Los viajes de “Noel, el papa” a Cuba

Los viajes de “Noel, el papa” a Cuba. Ilustración: Carlos Daniel Hernández León

Papá Noel, nada más atraviesa el espacio aéreo cubano, se convierte en “Noel, el papa”. Dice que él no entiende mucho cómo somos en esta tierra. 

La primera vez que vino, hace un montón de años atrás, lo primero que le chocó fue que no había chimeneas. Entonces el único acceso a esa gran casa colonial era un amplio ventanal.

Entró a la habitación en silencio, pero la señora que él creía que dormía plácidamente se despertó mientras gritaba “¡Rascabucheador!” y le lanzó una palangana al rostro. Él no dominaba que la señora se había despertado a las tres de la mañana, porque debía ir a marcar en una cola para comprar pan y por ello lo habían sorprendido in fraganti

Para colmo, cuando regresó a buscar su trineo le faltaba un reno. Se pasó la mano por su rala barba y solo pudo pensar: ¡Qué tierra más extraña! Tampoco sabía que por el área rondaban un par de matarifes y, después de una noche de mala suerte, cuando encontraron los bichejos esos mansitos atados al extraño vehículo, pensaron que la Navidad les traería buenos regalos. Al pobre Rudolph lo filetearon. 

Cuando le contó a los Reyes Magos lo que le había sucedido, Gaspar le puso la mano en el hombro: “Te falta calle, papá”, y los otros dos asintieron. Durante muchos años no quiso regresar, pero después de darle cráneo y cráneo al asunto decidió darle otra oportunidad. 

Para no quedar por ingenuo de nuevo, viajó en avión y dejó a los renos y al trineo a salvo en el Polo Norte. En cuanto arribó al aeropuerto, en la puerta lo paró un hombre: “Mayfriend, mayfriend”. Pensó que un nativo lo ayudaría a hacer su labor más rápido y se dejó conducir. 

Dos horas después estaba sentado con tres individuos más en una mesa de dominó, tomaba Havana Club y no paraban de llamarlo “Noel, el papa”. No habían entendido bien cuando intentó explicarles cómo se llamaba y empezaron a decirle así. Ellos celebraban el próximo advenimiento de la Navidad. 

Al final, entre el alcohol y la gozadera no pudo repartir ni siquiera un mísero regalo y, ahora sí, se dio por vencido. Este país no era para él. 

No obstante, luego, en sus largas jornadas inactivas en espera de que llegara diciembre, en su gélida fábrica de juguetes comenzó a pensar más de lo normal en la Isla. Padecía algún tipo de añoranza por los trópicos y los mares. Un día, así de rampampam, como quien se lanza a una chimenea encendida, volvió para permanecer una temporada. 

En un barrio de esos bulleros de gente que no duerme se compró un cuartico. Lo más parecido a un trineo que halló fue un bicitaxi, así que también consiguió uno. Recorría la ciudad en su aparato. No cobraba; más bien, lo hacía para conocer personas nuevas y aprender un poco más acerca de esta tierra que representaba un misterio para él.

Así surgió la leyenda de “Noel, el papa”.

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