Cuba más de allá de un encuentro de titanes: ¿qué pasó en Tianjin?

La última reunión de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) celebrada en Tianjin, China, representa mucho más que un simple encuentro de titanes internacionales. Este cónclave, donde se reunieron más de veinte jefes de Estado y altos funcionarios de diez organizaciones internacionales, ha proyectado el futuro de las relaciones globales y asentado las bases para una arquitectura de poder donde el Sur Global emerge como protagonista principal. ¿Puede Cuba aprovechar estos escenarios?

Comencemos desde el principio. La OCS, desde su creación en el año 2001, ha evolucionado de una alianza enfocada en seguridad hacia una plataforma multidimensional que abarca cooperación económica, tecnológica y cultural. Lo que comenzó con seis países hoy se ha expandido a nueve miembros plenos y dieciséis socios y observadores, abarcando el 40% de la población mundial y el 25% del PIB global. 

En esta edición se aprobaron estrategias clave, incluido el diseño de desarrollo hasta el año 2035, el impulso de un banco de desarrollo propio y la ampliación del estatus de “socio de la organización” a países como Laos, señal inequívoca de la expansión del bloque. 

En medio del crecimiento del proteccionismo occidental y la agudización de tensiones geopolíticas provocadas por la política tradicional del Occidente colectivo, la OCS se consolida como contrapeso a la hegemonía tradicional del “mundo basado en reglas”. Las grandes potencias asiáticas, con China y Rusia como “pareja estable” de este romance global, ya no esconden su intención de abanderar una gobernanza alternativa, donde la concertación y el respeto a la diversidad se conviertan en bandera. 

Si algo ha caracterizado a la cumbre de Tianjin, con su pompa protocolar y sus momentos para fotografías oficiales de alto calibre político, ha sido la reafirmación del multilateralismo verdadero. Nada de puestos de segunda fila ni invitaciones por compromiso. Para los presentes, la OCS es una escuela de diplomacia inclusiva, donde la injerencia extranjera y el tutelaje político son, al menos en la retórica, objetos de museo.

La Declaración de Tianjin aboga, entre otras cosas, por la cooperación regional, el respeto a la soberanía y el rechazo tajante del intervencionismo. China, como anfitrión, ha impulsado el diálogo bajo premisas de igualdad y beneficio recíproco, mientras India se ha mostrado dispuesto a dejar atrás las rencillas fronterizas y sumar esfuerzos por el bienestar de sus ciudadanos. 

Ironías de la vida internacional: mientras Occidente lidia con sus propias tensiones transatlánticas y relaciones desgastadas con Rusia, la OCS expande su membresía y se postula como el epicentro de la diplomacia del Sur Global. 

¿Y Cuba, qué puede hacer en este escenario de poder alternativo, más allá de los discursos y los saludos protocolares? La respuesta, a mi entender, es bastante clara, aunque a veces tan amarga como el “derecho internacional” aplicado a conveniencia.

La relevancia de Cuba en este nuevo teatro diplomático no debe subestimarse. América Latina, y en especial las naciones con vocación de soberanía, miran con creciente interés la dinámica de la OCS. ¿Por qué? Simple: los márgenes para negociar en pie de igualdad aumentan y las posibilidades de colaboración tecnológica, inversiones y acceso a mercados alternativos se multiplican cuando se sale del círculo vicioso de sanciones y bloqueos. 

La asistencia cubana a estos espacios, aunque aún limitada formalmente –Cuba no es miembro pleno pero ejerce influencia como observador y socio en alianzas conjuntas–, abre puertas a una lógica económica menos dependiente de dictámenes foráneos. La posibilidad de sumarse a esquemas bancarios y de comercio regional diseñados desde el Sur, donde China y Rusia ofrecen redes de apoyo financiero y comercial, puede representar un bálsamo frente a las restricciones impuestas por Washington y sus vasallos. 

Ahora, no todo es fiesta, fotos ni bufet diplomático. El camino hacia una gobernanza multipolar está plagado de desafíos. Las divergencias internas existen –India y China todavía resuelven sus desencuentros entre tés y selfies–, así como las diferencias de visión sobre asuntos globales y regionales. Sin embargo, el consenso sobre la necesidad de reforzar la cooperación, la seguridad y el desarrollo sostenible parece ser más fuerte que las discrepancias. 

