“Profe, eso es un bloque”, me dice un alumno con el semblante serio, como para que no piense que se burla de mí, cuando me disponía a dar mi clase sobre Félix Varela y el independentismo.
En ese momento por mi mente pasaron mil cuestionamientos. ¿Cómo va a decir eso? ¿Qué hago ahora? Me sentí como una señora de 80 años que intenta enseñarles normas y cosas de su época a los nietos, quienes ni siquiera desean escucharlas. A partir de ese día me propuse hacer que mis alumnos vieran la historia como la asignatura hermosa e interesante que es o, al menos, para no soñar tan alto, que ya no les resultara tan tedioso recibir mis clases.
Dice la voz de la experiencia que lo más importante para enfrentar el presente y el futuro es tener bien claro el pasado. La historia de Cuba es muy rica. Por ello, la instrucción en tal sentido de las nuevas generaciones es tarea, en primer lugar, de los educadores; aunque también en este sentido desarrollan un papel importante otros actores, como la familia, la sociedad y los medios de comunicación.
Aun cuando la Historia de Cuba se imparte desde la primaria hasta la universidad, no siempre se aprende en toda su dimensión, con sus errores y aciertos, con la profundidad y objetividad que la hacen más humana, interesante y real.
Durante mucho tiempo ha sido una inconformidad de los estudiantes y de algunos profesores la monotonía imperante en la asignatura, que ha permanecido casi estática durante años. Esta cuestión ha hecho que los alumnos transiten por los diferentes niveles de enseñanza sin motivación alguna por aprenderla y con “lagunas”, por no decir océanos, de desconocimiento sobre hechos trascendentales para la vida económica, política y social de nuestro país.
Las razones podrían ser varias y pasan desde el plano objetivo hasta el subjetivo. El déficit de maestros en las escuelas, el desinterés de los estudiantes por el estudio y la falta de motivación para que se acerquen a la materia son algunas de las causas identificadas.
Tampoco debe menospreciarse que su enseñanza puede resultar repetitiva. Por ello es necesario un extra de creatividad por parte de los profesores, para que cada clase se convierta en una aventura que los alumnos deseen vivir.
Hasta que no se comprenda que la impartición de dicha materia es más que una monótona cronología de nombres, fechas y hechos, la deuda con su enseñanza seguirá pendiente.
El reto consiste en despertar la curiosidad con la metodología adecuada, que puede variar según el interés de los alumnos. Son válidos desde los juegos didácticos, la proyección de filmes, echarle mano a los llamados “chismes históricos”, estrategias que motivan a la investigación y muestran que el aprendizaje es un proceso que aporta al crecimiento personal y cultural.
Romper con los esquemas preestablecidos y poner en función de ello las nuevas tecnologías de la información, para que los jóvenes aprendan por lo menos lo básico de la historia de Cuba, es responsabilidad de todos los que contribuimos a su formación futura. Han de cambiarse si es necesario rutinas y métodos tradicionales, muchos de ellos arcaicos, para que las nuevas generaciones conozcan ese pasado que necesariamente condiciona el presente y el futuro de la Isla que habitamos.
(Por: Yulia Galarraga Reyes, estudiante de Periodismo)