El 3 de marzo, Matanzas celebró el Día del Poeta Cubano, una iniciativa de la poetisa jovellanense Delia Carrera, en homenaje al nacimiento de Bonifacio Byrne, el autor del poema Mi bandera, y uno de los tres poetas nacionales, junto al también matancero Agustín Acosta, y al camagüeyano Nicolás Guillén. Ese día, la ciudad literaria por excelencia convierte a la poesía en un auténtico acto de belleza.
En el marco de la celebración, el poeta Leymen Pérez me invitó a hablar de lo teatral en Byrne, lo que me llevó a releer la biografía del bardo, escrita por esa gloria de nuestra literatura que es Urbano Martínez, y también su poesía, para llegar a pensar en el tema: ¿Es Byrne un atractivo personaje dramático, como lo han sido José Jacinto Milanés, Plácido y Virgilio Piñera, entre los más abordados por la dramaturgia cubana? ¿Provoca la fascinación del poeta esclavo Juan Francisco Manzano o de Carilda Oliver Labra, figura literaria que seduce dramatúrgicamente a guionistas y poetas teatrales?
En la lectura, fui seleccionando los sucesos que podían interesarme de Byrne para una futura obra. No fue un poeta asediado por la locura y el amor imposible como Milanés; no fue como Virgilio, el autor más alucinante y profético de nuestra literatura, censurado y marginado; no fue Carilda, con cientos de sucesos que estimulan a cualquier autor, donde me incluyo; o Plácido y esa escena, de cuando lo llevan a la muerte y recita su poema Plegaria a Dios, que constituye una escena potente, trágica, que puedo imaginarme, y que Gerardo Fulleda León escribió como obra que sirvió al filme de Sergio Giral.
Subrayé los instantes que seleccionaría: el destierro y el regreso, la vez en que se enfrentó a un duelo para defender ideas patrióticas y periodísticas y que Urbano Martínez Carmenate relata con eficacia narrativa; las alucinaciones poéticas que sufrió en la creación de su libro Excéntricas; la soledad y la pobreza, para mantener a sus extensas familias; las veces en que se salvó de multas y prisión, porque un recluso cobraba por asumir su condena.
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Subrayé, por ejemplo, su encuentro con el joven dramaturgo y autor Carlos Alberto Boissier, durante su exilio en Estados Unidos, y su remembranza de instantes y amigos matanceros.
El encuentro con la familia del general Lacret en Estados Unidos, y lo que le produjo la conversación con un niño que no comprendía que él, que provenía de una estirpe de combatientes, no había participado en la guerra, lo que le trajo al poeta emociones encontradas.
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Pienso en otras escenas, que ayudan a construir una propuesta dramatúrgica sobre el poeta y periodista matancero, y abren otras interrogantes, que iluminan al personaje dramático en que podría convertirse Bonifacio Byrne, en un cenit, mientras avanza hacia el proscenio.
La lectura me sirvió para, de alguna manera, rendir homenaje al autor del poema de la bandera, y a la larga e intensa tradición cultural que me hace seguir pensando en defender la Condición de Matanzas Ciudad Literaria.