Archivo Girón: Nemesia en la cicatriz de un país

Nemesia mientras lee en las cercanías de Santa Teresa

Siempre que puede, Nemesia se dirige hasta Santa Teresa, apartado paraje donde creció y tantos recuerdos le trae de su niñez, allí disfruta leer.

El odio envilece, y en su nombre se cometen monstruosidades. ¿Cómo entender las razones de un piloto que descarga su furia contra un camión tripulado por civiles, en su mayoría niños? ¿Qué circunstancias motivaron al aviador a disparar una y otra vez sobre el vehículo? Esas preguntas han atormentado a Nemesia durante muchos años, desde que un día gris trastocara su vida para siempre.

Esta es la entrevista que, desde nuestros archivos, le proponemos recordar en estas jornadas.


Temprano en la mañana llegamos a Casa de Nemesia. Éramos tres jóvenes periodistas y un chofer veterano. Todos estábamos deseosos de dialogar con ella. Sin acuerdo previo, evitamos que rememorara el dolor de su niñez, que siempre ha viajado consigo y que algunos intentan evocar una y otra vez.

En la humilde sala de su casa, donde nos acomodamos, comenzó la conversación. En una mesita descansaban retazos de tela que denotan su afición por la costura, junto a varios libros sobre Fidel, Chávez, o la epopeya de Playa Girón.

Mientras avanzaba la plática, Nemesia mencionó, un lugar no muy distante del poblado de Soplillar, un sitio que disfruta. Hacia allí partimos. En la quietud del paraje la conversación se distendió y hoy decidimos compartir con los lectores fragmentos de aquella mañana memorable cuando la entonces niña presenció uno de los golpes más fuertes que alguien puede presenciar: la muerte de un ser querido.

“Me gusta venir a Santa teresa, leo mucho. Hay tranquilidad. Me trae numerosas vivencias de mi niñez. Mi papá tenía aquí un conuco, como decimos los guajiros, y yo venía donde el cultivaba las cañas, los plátanos…

“Aquí fui feliz de niña. Siempre ansío volver y cuando llego me siento muy contenta. Me fascina el lugar. Recuerdo a mi papá trabajando, cortando caña para alimentar unas vaquitas que tenía, sembrando plátano, frijol.

“Me encanta el monte y nada me asusta, ni los animales jíbaros, ni los mosquitos. He oído que los insectos de aquí se comen las larvas del Aedes, por eso, apenas escuchas hablar del dengue.

“Suelo venir con mis sobrinos, con la familia, hasta hacemos almuerzo. Otras veces he arrancado caminando sola para refugiarme aquí. Y me he inspirado una que otra vez:

En Soplillar yo nací
 y me siento tan contenta
 que no he sacado la cuenta
 del tiempo que llevo aquí
 por eso me sorprendí
 bajo la mata de güira
 al pensar que el tiempo gira
 y gira para matarme
 y ni así podrá quitarme
 lo que tengo de guajira.

«¡Tengo de guajira todo! Me siento muy plena en el campo. Soplillar es un sitio muy sereno. Vivimos todos como familia, nos cuidamos unos a otros. Las chirimoyas se maduran en tu jardín y ni los niños las cogen’.

«Cuando llega abril me pongo un poco nerviosa. Los médicos me indicaron evitar las entrevistas, casi siempre me emociono.

CELIA

“Mi mamá y Celia se conocieron y entablaron una relación de amistad. Celia vino a Soplillar al poco tiempo de triunfar la Revolución para llevarse a un grupo de jóvenes a estudiar a La Habana. Entre ellos estaban algunos hermanos míos. Los hospedaron en las casas intervenidas de los ricos que se iban del país.

Fotografía que conserva Nemesia de su madre Juliana Montano, asesinada por la aviación de la invasión mercenaria cuando se evacuaba en camión hacia Jagüey Grande, junto a sus seis hijos pequeños y un sobrino de pocos meses de vida.
Fotografía que conserva Nemesia de su madre Juliana Montano, asesinada por la aviación de la invasión mercenaria cuando se evacuaba en camión hacia Jagüey Grande, junto a sus seis hijos pequeños y un sobrino de pocos meses de vida.

“Como se avizoraba una invasión, mi mamá arrancó para La Habana a traerlos, pero Celia trata de persuadirla. Así se conocieron.

“Cuando mi mamá muere, el Indio Naborí me llevó para la casa de la heroína. Ella amparó a numerosos niños huérfanos. Su intención era quedarse conmigo, siempre fue muy buena. Pero yo quería regresar.

