Otro abril de júbilos

Otro abril de júbilos: aniversario de la OPJM y la UJC

Recuerdo con orgullo la primera vez que usé pañoleta azul: la emoción en el rostro de mi madre, la M de pioneros “moncadistas” dibujada con tiza en el suelo y nosotros —los de aquel entonces— sobre ella, con cientos de sueños empinándose para volar.

Aún no había cambiado el color de mi atributo pioneril cuando tuve mi primer espéculo en mano, como parte del círculo de interés de Enfermería, uno de los tantos que se impartían en el Palacio de Pioneros, lugar al que siempre quería regresar.

Luego, llegó el rojo a mi cuello; el mismísimo rojo presente en la bandera de la estrella solitaria, que recordaba la entereza y entrega de los que pelearon en la manigua, de los que no cedieron ante la paz sin independencia de Baraguá, de los que asaltaron el Moncada, de los que transformaron cuarteles en escuelas. El rojo de la Organización de Pioneros José Martí (OPJM), la que nació en los albores de la Revolución triunfante.

Lamento no haber podido disfrutar de todas las actividades convocadas por la OPJM. Al asma que tanto me castigaba en la niñez le debo el no saber de nudos, ni haber podido asistir, aunque fuese una vez, a los Campamentos de Pioneros Exploradores, donde no solo enseñaban puntos cardinales y estrellas por las que orientarse en la noche, sino también a amar la naturaleza y sus especies.

De las acampadas trascendían las anécdotas de fogatas donde más que llamas proliferaron historias al calor del fuego, y las excursiones monte adentro, en las que maestros y algún que otro padre involucrado se aseguraban de educar a los infantes en valores como la disciplina y la responsabilidad.

Pero las emociones pioneriles no se quedaban acuarteladas en los planteles educativos, llegaban hasta los CDR, donde velar por la tranquilidad ciudadana y los bienes no constituía solo tarea de adultos. En ese entonces, una hoja firmada por vecinos se convertía en fehaciente prueba del cumplimiento del deber.

No había salido todavía de la secundaria cuando entré a las filas de esa otra organización que acumula abriles de júbilos: la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), a la que una bonita coincidencia histórica unió en agasajos a la OPJM cada cuatro primaveral.

Mientras la pioneril cultiva retoños, instruye en atributos e insignias, pistas y señales, en cómo descifrar un alfabeto en clave y las artimañas para sobrevivir en condiciones difíciles, usando la naturaleza como aliada; la segunda se enriquece del liderazgo y el buen ejemplo, de la conducta que marca pauta, de los valores aprehendidos y el compromiso por defender las conquistas alcanzadas.

La OPJM y la UJC de hoy no son las mismas de hace más de 20 años, cuando yo inicié en sus filas. Nada es estático. Cada una teje sueños y se reinventa para mantenerse vital, a pesar de las muchísimas décadas que atesoran, de lo cambiante de los tiempos, de lo recrudecido del bloqueo y las crisis que genera el embargo, de la economía que zozobra y la sociedad en la que algunos valores penden de un hilo.

Con deudas por saldar, motivaciones sobre las que trabajar y muchísimas proyecciones en la mira, llegan a un nuevo cumpleaños, a otro abril de metas y retos, a otro aniversario de festejos, demostrando que, siempre que se quiere, ¡sí se puede!

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