Uno de los mayores logros de la cumbre fue el anuncio de iniciativas para acelerar la creación del Banco de Desarrollo de la OCS, inspirado en los mecanismos de los BRICS. Este banco, si logra establecerse, podría otorgar créditos y financiamiento privilegiado para las naciones miembros y las asociadas, abriendo una vía alternativa al FMI y el Banco Mundial, donde ya sabemos, la objetividad es tan relativa como las telenovelas de mediodía. 

En materia de seguridad, la OCS reafirma su papel como espacio de diálogo, rechazando categóricamente la injerencia extranjera y las presiones militares. Además, se destaca el éxito en el manejo de crisis y la cooperación efectiva frente a fenómenos como el terrorismo, el separatismo y el extremismo, especialmente en Asia Central. 

La inclusión activa de Cuba en estos escenarios puede aportar oxígeno estratégico. Si bien todavía no hay un anuncio formal sobre la entrada plena de Cuba en la OCS, la tendencia indica que la diplomacia latinoamericana será cada día más parte de estos mecanismos integradores. La ampliación del status de “socio de la organización” y las constantes invitaciones a participar en foros consultivos ofrecen una ventana de oportunidad para nuestra Isla, especialmente en momentos donde la economía nacional busca desesperadamente nuevos socios y alternativas para su reimpulso. 

A nadie se le escapa la ironía de que mientras el Occidente colectivo se divide entre sancionadores y “humanistas a tiempo parcial”, el mundo multipolar sigue ampliando su base y diversificando sus socios. Para Cuba, la principal apuesta está definida: aprovechar estos espacios para acceder a recursos financieros, tecnología y comercio, articular nuevas alianzas en materia energética y digital, y consolidar una voz propia en la construcción del orden multipolar, donde cada quien pueda bailar con su propia música sin pedir permiso a la academia de baile de Washington. 

No obstante, ¿todo esto es una utopía o ya palpamos una realidad concreta? Hay que ser realistas. La OCS no es una panacea, pero sí representa un punto de inflexión en el modelo de gobernanza mundial. La cumbre de Tianjin ha dejado claro que el Sur Global no quiere seguir siendo el telonero del concierto internacional, y sí aspira a dirigir la orquesta, aunque los instrumentos sean diferentes.

Cuba, en este contexto, puede y debe apostar por una inserción inteligente y estratégica. La eficiencia de la diplomacia cubana en estos foros, la capacidad de negociar proyectos económicos concretos y la habilidad para aprovechar el clima de respeto y cooperación son los ingredientes necesarios para transformar las oportunidades en resultados. El reto no está solo en lo que se discutió en los salones de Tianjin, sino en cómo se aterriza esa colaboración en el suelo cubano: inversiones, transferencia tecnológica, capacitación profesional y acceso a redes regionales que permitan oxigenar el proceso de reimpulso de nuestra economía. 

La mayor contradicción es que, mientras se pontifica en Occidente sobre democracia y derechos humanos –a veces con más ruido que nueces–, el Sur Global va creando sus propias reglas y espacios para decidir su destino. La OCS y sus cumbres no son simplemente encuentros diplomáticos: son laboratorios donde se ensaya el nuevo mundo multipolar cada vez más posible, lejos de tutelajes y recetas prefabricadas. Cuba, con su historial de resistencia y creatividad, no solo debe observar desde la platea, sino salir al escenario, bailar y, si es posible, hacerse escuchar. 

¿La receta? Menos discursos, más estrategias, más alianzas y, sobre todo, más sentido del humor para lidiar con las contradicciones propias de este mundo que, aparentemente, empieza a girar fuera de su eje tradicional. Porque en el teatro internacional, como en la vida cubana, el que no hace, observa cómo otros deciden por él. Y en este multilateralismo de nuevo cuño –y no de nuevo cuento–, a Cuba le conviene estar, proponer y, por qué no, convertirse en referente de todo lo que puede lograr el Sur cuando decide pensar y actuar por sí mismo.

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Sobre el autor: Gabriel Torres Rodríguez

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