“Con los años, al leer la biografía de Celia, entendí varias cosas. Recuerdo que cuando estaba en su casa yo lloraba mucho: “Llévame para mi casa que tengo deseos de ver a mi mamá”, le decía; entonces Celia me cargaba y también lloraba desconsoladamente.

“Siempre tuve esa inquietud: ¿por qué Celia lloraba tanto conmigo? Con los años, supe que ella también fue huérfana de madre. Al parecer, yo le traía de vuelta esos tristes momentos, rompía en llanto junto conmigo como si fuera mi familiar más cercano y sintiera muy adentro mi dolor.

INDIO NABORÍ

«Cuando Celia conoce que entre las víctimas civiles de la invasión aparece el nombre de Juliana Montano, llama al Indio Naborí, que estaba en Varado al frente de los alfabetizadores. Le pide al Indio que hiciera una crónica acerca víctima civiles de la agresión.

“Entonces él entró hasta Palpite, pero allí le informan que la familia de Juliana Montano estaba en Jagüey Grande. Porque a nosotros nos ataca el avión cuando nos evacuaban hacia allá.

“El poeta comienza a indagar y le informan dónde se encontraba el camión tiroteado. Al localizarlo se trepa en el vehículo y comienza a tirarle fotos a las latas de leche, las colchas quemadas. Es cuando encuentra los zapaticos blancos en una caja, traspasados por un proyectil.

“Naborí toma la cajita y sale en busca de la dueña de los zapaticos blancos.

LOS ZAPATICOS BLANCOS

“Los zapaticos blancos habían sido el sueño de mi vida. Todos los niños han tenido un sueño, los míos eran ver mis pies calzados con ellos. Antes del triunfó de la Revolución no me lo pudieron comprar.

“El mismo año 1959 en que Fidel baja de la Sierra construyen la carretera. Ya podías ir a Jagüey. Ibas por la mañana y regresabas por la tarde. Antes, solo viajábamos cuando había algún enfermo.

“Vi la oportunidad y le dije a mi madre: ‘¿ahora sí me puedes me comprar unos zapatos? Si me lo compras que sean blancos, mamá’. A principios de abril mi anhelo se había hecho realidad.

“Pero figúrate…en la Ciénaga no encontraba la ocasión para estrenarlos. Creía que se me iban a romper y me los puse una sola vez, me los quité enseguida y los aguardé en la cajita.

“Nunca piensen en una niña de 13 años de estos tiempos. Se trataba de una niña del año 1961. Yo no sabía lo que era una invasión. Nunca creí posible que nos podían matar sin nosotros atacar a nadie.

“Cuando mi papá nos dijo: ‘¡Recojan lo imprescindible! Esto es una invasión y tenemos que trasladarnos hacia Jagüey.’ Yo, inocente al fin, recordé que las niñas del pueblo lucían sus zapaticos blancos. Me llevé conmigo las mejores medias, un vestido, y la caja con mis zapatos. Fíjese usted, yo pensaba que íbamos a pasear a Jagüey.

“Cuando el Indio Naborí me encuentra y trae en sus manos la caja con los zapatos, recordé todo aquello de golpe. Mi hermanito grave, mi abuela también, la muerte de mi mamá. Hacía muy poco que la habíamos sepultado. Al ver mis sueños destrozados y el inmenso dolor que había sentido en tan poco tiempo, al recordar cómo mi mamá me lo había comprado me emocioné y lloré tanto….

“Con el tiempo, Naborí dijo que al llegar a su hogar le comentó a su esposa Eloina que no podía cumplir con la crónica encomendada por Celia; él tenía algo atragantado muy adentro que tenía decir, y así nace Elegía a unos zapaticos blancos.

TRISTEZA

“A veces no quisiera recordar más. Me emocionó mucho y me hace daño. Cuando llega abril la tristeza es inevitable. Pero luego pienso en los jóvenes y entiendo que ellos deben saber qué sucedió en la invasión a la Ciénaga de Zapata.

“No es solo perder a la mamá. Es perderlo todo. Yo vivía con mis dos abuelas. Y las abuelas acarician y malcrían. Yo y mi hermana éramos las más chiquitas de la casa. Al venir la invasión matan a mi mamá, mi abuela paterna queda paralítica, a mi hermanito más pequeño le dieron un balazo en la pierna y otro en el brazo; a mi hermano mayor otro en el cuello.

“Cuando nosotros regresamos para la casa era un hogar sin abuelas. No pudieron vivir más con nosotros por la edad, las heridas y la tristeza. Mi niñez fue muy dura…estoy llorando otra vez, porque aunque pasen los años la herida permanece.

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Sobre el autor: Arnaldo Mirabal Hernández

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