Killers of the flower moon es la nueva película de Martin Scorsese, basada en el libro de corte No Ficción de David Grann. Cuenta cómo se desarrollaron una serie de asesinatos en la comunidad de Fairfax, Estados Unidos, durante los primeros años del siglo XX. La tribu india osage fue bendecida con tierras ricas en petróleo y construyeron su monopolio de extracción; como resultado, llegaron los hombres blancos y los asesinatos. Los personajes que figuran Leonardo DiCaprio y Lily Gladstone darán vida al matrimonio que servirá como punto en común entre blancos y pieles rojas.
Por primera vez Scorsese une en pantalla a sus actores fetiches: Robert De Niro y Leonardo DiCaprio. Ambos tienen un historial asombroso con este director. De Niro con Mean Streets; Taxi Driver; New York, New York; Raging Bull; The King of Comedy o The Irishman. DiCaprio con Gangs Of New York; The Departed; Shutter Island o The Wolf Of Wall Street. El primero encarna a un Vito Corleone crudo, vigilante de sus reses; quien ya haya visto la película sabe a qué me refiero.
Para Paul Schrader, Taxi Driver es una película monocular. Con el paso del tiempo, y si el personaje principal se siente lo suficientemente real, la audiencia lo observará y escuchará de tal forma que pueda simpatizar con él. El uso de unos lentes que aislaron al Travis de De Niro y un guión que desnudaba su psiquis parlanchina, lo convirtieron en un perfecto antihéroe noir.
Killers… es por instantes de ese tipo de películas, aunque le confiere más poder a las imágenes que a las palabras. Hubo un pasaje en el que supe hacia dónde iba la historia, a cierto personaje secundario se le dio la oportunidad de aportar su voz en off por dos minutos. Esa concesión solo podía ser una pista que recompensa al espectador que presta atención, justo como el disparo que mata a la muchacha india de 21 años al comienzo. Esta escena destruye por completo la lógica de lo que veníamos a ver, en un true crime asistimos a saber quién lo hizo. Imagine usted cómo se siente tener certeza de quién es el culpable y no poder hacer nada.
Que nadie se haga el sorprendido: los blancos están matando a los indios.
La complicidad con la que el filme envuelve a la audiencia se transforma en una frustración latente. Así como si se tratara de una lección de celuloide (y Martin Scorsese fue profesor de cine en la Universidad de Nueva York), con cada asesinato el suspense se multiplica hasta el punto en que llegamos a conocer tanto a las víctimas como a los victimarios.
La película es un true crime que toma elementos de distintos géneros (drama, noir, courtroom drama), y se vale de estos para desarrollar las subtramas que construyen la trama general: el acercamiento amoroso entre los personajes principales, la conspiración de los blancos, la perpetración de los asesinatos, los giros de guión, la persecución policial, las confesiones y los juicios, y el clímax.
Fairfax es el punto de encuentro geográfico entre dos culturas. La cinta comienza con el consejo tribal osage lamentando la llegada del hombre blanco a sus tierras y la muerte de sus tradiciones: sus hijos aprenderán otro idioma, vestirán otras ropas, beberán con blancos, trabajarán con blancos, se casarán con blancos, traerán mestizos al mundo. El petróleo aparece como divisor de clases. Los indios fueron los que encontraron el oro negro, pero los blancos son quienes controlan las leyes de Estados Unidos. Un veterano (DiCaprio) de la Primera Guerra Mundial llega a estas tierras; y tengo que agradecerles a los escritores del filme por no usar el ya un poco gastado recurso del estrés postraumático. Se desarrolla el del personaje con amnesia: él no sabe nada de este lugar, nosotros tampoco, iremos aprendiendo con él, veremos las cosas como las ve él, seremos testigos de lo que él hace y de cómo Fairfax y sus habitantes lo cambian. Será él quien se inserte en la jerarquía social y nos la explique.
Después vemos las cosas a través de los ojos de los osage. El personaje de Gladstone es quien se encarga de esto. Es ella quien se preocupa por la nula investigación sobre las muertes; es ella el Travis de este filme, porque su marido es bastante incompetente y fácilmente corrompible, ella aporta la teoría y su otra mitad la práctica; es ella quien nos advierte de los lobos en la tierra; es ella quien se percata del odio dentro de los que la perciben como una salvaje bendecida.
