
Martin Scorsese se ha definido a sí mismo como un creyente con dudas. El cineasta norteamericano cuestiona en parte de su filmografía si el simple ejercicio de la creencia en Dios hace al devoto. Ha tratado el tema de la religión y sus complicaciones a través de filmes como Mean streets, The last temptation of Christ y Kundun, pero ninguno de estos analiza tan profundamente el dilema religioso como Silencio.
En el siglo XVII, dos sacerdotes portugueses van a Japón, pues llegaron rumores de que su maestro en el sacerdocio había apostatado. Los padres Rodrigues (Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver) se aventuran en una tierra hostil, donde practicar y difundir la gran religión de Occidente es fuertemente castigado. Entre violencia, dudas y el implacable paso del tiempo, transcurre la sosegada historia.

En la tierra del sol naciente, el cristianismo fue tajantemente prohibido durante el período Edo (1603-1868). La amplia persecución a la que fueron sometidos los creyentes causó que muchos de ellos se refugiasen y pusieran en práctica sus creencias de manera secreta. A estos fieles se les llamó cristianos ocultos. La irrupción de nuestros personajes principales en este territorio significará un turbulento viaje por la sociedad nipona de la época.
Los rumores de la apostasía por parte del padre Ferreira (Liam Neeson) turban la mente de los protagonistas, que no comprenden la posibilidad de tamaña acción por una figura de su nivel. Las vejaciones sufridas por los feligreses ponen en duda los límites de la fe humana. Los predicadores de la palabra son sometidos a una serie de pruebas, sin duda, malintencionadas por los japoneses, para que renuncien a su dogma.
El padre Rodrigues, innegable guía protagónico, cuestiona su sufrimiento e intenta buscar respuestas con Dios. Dedicado en cuerpo y alma a la palabra del Absoluto, no comprende cómo puede seguir siendo castigado. Testigo y víctima del sufrimiento de los más fieles, se pregunta a sí mismo el cometido de su misión. La comparación con Cristo, reflejado en el agua, demuestra una vez más que el Mesías se viste inmune al pecado y aún estamos muy lejos de él.

Por otra parte, el indeciso Kichijiro, quizás el personaje más enigmático del largometraje, funciona como hilo conductor y penitente de todas las indecisiones cristianas. Un vaivén desolador se cierne sobre él, que pecado tras pecado acude a confesar. Su cruenta travesía es un fiel reflejo del ser humano, arrepentido siempre de sus malas acciones, pero destinado inequívocamente a repetirlas. La frecuencia casi satírica y a la vez desoladora con la que es tratada la confesión hace que todo lo punible caiga en saco roto.
La contraparte antagónica del filme, los señores feudales, muestra una posición eminentemente atea. Estos consideran más importante la renuncia de la fe que la eliminación de sus difusores. El miedo impuesto por los líderes transforma la misión cristiana en un arriesgado periplo.
Las formas de la película resultan detallistas. Sin embargo, para saciar a los espectadores que buscan dinamismo no es la elegida. La cadencia mostrada puede hacerse lenta o incluso aburrida si no se está familiarizado con el ritmo pausado que a veces ofrece el director. Como otros de sus trabajos, la duración puede parecer un tanto larga.
El lenguaje cinematográfico de este filme define a su realizador como un versátil maestro de la imagen. El mítico filmaker nos tiene acostumbrados a montajes rápidos y violentos, como los vistos en Goodfellas, The wolf of Wall Street y After hours, pero en este caso sería diferente. La puesta en escena casi estática de Silencio transmite una belleza naturalista y tranquilizadora, a pesar de contener en dicha preciosidad pasajes violentos y desgarradores.
El visionado de este trabajo deja confundido incluso a los más asiduos de su filmografía. Martin Scorsese asesta, otra vez, un golpe de efecto, y prueba su capacidad para sorprender a todos. Una trayectoria que supera los 50 años no parece aburrir a los más fanáticos del séptimo arte. Su legado, década tras década, sigue vigente.
Andrew Garfield ofrece nuevamente una interpretación magistral. La diferencia del joven seguro al cura decadente es encarnada con una cruda visceralidad. La inevitable decadencia física del personaje me hizo recordar de forma leve al Frank Sheeran de De Niro, en The irishman.

Una banda sonora muy apegada a la naturaleza, con el ir y venir de las olas y el constante silbar del viento, acompaña las torturas cometidas contra los sacerdotes. Pisotear una imagen de Cristo, renegar la insondable fe o escupir íconos de la Virgen María, son algunos de los castigos espirituales que demuestran los límites humanos que nos separan de Dios. ¿Hasta qué punto es sensato sufrir por una deidad silenciosa que, vista desde el pragmatismo, no significa algo digno de martirios?
Resulta agobiante para el hombre todo aquello que no puede comprender. Nuestra mundanidad nos separa de los designios divinos y a algunos, los más dubitativos, les tortura hasta el cansancio. La historia de Silence se resume al fiel que duda hasta sus últimos momentos del mandato inviolable del Todopoderoso. (Por Máximo Enrique Badía Yumar, estudiante de Periodismo)
Interesante artículo felicidades al autor
Gracias a Dios puedo ver para leer semejante literatura