Tarifas como adorno
La decisión nunca es fácil, pero el astro rey hacía de las suyas justo al medio y sin oportunidades de sombras. El calor sofocante, una parada con una demanda que sobrepasaba por mucho las opciones disponibles a esa hora y ciertos “crujidos” estomacales obligaron esta vez.
Era recurrir a ellas, las que vacían tus bolsillos con solo la idea de cogerlas, o esperar con paciencia por el milagro del transporte público.
Todo estuvo bien hasta que saltó a la vista el dichoso papel de las tarifas, muy sutilmente ubicado en la esquina derecha, así como entre medio escondido y medio visible.
Ahí, pegadas al parabrisas, estaban las propuestas de precios para el sector no estatal, en las diferentes rutas del municipio en cuestión, con fecha 15 de enero de 2024. Ahí estaban, como un adorno y a la vez burla para quienes, por necesidad, y en menor medida por comodidad, tienen que moverse entre localidades equidistantes.
La situación del transporte y las disímiles violaciones que le rodean constituyen una temática que no por trillada deja de ser vital ahondar en ella.
Forma parte de rutinas, a las que no nos podemos negar, desplazarse a trabajos, escuelas u hospitales. Y me refiero a las obligatorias, para que no me acusen de “soñadora” o “poco aterrizada”, por elegir visitar un lugar por mero placer.
Mientras en la esquina del vehículo se divisan números y relaciones analizadas y más que debatidas a nivel gubernamental, la realidad demuestra que quedan justo ahí: en el papel.
Y aunque siempre se puede polemizar y discutir, porque por las venas corre sangre y la vida está dura, si no abonas lo exigido por el conductor (esas tarifas que bien pueden doblar las establecidas), no viajas.
Se entiende que la inflación escapa de las dimensiones del transporte, que el combustible quema sin hacer combustión, que las piezas escasean y que casi todos los caminos llevan al mercado negro. Pero, bajo el lema de que “todos necesitamos sobrevivir”, los abusos ya rozan lo imperdonable.
Dejar partir la soga por el lado más débil se ha vuelto tendencia, sin pensar mucho en quienes están de ese lado.
Lo cierto es que, mientras no se tomen verdaderas cartas en el asunto y se vele por que se cumpla lo establecido, seguirán las leyes y medidas siendo adornos en vehículos y oficinas; y, por ende, los hombres y mujeres de a pie continuarán dejando de creer en ellas.