Cien años de soledad: Netflix frente al pelotón de fusilamiento

Cien años de soledad: Netflix frente al pelotón de fusilamiento
Cien años de soledad: Netflix frente al pelotón de fusilamiento

El coronel Aureliano Buendía ha visto como se alzan los fusiles y le apuntan al pecho decena, cientos, miles de veces. Habita en un bucle. En ocasiones su rostro es de ese tatarabuelo –  las mejillas mordidas, el porte esbelto y un poco encorvado – que murió en un campo de batalla para encontrar su destino sudamericano; en otras, tiene largas patillas de algodón y esa mirada afilada como cuchilla de barbero al igual que tu profesor de química; o, tal vez, el mentón de picahielo y cejas de caballo, como el vendedor de la librería de uso. Existen tantos fusilamientos y Aurelianos como personas han leído Cien años de soledad.

Tal vez en esto radica por qué no perdonamos a la adaptación de la novela de Gabriel García Márquez de Netflix. Los personajes y los escenarios no coinciden con los de nuestra imaginación. Entre los valores de la literatura quizás el que más la enriquezca se halla en los márgenes que crea: entre la visión del autor y la interpretación del lector; entre la percepción de cada lector que se enfrente a la misma obra y que la permea de sus subjetividades individuales y el cúmulo de experiencias, tanto intelectuales y vitales.

Por supuesto, lo que encontrarás en la serie no será lo que ronda tu cabeza desde el momento que García Márquez te llevó a conocer el hielo o, mejor dicho, a redescubrirlo; porque ninguno de nosotros recuerda el primer momento que entendimos que pueden quemar los vidrios. Ahí está el realismo mágico: en joderte a puro golpe de nostalgia.

Entonces a la producción audiovisual le falta esa polisemia: fija caras, recrea momentos que tú debiste construir en tu mente y creíste que inventabas el mundo, como cuando se fundó Macondo y las cosas no tenían nombre y había que señalarlas con el dedo.  En ese sentido tiene todas las de perder. Además, recordemos que quizás después del Quijote sea la más grande novela en español, según mi criterio, por si aparece alguien con deseos de rebatirme.

Más allá de la falta de los márgenes de la literatura, pienso que la serie se eleva como un intento digno de representar la prosa garciamarquiana. Corre con mucha mejor suerte que otros experimentos como «El amor en tiempos del cólera» , tan artificial, tan artificioso, tan impoluta que palidece como sosa cáustica.

Siempre se habló de la irrepresentabilidad de los textos del Gabo por su lirismo exacerbado y el uso del realismo mágico que al final no es más que flores amarillas en el inconsciente colectivo latinoamericano. Nunca cuando se traduce un producto de un lenguaje a otro – del literario al cinematográfico – se podrá adaptar todo el contenido. Siempre quedarán maletas perdidas en los aeropuertos.

Sin embargo, la maquinaria occidental del paripé se dio cuenta que el folklore latinoamericano resulta rentable. Pensemos en filmes animados como Coco o Encanto. Esta última con bastantes puntos en común con la ficción macondiana. Entonces ¿cómo pasar por alto un libro que condensa doscientos años de un continente?

En esta nueva propuesta destaca la ambientación y el vestuario para describir el Caribe colombiano. Quizás se excedieron con escenas sexuales sin una justificación plausible, más allá de ver los cuerpos correr.

Realmente, trataron entre lo posible ser fieles al material original. Ayuda bastante el uso de una voz en off que emplea algunas de las metáforas más poderosas del libro – la risa de Pilar Ternera espantaba a las palomas – y a la vez permite dilucidar mejor una trama que por extensa y cargada puede resultar difícil de comprender, sobre todo en pantalla.

Me emocioné bastante, no puedo escribir otra cosa, cuando me enfrenté a estos primeros ocho capítulos (todavía resta una segunda temporada para adaptar el libro por completo). Dudé mucho antes de escribir este texto. «Cien años de soledad» intervino en gran medida en la educación sentimental de muchos y en la aceptación de una latinoamericanidad bombardeada de Pepsi Cola y tiroteada por Silvestre Stallone.

No obstante, creo que constituye, si uno va hacia él de manera desprejuiciada, muy disfrutable y a la vez puede acercar a muchos a la obra del Gabo en un mundo que muchos pasan página de la literatura por lo visual.

Yo solo sé que el coronel Aureliano Buendía continuará perdido en sus ensoñaciones frente al pelotón de fusilamiento.

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