“Quiero salir en el periódico”, dijo animado mientras cerraba el juego en el celular que hasta hacía escasos minutos atraía su atención.
No hubo argumentos que le convencieran de lo contrario: ni decirle que desde hace días salía en las noticias y que todo el mundo estaba al pendiente de su recuperación, ni mostrarle los mensajes de afecto en publicaciones de redes sociales.
“No está mi foto y yo quiero que me conozcan”, reafirmó totalmente decidido, y comenzó a acomodarse el vendaje de la cabeza, que se había desplazado un poco y cubría un lado de la frente. ¡Tenía que estar presentable para la instantánea!
Fabián Junior Méndez Silva es el único menor lesionado en el accidente ocurrido cerca de Limonar, y también el niño más dulce que he conocido. Durante ocho días permaneció hospitalizado en el Pediátrico Eliseo Noel Caamaño, institución donde lo mantuvieron a la fuerza en el mundo de los vivos, cuando los pronósticos parecían contrarios, luego de sufrir un shock hipovolémico y las complicaciones asociadas.
De complexión delgada y mirada tierna, basta verle a sus ojos para entender lo que ha sufrido, traumas que traspasan el cuerpo y laceran el alma. “Son muchos… ¡muchos! Y duelen cantidad. Yo soy valiente. No lloro cuando me curan”, comenta mientras muestra cada uno de los raspones o pinchazos de los últimos días. La herida de su cabeza ciertamente impresiona.
Esta vez sí pude mirarle; aquel 23 de diciembre, no. Cómo hacerlo sin echarme a llorar, si ya me habían alertado sobre la gravedad de su estado y la severidad de las lesiones en el cuero cabelludo.
Pero esta vez sí. Y ya que puso tanto afán, pulsé el botón de grabar, solo que sin cuestionario. ¿Qué le iba a preguntar a un niño de 10 años sobreviviente a un accidente donde seis personas perdieron la vida? ¿Cómo hurgar sin herir?
“¿Y de qué hablo?”, me preguntó muy serio, tomando con rigor el rol de entrevistado. “De lo que desees, Fabi”. Luego de unas manos abiertas, traducidas en un “no sé”, agregué: “Puedes empezar hablándome de ti y de tu vida en La Julia”.
“Allí juego con mis amigos, bueno jugaba, porque son de lejos. Son amigos de la infancia —comenta mientras se enorgullece de ser un niño grande—. Son mayores que yo. Uno vive en Limonar, cuatro en Matanzas, y como ocho son de Oriente, que los veo cuando voy a Valeria, en Segundo Frente”.
Fabián es muy listo y confiesa que también travieso, lo que atestiguan varias cicatrices. “Pero en la casa ayudo a mi mamá: en la cocina, a hacer mandados, a buscar sazones cerca, le echo la ropa en la lavadora y tiendo. Bueno, eso era antes, porque ahora ella no está en casa”.
De repente hace silencio. Mamá no ha podido estar cerca en estos días difíciles. Al menos no presencial. Aunque el día del accidente, en cuanto escuchó los rumores, no pudo frenarla su ingreso en el hospital materno matancero, donde espera para dar a luz a su segundo bebé, y se apareció en el Pediátrico.
“Es una hermanita —dijo Fabián con una alegría que alejó toda tristeza de sus ojos—. Ya quiero que nazca, la voy a cuidar mucho”. Asegura que lo hará como lo han cuidado a él, y no solo en casa, sino en el hospital pediátrico provincial, donde las muestras de afecto no le han faltado.
Y de repente, cuando la conversación tenía un curso diferente, expresó: “Yo me acuerdo de todo. El carro en el que monté era blanco. Me acuerdo de eso y de que casi me pasa la guagua por arriba. No me pasó, pero me rozó. A otras personas sí las atropelló”.
El aire se volvió más denso, y un nudo se atravesó en la garganta de cada uno de los presentes. Sabía que había llegado consciente al hospital, pero que recordara al detalle lo sucedido no lo esperaba, y era impactante. “Por eso quiero ser médico, de niños y de gente grande. Los quiero curar, como me curaron a mí”, culminó sin titubear.
Ya Fabián Junior está en La Julia. La entrevista fue solo unas horas antes de que le dieran el alta el 31 de diciembre. Estaba feliz porque era el regalo de cumpleaños para su papá, que lo celebra justo el último día del año. Y también por poder celebrar el suyo en casa, porque este 4 de enero Fabi arribó a sus 11 años.