Crónica de Domingo: Cumplir 30 en Cuba

Cumplir 30 en Cuba
Cumplir 30 en Cuba. Imagen generada por IA

Me estoy poniendo viejo. Este 7 de agosto cumpliré 30 años. Dejaré atrás esta falsa vejez que me he inventado e intentaré el único propósito que me queda ser, hombre, un hombre con la mitad de mis historias contadas y espero que más de la mitad estén por contar.

Sobrepasaré la media rueda y me lo siento en el cuerpo, como si antiguos hierros me habitaran. Extraño al anterior yo que podía venderle una noche al olvido y al otro día despertarme sin deudas. Hoy me duelen los huesos, el de la alegría, el que me mantiene firme mientras camino en tu busca.

Nací en el corazón del alquitrán del Período Especial. Crecí así, con los anticuerpos de pegarme a cualquier llave como si bebiera de la fuente de la vida. Bebí de las llaves de mi cuadra hasta que mis anticuerpos fueron más fuertes que yo.

He sembrado un árbol (en la escuela al campo), escribí un libro y me falta el hijo. Sin embargo, los hijos de mis amigos son mis sobrinos. Ellos tendrán ese amor de gente que han golpeado mucho que puedo dar.

Sobrepasaré las tres décadas y aún no tengo mi casa y me cuesta lavar y todavía me quemo los brazos al freír huevos. Me preguntan por ahí cuándo tendré mis hijos y no sé qué contestar, incluida mi madre, pero respondo que aún no creo que el mundo merezca mi descendencia.

Voy a cumplir 30 y aún no me quedo calvo, aunque siento que mis fuerzas ceden. No podré amarte con el mismo desespero que cuando tenía 20. Mis huesos me juran que resulta una mala idea.

No gano lo que quisiera y ese sueño de ir a un concierto de Metallica me suena cada vez más lejano. Me he quedado por el masoquismo del que se golpea la frente con la pared porque no se entiende a sí mismo, e igual no se entiende a sí mismo.

He tomado más botellas de ron que las veces que me han roto el corazón. Este último ni la cola loca ni la locura me lo sana, pero seguimos así, medio rotos, medio remendados.

Mi madre me exige que haga algo con mi vida y yo no sé qué, ¿regalarla?, ¿prestarla?; pero no me da la gana. Sus nietos ya llegarán, mientras tanto me espera ese sueño en que cambiaré todo, en que el mundo es así, injusto, porque me da la gana.

Con 20 años alguien me dijo que en mi mano estaba el futuro, pero con el tiempo ha trepado por el brazo hasta el pecho. Ahora es más una corazonada que una certeza.

No gano con mi trabajo lo que quisiera, y aún no tengo hijos. No sé qué me haré cuando los tenga. Supongo que a ellos no podré dormirlos hablándoles de la obra de Carpentier y de toda la baba que he almacenado en mi vida para parecer más interesante.

Aún no se me han roído los dientes, pero sí uno que otro sueño. No soy el mismo de hace par de años en que ella me dijo que podríamos matar el hambre y la pobreza de este mundo y le dije que sí, porque la quería y le creía. Ahora solo quiero ayudar como pueda.

Sigo en este país cuando gran parte de mi gente se ha ido, porque creo que con lo cabeza dura que soy no encontraré la felicidad en otra parte, o al menos la felicidad de sentirme útil.

Me quedan deudas pendientes: dejar el cigarro o reducirlo; no emocionarme con los destellos de esperanza; crear mi hogar, aunque crie telarañas en los rincones del cuerpo.

Sin embargo, mientras tanto seguiré creyendo que soy el tipo al que le sobra el tiempo, el que se emociona con que sus personajes en el libro alcancen la felicidad, el que cree que la vida puede empezar en la próxima esquina, como Luis Rogelio Nogueras, y que no envejeceré porque no quiero hacerlo.

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