Periódico Girón: 62 años junto a Matanzas

Cuando llegué a Girón, la rutina productiva incluía plasmar en una hoja cada texto periodístico y, al final de este, una guía para encontrarlo luego en las carpetas insertadas en la red. Por eso la redacción era un sitio fuera de lo común, donde se invocaban las ideas lejos del silencio. Al ritmo de los dedos deslizándose sobre los teclados y el timbre perenne del teléfono, se sumaba el crujir de la impresora de cinta, reproduciendo las palabras para que el proceso editorial siguiera su curso.

Recuerdo las peripecias de los reporteros más longevos, conmocionados aún por la irrupción de las nuevas tecnologías, la cual implicó un adiós definitivo a las máquinas de escribir y una nostalgia por las épocas de linotipos, por el olor a plomo y tinta.

En aquel tiempo estaba recién salida de la academia y aprovechaba las oportunidades para escucharlos narrar coberturas intensas, madrugadas insomnes que atestiguaron el cierre de una edición.

No obstante, solo después de esa emoción primera de observar cómo tu nombre está allí salvaguardando la veracidad de cada línea, solo después de sentir esa bendita tensión que se experimenta antes de que un reportaje investigativo salga a remover la palestra pública, o de marcar una y otra vez sin temblor en los dedos el número de una fuente escurridiza, uno comprende la importancia de admirar a quienes estuvieron en tu piel en contextos igual de complejos.

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Comprendí que, a diferencia de la radio o la televisión, la palabra escrita es tu arma ante la coraza del lector. Si a través de tus líneas siente la soberanía de otras voces, si desde tus párrafos puede ver hasta la más diminuta emoción contenida en el ambiente que cobija un suceso, entonces lograste una suerte de “touché” directo en su alma.

Quizá por eso, más allá de los sinsabores, la mayoría de los colegas que alguna vez formaron parte del periódico hablan con nostalgia y lo reconocen como parte vital de su formación. 

Dentro del medio comprobé que no basta con la voluntad individual. Lo que llega hasta nuestros receptores es el fruto de una rutina donde cada eslabón es imprescindible. No se trata de un mecanismo distante, sino de un equipo en el cual puedes entregar confiadamente un texto a la lectura crítica de otros ojos, donde el fotógrafo y el reportero son uno solo, donde asistes a la multiplicación del café y se sobrelleva mejor el dolor de una errata.

Allí un texto adquiere la certeza de un hijo y quisieras que el semanario tuviese formato sábana —denominación de los antiguos periódicos de mayor tamaño—, para no tener que decidir cuál fragmento eliminar.

Descubres también que el material que entregaste, luego de horas de trabajo, pierde sus ínfulas de perfección en cuestión de segundos, y rehacerlo no es un golpe a tu ego, sino un aprendizaje necesario.

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En Girón se respira más fuerte a Matanzas. Él escucha de forma perenne en sus esquinas, en los debates del día a día; y hay textos abalanzándose con la misma intensidad sobre sus oscuridades y su belleza.

Entrar a sus archivos, que acumulan ejemplares de más de seis décadas, es revivir hechos trascendentales, rescatados de los dominios del olvido.

De ahí la insistencia en no dejar vacíos informativos, en ser voceros de la historia. Quién sabe si dentro de otros 62 años, al releer nuestras páginas, el futuro sepa de batallas épicas contra una pandemia mortal o de cómo una ciudad fue recomponiéndose tras el dolor de un fuego inesperado.

El Girón de hoy es muy distinto a ese que descubrí en el 2014. Cada vez nos acercamos más al ideal de multimedio y la web se posiciona como el principal proyecto editorial. Es común oír hablar sobre podcast, y un estudio de televisión resalta como novedad en su estructura.

Tampoco están muchos de los que me acompañaban en ese período, algunos simplemente decidieron seguir caminos distintos y a otros la muerte los sorprendió aún con el pensamiento encendido en cada edición.

Las rutinas productivas son más dinámicas, gracias a la digitalización y la migración hacia software libre, y hace muchísimo tiempo que la vieja impresora de cinta fue confinada al mutismo. 

Sin embargo, la redacción sigue lejos del silencio. Ahora resuenan más los móviles que la telefonía fija y manos jovencísimas agitan los teclados en busca de un periodismo mejor. 

Deduzco entonces que calificar a Girón como un sitio fuera de lo común no es un juicio basado en lo material, sino que reside en esa inquietud de invocar las ideas de la mano de la verdad. Una práctica que puede ser ajena para muchos; mas, para el órgano de prensa escrita de los matanceros, resulta el deber que rompe a diario la inercia ante una cuartilla en blanco.

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Sobre el autor: Lianet Fundora Armas

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