¿Quién vigila a los vigilantes? Foto Tomada de Internet
El periodista debe ser látigo, de chasquido fuerte y contundente, nunca maraca, de mucho ruido y poco por dentro; microscopio que devele esas pequeñas verdades que a veces ignoramos y nunca microbio que infeste el espíritu con su nimiedad; el biógrafo de los sin historia, no de quienes los condenan a la intrascendencia o a ser números fríos que hablan de aquellos que están por debajo del umbral de la pobreza; es Julius Fucik que, de tantas verdades, para callarlo debieron ponerle la soga al cuello.
La prensa en sí ha acaparado varios objetivos: la que pone el dedo en la llaga, los que ponen a temblar un gobierno con un artículo o pregúntenle a Nixon, los que miraron la muerte en los ojos de cristal de un niño y tuvieron la fuerza para que la mano nos les temblara, por la impotencia a la hora de escribirlo.
No obstante, tal vez su función más conocida sea la del cuarto poder. Los primeros tres (el ejecutivo, el legislativo y el jurídico) se basan en organizar las naciones, en hacer cumplir el contrato social de Rosseau. Constituyen los vigilantes del orden y la observancia de la ley. Sin embargo, mi pregunta sería quién vigila a los vigilantes.
¿Quién, si alguno de esos primeros poderes se desvía o se corrompe, se encarga de señalar la podredumbre antes que esta se extienda? ¿Quién nombra lo innombrable? ¿Quién levanta la hermosa alfombra de damasco para buscar el polvo debajo de ella? ¿Quién enciende la luz para que salgan volando las cucarachas, como escribiera un gran reportero?
Ahí entra la prensa como órgano regulador. La razón de ser o por lo menos la tarea más vital del cuarto poder resulta velar por los otros. Carga dicha responsabilidad. Tal vez porque de todos ellos, él está más cercano al pueblo. Debe ser el podio desde donde este, a voz de cuello, exponga sus preocupaciones. Nunca debe ser el que lustre las botas de los explotadores.
Mucho se ha debatido en Cuba sobre cuál lugar ocupa el periodismo dentro de un sistema socialista. Hay algunos que opinan que debe ser muro de contención, tan alto a veces que lo que hay más allá no se puede observar; otros, que debe ser ariete, que golpe tras golpe derribe todas las puertas, incluso algunas que deberían permanecer cerradas. Como es habitual en la historia de esta Isla, los puntos medios se nos dan fatal, las tonalidades grises nos aburren porque ahí no hay pelea pendiente ni gloria en el reino a la mitad de todo.
Creo que dentro del panorama político de la Isla debemos fungir como fiscalizadores del socialismo. Todo país es perfectible y el nuestro no se halla a salvo de eso; sobre todo cuando desde hace 60 años seguimos un camino incierto que se ha construido, muchas veces, a prueba y error. La corrupción, los errores, no han faltado; por ello, con el más virtuoso espíritu martiano, que por algo es uno de los más grandes periodistas que ha dado a la luz esta Isla, se podría decir que es preferible prevenir que tener que lamernos las heridas.
El triunfalismo ingenuo, el querer tapar el sol con un dedo aunque se nos escape la luz por los costados, el ignorar realidades o hacer de ellas una selección que se convierta en castillo de arena, derribado a la primera marejada sobre todo en épocas tan tormentosas como esta, no nos beneficia en nada. Tampoco lo hace la crítica por el puro placer de sacar las tiras del pellejo, el análisis malintencionado o pensar que la verdad se arroja como una piedra para tumbar mangos bajitos.
Tanto aquí en esta tierra caliente y misteriosa como allá, en las ciudades de celofán y vidrio, la prensa debe ejercer la profesión de vigilar a los vigilantes y para ello, lo más importante, resulta ser buena persona.
La única manera de defender a los otros como si fueras tú mismo es a través de la empatía. Convertir en nuestra la carne magullada, el dolor ajeno, el reclamo de los que se quedaron a medias por la metralla. Sin importar dónde sea, estos profesionales de la pluma, el oído y los ojos deben cumplir su máxima obligación: servir a la verdad y a las audiencias.
El periodismo valiente que enfrenta los problemas con críticas sinceras y verdades, se respeta por los que recibimos y aplaudimos sus trabajos, pero el periodismo que se cuida de criticar y señalar lo mal hecho, lo haga quien lo haga, por temor a señalarse ó a perder sus condiciones ó cargos, es cobarde y lo detestamos .
Desgraciadamente, aún lo padecen muchísimos periodistas en Cuba.