La faena consistió en sustituir metro y medio de tubería de una instalación hidráulica y colocar una pieza conectiva. Si ciertamente el plomero debió poner —porque, además, quiso— un pedazo de tubo de su propiedad y agrandar unos milímetros el pequeño hueco en la pared, mi conocido jamás imaginó que por tan escaso esfuerzo le cobraría 1 500 pesos.
Quizás, amigo lector, usted piense como yo, que debió ajustar el precio antes de acceder al servicio, pues en estos tiempos no son pocos los que, por obtener una jugosa ganancia, sobrevaloran su trabajo, sobre todo si actúan por cuenta propia. No obstante, eso no fue lo que más indignó al cliente en cuestión.
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“Si los tiene; si no, no hay problemas”, una expresión recibida al momento de cobrar que tanto a él como a mí nos resulta últimamente muy recurrente. En lo personal, la he escuchado de boca de varios vendedores de alimentos a la hora de pagarles y hasta de algunos choferes al responder la pregunta de cuánto cuesta el pasaje.
Aunque no es para nada nueva en el argot popular de Cuba, pretende sustituir a aquel “deme lo que usted quiera”, de la misma manera se decía —y aún se dice— con prudencia, fingiendo eludir cualquier interés material. Claro, esta última se va tornando riesgosa en la coyuntura actual.
De ahí que “si los tiene; si no, no hay problemas” se ha extendido entonces, y hoy gana terreno en el universo de las llamadas frases idiomáticas. Lo mismo pronunciarla o escucharla parece ser tan normal como otros tantos males asimilados en nuestra sociedad.
Su contenido y hasta el modo de decir simulan una acción de generosidad. Al final, todos entregamos lo exigido y siempre quedará la duda: ¿cuál sería la reacción del vendedor o prestador del servicio si no recibiera la cantidad demandada?
En mi opinión, todo está bien calculado. No andan por ahí ofreciendo servicios a expensas de no recoger a cambio. Muchos de quienes emplean la frase ya estudiaron al usuario y el probable resultado, o tal vez están ofreciendo algo que no les genera pérdidas, como el caso de ciertos conductores de ómnibus estatales.
Pecarían de ingenuos quienes consideren benévola la mencionada condicionante, cuando en realidad busca encubrir el abusivo precio. También, de alguna manera, intentan que los clientes accedan a su pedido ante el temor a verse ridículos, egoístas, o mostrarse ingratos ante “tanta esplendidez”.
Así tampoco faltará el incauto conmovido por esa acción que abone más de lo debido, justificando tal comportamiento, incluso sin conocer sus ingresos reales, con aquello de que “los pobres se están buscando la vida”.
De muestras de gentileza y bondad conocemos de sobra los cubanos. Sabemos bien cuándo la conducta viene acompañada del deseo de ayudar, pero también cuándo se monta una farsa para conseguir determinado propósito. Y en el caso narrado al inicio, me inclino por lo segundo, sobre todo teniendo en cuenta que se trataba de alguien desconocido.
Y si bien resulta difícil comprobarlo, y hasta puede que existan, como en toda regla, excepciones, lo mejor es poner en práctica aquello donde usted, amigo lector, y yo de seguro coincidimos: ajustar cuentas antes de ejecutarse el servicio o se compre determinada mercancía.
Es la única forma de evitar que quien brinda alguna prestación, o vende un producto, ponga en duda si tenemos o no con qué pagarle, y al final no se salga con la suya.
(Caricatura: Miguel Morales Madrigal)