Dandadan llegó a nuestro país por las vías de siempre: la red Telegram, bancos de copia de información o el paquete. Dicho anime se convirtió en una sensación mundial que atrapaba a personas de toda Cuba en una adicción (de las buenas) que no veía desde hacía mucho tiempo, cuando, por ejemplo, Attack on Titan unió en un aquelarre casi sobrenatural a fans y no tan fans del medio. Dandadan parecía una estampida de terror y ciencia ficción que dejó atónito y con ganas de más a todo el que veía al menos uno de sus primeros doce episodios.
Ambientada en la Japón moderna y con protagonistas adolescentes, Dandadan pudo ser otro shonen/shojo de paso. Su autor, Yukinobu Tatsu, lo sabía, por tal razón leyó todo lo que pudo de estos géneros del manga japonés. En su lectura encontró zonas comunes que tal vez funcionaban a finales de los noventa y principios de 2000 pero, con la popularidad del anime en alza y la sofisticación de sus métodos de animación, también llegó la supresión de elementos que le restan dinamismo a una dramaturgia tan alocada como la de Dandadan.
Cada uno de sus capítulos es como un tornado que va dejando fantasmas y aliens y risas y lágrimas por donde sea que pase. Doce semanas, doce episodios. La trama de Dandadan persigue a dos muchachos tan distintos el uno del otro que son ellos mismos la personificación de dos vertientes diferenciadas del storytelling: el terror y la ciencia ficción.
Ayase, una exorcista en potencia que es incapaz de creer en platillos voladores y amenazas espaciales, pero sí en fantasmas y maldiciones, por tal razón no me sorprende su marcadísima aversión (en un principio) hacia las obsesiones galácticas de Okarun, la otra cara de la moneda: un muchacho convencido de que hay vida en otros planetas, y que aquí, en la Tierra, se han infiltrado entes espaciales con el objetivo de estudiarnos, colonizarnos y esclavizarnos.
El absurdismo de la serie, ligado a factores como el romance, el humor y la sensibilidad nipona para contar mini historias en sus arcos dramáticos son algunos de los elementos que convierten a Dandadan en una recomendación acertadísima. Además, su preciso uso, combinación y alteración de las estructuras del terror y la ciencia ficción le confieren un aura tenebrosa y fantástica que nunca desaparecen, a pesar de las altas dosis de comedia de sus animaciones, situaciones y particulares personajes.
La historia de Dandadan comienza con un espíritu vengador atrapado en un puente abandonado: la Turbo Abuela, y con un grupo de marcianos obsesionados con los genitales de los seres humanos, al punto de querer extirparlos para estudiarlos. Después, aparece un cangrejo gigante que almacena en su caparazón las almas de los muertos que jamás llegaron al más allá que persigue a Ayase y a Okarun por las callejuelas de la ciudad. Todo eso en los primeros tres episodios, y sin contar al luchador de sumo gigante que aparece en un monasterio.
Por si fuera poco, en Dandadan no dejan de ocurrir avistamiento de otros temibles enemigos como el monstruo del lago Ness. Un marciano que encuentra en la leche de vaca y su venta el único modo de subsistir en el espacio exterior; también, el fantasma de una madre que se ganaba la vida como prostituta y que fue golpeada en un ajuste de cuentas en su propia casa, frente a su hija, la cual buscaría sin descanso por todos lados, hasta terminar lanzándose de un edificio rumbo a la muerte.
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Sí, Dandadan podría definirse como una quimera de todo lo reconocible en el mundo de la cultura pop. Habla de romance, de miedo, de abducciones; tiene referencias a momentos inolvidables de la historia del país del sol naciente. Por ejemplo, el cangrejo boxeador al que se enfrentan nuestros héroes en el instituto repite las mismas líneas y melodías de un comercial muy famoso que promovía y celebraba en plena televisión nacional una rutina laboral de veinticuatro horas.
Es imposible definir un anime que rechaza cualquier etiqueta. Su constante combinación de estilos y géneros hacen que sea difícil establecer una tipología que encierre lo que se está contando. Casi como Lynch, casi como Kubrick, o como Edgar Wright o Tatsuki Fujimoto, autor de Chainsaw Man, incluso Hideo Kojuma, cuyo medio son los videojuegos. Todos estos autores comparten el uso del azar y la extravagancia en una fórmula perfecta que no deja de aportar giros de guion y reinterpretaciones de sus mundos.
Es interesantísima la capacidad que tiene un buen mangaka para resumir en diálogos y paneles toda una idea. Los mejores son capaces de describirla como quien mata una pulga con un alfiler. Tal vez por eso el manga y el anime han sufrido un alza en su popularidad; quiero decir: son comunes las referencias que hacen atletas olímpicos a personajes de programas de su infancia como Naruto, Luffy o Goku. Esta forma de entretenimiento dejó de ser nicho hace bastante tiempo, ahora es una narrativa respetada en todo el mundo.