Desdigo a Martí y afirmo que Patria puede ser el amor ridículo a la tierra y a la yerba que pisan nuestros pies. En verdad, donde escribí tierra, va terreno. En vez de yerba sería césped, que es la yerba disciplinada y aplacada. Quizás pudiéramos, en vez de pies, colocar spike o zapatillas de polvo sucias. Donde puse nuestros, habría que agregarle un «sus» (porque son de ellos, pero nuestros también).
Entonces diría el amor, madre, a la Patria puede ser el amor ridículo al terreno y a la yerba que pisan sus (nuestros) spike. El amor, madre, a la Patria puede ser un Clásico Mundial de Béisbol.
Una amiga el otro día llegó con unas bolsitas de infusión al trabajo. Entre el índice y el pulgar llevaba cinco. Me dijo que era tilo. Necesitaba algo para calmarse mientras veía los juegos del Clásico -y era eso o ron para darse un cuartazo, pero el ron está muy caro-, porque si no se ponía a gritar y a maldecir. La mayoría de los juegos son por la noche y no quería despertar a los vecinos. El tilo le alcanzó para un solo encuentro, el de Cuba y Holanda. Para el otro debió comprar cinco bolsitas más.
La pelota, que es redonda y viene en caja cuadrada, enciende estas pasiones en muchos. Las infusiones de mi amiga me recordaron a un trovador, el cual me confesaba que su ex esposa machacaba calmantes y se los echaba en la comida cuando veía un juego importante, porque se ponía muy mal.
Él también me contaba que el escaparate de su casa estaba lleno de agujeros, porque cuando se alteraba le propinaba un piñazo a la puerta y el puño le quedaba encajado en el pliego. Me pregunto cómo estará él ahora, porque he visto un par de posts suyos en Facebook y no me parecen de alguien muy relajado.
Creo que todos a los que les gusta el béisbol -incluso a los que no, pero tienen la empatía para sentir el frenesí colectivo- andan un poco alterados. Mis vecinos no tienen la misma comprensión de mi amiga del tilo y en la madrugada del barrio escucho a través de mis ventanas cuando se anota un hit, tanto Cuba como su oponente.
Las ovaciones de victoria o derrota cuando las escuchas desde lejos suenan iguales. Quizás ello le da a uno el pie para decir que no importa ganar o perder, sino jugar; pero no nos engañemos. Todos queremos ganar. Por eso dolieron tanto las derrotas contra Países Bajos -alguien en las redes se preguntaba que si esos eran los bajos, no se imaginaba qué sucedería si topábamos contra los Países Altos- y contra Italia. ¿Desde cuándo Italia juega a la pelota? La pelota no es «cosa nostra», asere, sino cosa nuestra: que se queden ellos con el espagueti y el fútbol.
No obstante, después le ganamos a Panamá y, cuando todo estaba perdido, cuando la caja de Pandora la abrieron con una pata de cabra y cuando eso no sirvió le entraron a mandarriazos, entre los añicos de la caja encontraron la esperanza que es verde y se la come un chivo. La esperanza es yerba. La esperanza está en el césped.
Alguien en Facebook comentaba en modo de chucho que era inconcebible que en Cuba hubiera escuelas llamadas Solidaridad con Panamá y que el marcador hubiera terminado 13 a 4. Resultaba inimaginable para el internacionalismo proletario.
Ayer derrotamos a China Taipei y el alma vuelve al cuerpo. Estamos vivos, vivos. Incluso cuando los cínicos y los fatalistas ya habían pagado por Transfermóvil las coronas de flores para el entierro, cuando pensamos que por la vergüenza deportiva teníamos que sumergir la Isla en las aguas del mar Caribe y no salir de ahí en par de años.
No obstante, el amor, madre, a la Patria puede ser un ansia como una pelota que vuela y vuela y sobrepasa los muros todos, las cercas todas, las vallas todas. El amor, madre, a la Patria puede ser un jonrón, un correr a casa con todo lo que tienes.