bates, Gregory Ratoff, Marilyn Monroe

Duración: 138 minutos

La vida ha sido buena con Eva. Las revistas van donde ella va. La han perfilado, revelado con reportajes: qué come, cómo viste, a quién conoce, dónde ha estado, a dónde y cuándo va. Eva. Todos conocen todo sobre Eva. ¿Qué más queda por saber que ustedes no sepan?

Contradiciendo estas palabras, mecanografiadas por Mankiewicz y dichas en off por el crítico Addison DeWitt (el mejor papel de un George Sanders igual de inquietante que siempre) en uno de los arranques supremos de la narrativa cinematográfica, aún después de su ovacionada cimentación en el recuerdo, de tantos premios Oscar y Sarah Siddons, de reverencias amorosas a lo Almodóvar en Todo sobre mi madre (1999); aun cuando se va hoy a un teatro que poco tiene que ver con el reseñado en los tiempos de DeWitt; aún después de muertos todos los que la han hecho y gracias a quienes la seguimos disfrutando, descubiertos todos los engaños, pagadas todas las cuentas, rotos y reparados los corazones de esta historia y sin olvidar que a ella pertenecen también los nuestros; seguimos sin saber nada sobre Eva Harrington.

Marilyn Monroe a inicios de su carrera, junto al manipulador personaje de George Sanders, en una de las secuencias más tensas de la película.

En absoluto: basta con volver a oprimir play en la oscuridad del disfrute y penetrar con la ingravidez de esas cámaras de la Fox en la primera escena, el impresionante inicio entre copas y humo de no cualquier cigarrillo, con el bien y el mal conviviendo bajo las solapas izquierdas de los smokings y difuminándose en miradas como de Margo Channing o Karen Richards; basta con volver a presentir el desastre, con percibir el infierno contenido en una estatuilla como premio, con alcanzar a leer párrafos enteros en las miradas de los intérpretes, para que tanta maestría nos deje anonadados y volvamos a ignorar todo sobre Eva, con una mezcla entre amnesia voluntaria e ingenuidad de cualquier primera vez. Al fin y al cabo, no es nuestra culpa; los momentos finales de esta película están condenados a perpetuar la sensación de que la historia no tiene fin, de que se repetirá una y otra vez, como la mordida de un vampiro.

Llama la atención que melodramas tan ácidos como este, nada mojigatos, más o menos optimistas y en enorme medida inescrupulosos hacia la moral americana, como son además Un lugar en el sol (1950), Cantando bajo la lluvia (1952), Gigante (1956) o Escrito sobre el viento (1956), se hayan acomodado con el paso del tiempo en el esplendor de la Era Dorada de Hollywood, en calidad de clásicos referenciales del período, sin disimular (no como muchas obras que de tan sutiles pierden toda su fuerza) el afán corrosivo en cada reflexión que provocan, particularmente el éxito a cualquier precio en este caso.

Creo que el poder común ejercido por películas inmortalizadas pese a tales características, desde una época de tanto conservadurismo y tozudez patria, concretamente en Eva al desnudo se manifiesta a partir de lo novelesco, de los entresijos de una historia no menos poderosa por predecible, de esas que agarran al espectador por el cuello de la camisa y no lo sueltan, y de secuencia en secuencia le abofetean en su sensibilidad, porque está estructurada y nutrida por un escritor-director tan difícil de emular como Mankiewicz. Por ejemplo, es notable la poca brusquedad cuando, pareciéndonos ya bastante interesante esa chica llamada Eva, una de las dos o tres máximas “mosquitas muertas” del séptimo arte, calada hasta los huesos en espera de idolatrar en persona a Margo Channing, su actriz favorita, un detalle tan premonitorio y grácil como la interrupción de un beso nos pone de parte de esta. Dicho sea de paso, no abundan los duelos interpretativos tan igualados en las woman pictures.

La inquietante Phoebe (Barbara Bates) en solo una escena demuestra el carácter cíclico de la ambición.

Está transmitido todo, además, a través de una fotografía impecable, que recoge cada detalle por delante y detrás bambalinas con suma exquisitez y calma; una visualidad aterciopelada que recoge impresionantes miradas de Anne Baxter, Bette Davis, Celeste Holm y Thelma Ritter, la excelente dirección artística, y transmite a la perfección el frío de la noche a las puertas de un teatro que, en cambio, siempre se nos hace cálido como un abrigo de piel, o en torno a un auto varado en medio de la nada por razones poco accidentales, y que nos conduce al espejismo, del mismo modo que la Rebecca de Hitchcock nunca existió, de creer haber visto el pasado de Eva cuando simplemente lo cuenta en primer plano.

No me asombra, por tanto, su éxito casi inevitable entre quienes vivieron la etapa clásica del cine o quienes guardan interés en ella, entre los que sienten especial atracción por el blanco y negro o aquellos suertudos que confían en la sublimidad de un título infalible y dan con este en medio de miles; no me asombra, pues Mankiewicz estaba en un muy buen momento en que se sacaba obras maestras de la chistera como caladas da Margo.

Poseía un talento fuera de serie, tan eficaz y variado que no hay una escena sin interés ni un solo tropezón dramatúrgico capaz de restar brillo a esta joya de 138 minutos sostenidos (siendo fruto de su lucidez ambos elementos) por diálogo y atmósfera, como tampoco hay fallos de esa índole en El fantasma y la señora Muir (1947), Carta a tres esposas (1949), Operación Cicerón (1952), Julio César (1953), La condesa descalza (1954), Ellos y ellas (1955), De repente, el último verano (1959), Mujeres en Venecia (1967), El día de los tramposos (1970) o La huella (1972), sin olvidar ese desafío artístico a Cronos titulado Cleopatra (1963) con el que Mankiewicz se sumó para la posteridad al selecto número de genios de la puesta en escena en hora y media que también podían serlo en más de tres horas, junto a gente del tamaño de Stroheim, Wyler o Kurosawa.

No participo del criterio eurekiano de quienes creen ver en el film una crítica al sistema de estudios, el cual ha llevado a su inclusión en listas de grandes películas sobre la industria del cine por parte de olvidadizos confundidos o amantes de los símiles forzados: para mí Eva al desnudo es, como tantas fábulas de cualquier nacionalidad, un mito sobre la ambición, atemporal como buen mito, que se ambienta en el teatro estadounidense, que para nuestra suerte contó con ese equipo y está legado en el (todavía joven) lenguaje audiovisual por una industria decisiva en el mismo y en pleno apogeo entonces, que sería igual de devastador e impactante así se desarrollara en una compañía de seguros o en la construcción de las pirámides.

Sin embargo, aunque esta clase de anécdotas sobre envidias, avaricias y rencores se repitan a lo largo del tiempo, dentro y fuera de nuestras vidas, sólo habrá una Eva. Ojalá no me equivoque y, en nuestra deconstrucción de su desnudez, Mankiewicz haga de nosotros tan buenos cinéfilos como director fue.

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