El rock ha vuelto a sus inicios. Comenzó como una contracultura que se popularizó, y con el devenir de las épocas regresó a su génesis, un modo de expresión de una minoría. En Cuba el asunto no se comportó de la misma manera, a causa de condicionamientos históricos y políticos propios de la Isla. Por esta razón, ha sufrido de prejuicios y malentendidos que llegan hasta la actualidad.
Por ello se impone su desmarginalización, entendida como romper algunos mitos que rondan el género entre la población. Entre ellos, el susodicho “eso es gritería nada más” o el carácter antisocial de aquellos que lo consumen.
Respecto al primero, baste decir que el rock posee una gran variedad de vertientes, desde el sinfónico hasta los más cercanos al pop; o sea, de sus variantes más fuertes, dígase que el metal no es la única que se le puede considerar como rock.
Por ejemplo, los Beatles fueron uno de los fundadores del ritmo, y muchas agrupaciones populares de esa década, que las personas mayores llaman de Oro, como los Fórmula 5, y otros que imitaban el estilo de la banda de Liverpool.
Sobre el segundo punto, los frikis y todas las preocupaciones que provocan entre aquellos que se creen promedio, asumir una serie de tradiciones en la ropa (de color negro, las botas, manillas con pinchos), en el cabello (trenzas vikingas, el mohicano), no significa que sean emigrantes dentro de su propia tierra ni que compartan valores morales negativos. Ciudadanos con conductas inadecuadas los encontramos en cualquier estrato de la sociedad cubana.
Para que se deshagan estas estructuras mentales nocivas, se impone una labor de concientización y educación en torno al rock: extraerlo de las zonas oscuras y acercarlo al público con actividades variadas, darle una mayor difusión en los medios de comunicación, desmentir tabúes mediante el convencimiento inteligente, de la propaganda precisa como un misil Tomahawk.
Este es uno de los objetivos que persigue la 20 Edición del Atenas Rock y lo cumplirá a través de conciertos en áreas céntricas de Matanzas, como el de Los Locos Tristes, en la Plaza de la Vigía, o el de Zeus, en el Viaducto. Esperemos que aquellos que ronden por los alrededores se aproximen y le metan oído, porque la buena música no entiende de géneros.