Killers… tiene una composición coral que separa geográficamente a sus histriones. Scorsese toma lo aprendido en El irlandés y monta una gran cantidad de flashbacks en el producto final (esta vez son menos que en la película sobre el hombre que pinta casas); pero sigue sin abandonar esa idea de un filme lleno de detalles que invita a ser visto no solo una vez, una idea que convierte a la película en una novela total o un documental en el que la concentración se vuelve obligatoria. Y es que en un primer visionado las constantes alusiones a personajes que aparecen pocos momentos pueden convertirse en una desventaja que descoloca a unos cuantos. No obstante, si se ve una segunda vez y hasta una tercera, ya los nombres tienen rostros (Kelsie, Blackie, Acie, Henry, Minnie, Reta), se convierte en una película satisfactoriamente redonda a la par que divertida, en la que cada momento pareciera estar medido al mínimo detalle.
El ritmo es pausado y por intervalos recuerda al de Silencio, mientras que el montaje muestra todo lo que se aprendió con El irlandés. En cuanto a interpretaciones, Gladstone da prueba de una comprensión gigantesca de los sentimientos de su personaje y del alejamiento escalado de este para con su marido. Es por eso que sus últimos instantes en pantalla son de una apoteosis casi dolorosa por culpa del resultado trágico de los acontecimientos. Sus cambios físicos me remitieron a la increíble Cate Blanchet en Blue Jasmine, de Woody Allen.
Y es imposible no pensar en la igual de íntima y épica There will be blood, de Paul Thomas Anderson, basada en el libro Petróleo, de John Reed. Películas negras, metafórica y literalmente hablando, ya que es el petróleo un elemento narrativo que remarcará las cualidades y defectos de los hombres y mujeres que se relacionen con él. Asimismo, es el petróleo el símbolo de un capitalismo sangriento y bélico que los hermanos Coen explotan también en sus filmes, solo que ellos lo disfrazan de dinero. Hay muchas cintas de los Coen que estudian esta tesis, pero quiero recomendar una que se siente tan deep America como Killers of the flower moon: No country for old men, donde un huidizo Josh Brolin es perseguido por un agnesvardiano Javier Bardem. A algunos puede sorprender que Capote, de Bennet Miller, que narra los tiempos en que Truman Capote escribía su obra A sangre fría, tenga ese espíritu noir investigativo, conciso y determinado que también está en Killers…
Incluso Zodiac, de David Fincher, hace aportes magníficos al alma de la película. El espíritu de una plaza sitiada cubre las tierras de los osage: un asesino epidémico los está matando lenta y deliberadamente (como el del zodiaco en la San Francisco de Fincher), como un Jack the Ripper colectivo y camaleónico, armado con un arsenal balístico, filoso y explosivo. Los cadáveres se amontonan tal y como hicieron los de Eisenstein en su Acorazado Potemkin. Además, cuando los indios comienzan a tener dinero lo gastan como lo gastarían los hombres blancos, justo como en Tár, de Todd Field, una mujer se embriaga en poder y abusa de este de la misma forma en que los hombres lo hacen.
Para los más nostálgicos, debo decir que Killers es una revisión de la noventera Goodfellas. Todo el que quedó deslumbrado con aquel club de hombres blancos con permiso para cualquier cosa sentirá lo mismo, o hasta otras sensaciones, con la nueva tragedia del maestro.
Hace unos años, en plena celebración de los premios Oscar, Chris Rock hacía un chiste con el cual se dirigía a Scorsese y le preguntaba cuándo estaría lista la segunda temporada de El irlandés. Martin no hizo otra cosa que reír. Pero ese gesto de Rock me hace pensar que no solo ya no vemos películas viejas (y una película es vieja si se hizo en 2010), sino que ahora también huimos de películas largas. Y no voy a mencionar el manido tema de las series, que no se escriben como se escribe una película. Una cinta tiene un desenlace, una serie cerca de ocho, uno por episodio, y son casi siempre desenlaces con el fin de enganchar.
Me aterra además el desconocimiento sobre la figura de este director, sobre quien se cierne una neblina de “solo hace cine largo porque se siente nostálgico” o “de ese hombre solo he visto The Wolf of Wall Street” o “lo único que hace es criticar a Marvel”. ¡Tal vez todos deberíamos criticar a Marvel! No hay cintas que apelen más al embrutecimiento colectivo que esas que se diferencian en el nombre de determinado superhéroe y un número al final, películas tan pobremente escritas a las que solo les faltan subtítulos que digan “aquí está el inicio”, “aquí el nudo” y “aquí el desenlace”.
Martin Scorsese es sobre todo un cinéfilo, cuya bandera es la imagen y su discurso el poder de esta. Un defensor acérrimo del cine clásico y su restauración, un enemigo declarado del uso del séptimo arte como activo económico y una cadena de secuelas y franquicias que sobreviven con la instauración de multiversos y universos cinematográficos. (Por: Mario César Fiallo Díaz)
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