El Cinematógrafo: Aún estoy aquí

El Cinematógrafo: Aún estoy aquí
El Cinematógrafo: Aún estoy aquí

Según Céline Sciamma, las mejores películas son aquellas que son políticas, y las que intentan no serlo se hunden en el olvido. Las palabras de la autora francesa parecen haber calado hondo en mucho cine contemporáneo del mundo, en especial en América Latina.

Tres ejemplos centrados en la memoria histórica llegan como fogonazos nocturnos hasta esta página: la divertida sátira de Pablo Larraín, El conde, donde Augusto Pinochet se convierte en un vampiro incapaz de reconciliarse con la derrota; la dolorosa Argentina 1985, de Santiago Mitre, ese número no aparece por gusto en el título, ya que supone un recordatorio cronológico de cuánto ha pasado desde que se estrenó la película y lo que en ella se narra, constituye una respuesta contundente a los intentos de Javier Milei por borrar el pasado; y, por último, Aún estoy aquí, de Walter Salles.

En esta película la actriz Fernanda Torres carga con todo el peso dramático de la producción, mientras interpreta a la matriarca de una familia perfecta brasileña de los años 70, cuya tranquilidad y rutinas hogareñas son destrozadas por culpa de la desaparición forzada de su esposo y padre de sus hijos. Ella se llama Eunice Paiva, viuda del legislador asesinado Rubens Paiva y superviviente de la dictadura más longeva del continente.

Aún estoy aquí huele a cannabis, rock and roll y gasolina quemada de los automóviles, a aceras y carreteras calientes, conos de helados derritiéndose y sudor de muchachos y muchachas, a besos a escondidas en la habitación de arriba, a un verano presuntamente inacabable en el que el clan Paiva cronicó su vida mediante las fotografías de una polaroid. Detrás de la aparente tranquilidad que muestran frente a la cámara cuando posan, se esconde el miedo ante la posibilidad de que todo su edénico mundo desaparezca de cuajo. Eunice lo sintió así aquella mañana en que todos a su alrededor sonreían frente al fotógrafo y a lo lejos pasaba un camión lleno de militares. Después de aquel verano nada fue igual.

Ya regresados a casa, un grupo de sicarios enviados por el estado irrumpe a plena mañana en el refugio de los Paiva para llevarse a Rubens; el halo con que Walter Salles había bautizado a los personajes durante más de media hora de metraje queda hecho añicos en el piso de la cocina. Somos trasladados cuanto antes a la otra realidad: la de las torturas, los golpes, la inanición y los abusos que reinaba en la Brasil setentera.

Los jóvenes de Sao Paulo o Río de Janeiro se enfrentaban a la policía vistiendo sandalias hippies, llevando el pelo largo y escuchando a Caetano Veloso, The Beatles o The Rolling Stones. Así son los destellos de confrontación que nos muestra el director hasta que somos lanzados de lleno al fondo de la desesperación, al culmen de una dictadura que encontró en la violencia y la represión un control preciso y contundente de las masas.

La filmografía de Salles se estaciona en varios momentos de la historia latinoamericana para narrar episodios de algunas de sus regiones gracias a figuras archiconocidas o segmentos históricos que le sirven como ejes conductores de una visión predeterminada. Claro ejemplo de esto podría ser Ciudad de Dios, donde la samba, las chicas atractivas bronceándose en la playa y el fútbol son meros elementos decorativos de un argumento muchísimo más profundo. Pero en Aún estoy aquí se desvive por contar la historia con el mayor realismo posible sin renunciar a las sutilezas del lenguaje cinematográfico, por tal razón, el momento en que Eunice comprende y acepta que su marido ha muerto constituye uno de los mejores puntos y aparte de toda la película.

Después, la historia se transforma en un viaje por los recuerdos de toda la familia. Eunice logra graduarse como abogada y además es una reconocidísima activista que lucha por descubrirles a los brasileños las atrocidades cometidas por el régimen de Médici y honrar la memoria de su marido. Además, mediante conversaciones de sus hijos ya adultos, trasladamos el ángulo de la historia desde la madre hacia el suyo, con especial énfasis en el deterioro de salud de ella a causa del alzhéimer.  Es así que las escenas climáticas de Aún estoy aquí suponen una aterradora poesía: una de las mayores luchadoras de la justicia es víctima de la desorientación y el olvido, es responsabilidad de sus hijos y otros continuar la batalla que ella comenzó, batalla de la que Walter Salles (amigo de la familia Paiva) es también un soldado.

Es él, Salles, quien martilla nuestra cabeza con un epílogo —y close ups calculados milimétricamente de Torres— que nos recuerda cuán devastador podría significar deshacernos de nuestra historia como si se tratara de una vieja página de un libro. 

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Sobre el autor: Mario César Fiallo Díaz

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