El Cinematógrafo: Por las calles del terror

Ficha técnica:

Título original: Fear Street (saga): Fear Street Part I: 1994; Fear Street Part II: 1978; Fear Street Part III: 1666

Dirección: Leigh Janiak

Guiones: Leigh Janiak, Phil Graziadei, Zak Olkewicz, Kate Trefry

Fotografía: Caleb Heymann

Música: Marco Beltrami, Marcus Trumpp, Anna Drubich

Montaje: Rachel Goodlett Katz

Reparto: Kiana Madeira, Olivia Scott Welch, Benjamin Flores Jr., Julia Rehwald, Fred Hechinger, Ashley Zukerman, Darrell Brill-Gibson, Maya Hawke, Jordana Spiro, Jordyn DyNatale, Sadie Sink, Emily Rudd, Ryan Simpkins, McCabe Slye, Ted Sutherland, Chiara Aurelia

Duración: 332 minutos (total de películas): 107 minutos (Parte I); 110 minutos (Parte II); 115 minutos (Parte III)

El slasher, en decadencia y decadente, para muchos, desde su propia concepción, estuvo de enhorabuena en pleno 2021. En tiempos de pandemia y aberrante geopolítica, la oportunidad de disfrutar de la trilogía cinematográfica (también bastante televisiva en buena parte de su factura) Fear Street, traducida al mercado hispano como La calle del terror, en sus tres entregas, 1994, 1978 y 1666, representó un inesperado soplo de aire fresco: una catarsis rejuvenecedora para un género que fluía entonces sin mucha sangre en las venas.

Diferenciándose en todo de la base literaria en que se inspira, de la autoría del fructífero R. L. Stine, La calle del terror enlaza una única historia en distintas fases a lo largo de tres episodios entretenidísimos, coherentes y minuciosos en cuanto a construcción dramática, pero, ante todo, exquisita y sorprendentemente visuales. La maldición que se cierne sobre un pueblo, las pasiones de juventud frente a la inminencia fatal, la presencia de distintos asesinos en serie a lo largo de los años pero en aparente concatenación, el clásico ‘’nada es lo que parece’’ y demás ganchos encierran las tres películas-capítulos.

En esta equilátera saga producida por Netflix, estrenada vía streaming en el mundo y, en mi país, por el canal Multivisión a lo largo de tres semanas en un espacio tan irregular como Tiempo de Cine, de esos donde a horas inesperadas lo mismo se pesca el peor bodrio que la octava maravilla, las hábiles manos de Leigh Janiak reciclan, sofistican y dotan de originalidad a una inteligente mezcla de arquetipos del género de terror en diversas vertientes, como el psicológico, el satanismo, los asesinatos seriales y, fundamentalmente, el citado slasher.

Este último caso, si bien es cierto que también cobija mucha pacotilla de usar y tirar, suele demostrar cada año que aún palpita en el alma de realizadores estupendos y guionistas creativos, estertores insuficientes para evitar que siga siendo citado como “horror para adolescentes” y muy a menudo negado por los aspirantes a más, cuando en realidad parte de principios hitchcockianos muy bien aprovechados a lo largo de su historia por cineastas de culto y ha demostrado, a través de genios tan influyentes como Wes Craven o joyas recientes tan ignoradas como Las últimas supervivientes (2015, Todd Strauss-Schulson), la riqueza de su concepto y lo mucho que puede expandirse.

Volviendo a Fear Street, al margen de su frescura y calidad dentro de una maltratada corriente,  la evidencia de que la deconstrucción de prejuicios es el fuerte de tan interesante propuesta reside en la asombrosa elección de actores jóvenes repartidos con tino e integrados en roles exigentes, todos de un talento excepcional, pertenecientes a diversos grupos étnicos; así como en el abordaje de temáticas LGBT y problemáticas concernientes, no en exclusiva, a la actualidad. Sin embargo, y es lo que quiero resaltar, el producto no cae en los condescendientes y a veces lamentables convencionalismos que la inclusión ha instaurado en el panorama fílmico comercial de nuestra época. De hecho, aprovecha estos elementos de manera brillante en su propio núcleo narrativo y semántico.

No podemos dejar de hablar, ya tocado el tema del reparto, encabezado por la prometedora Kiana Madeira, de la sorprendente cohesión interpretativa lograda en la dirección actoral. A tal punto que, además de la injusticia de resaltar una actuación por encima de otras, la unidad de tono y estilo sostenida en la producción imbrica tanto la organicidad manifestada por el elenco como los detalles técnicos, desde la iluminación a la música. Cada emoción, cada plano, efecto de sonido y montaje o giro argumental, parecen encaminados al mismo propósito. Un verdadero logro de afinidad artística, en absoluto una obra dispersa en su intencionalidad.

No solo un variopinto número de asesinos, tan iconográficamente atractivos como para estelarizar cada uno su propio largometraje, se dan cita en el siniestro universo de Shadysade, la pequeña ciudad donde se desarrolla la trama. También lo hacen multitud de referencias socioculturales, en especial reverencia a los aficionados de este espectro; desde Scream (ambas franquicias comparten compositor) hasta Viernes 13, desde El exorcista hasta El resplandor, pasando por Posesión infernal o Pesadilla en Elm Street. Siempre desde lo novedoso, nunca cometiendo el error de atentar contra su propia personalidad cinematográfica, ni siquiera atreviéndose a duplicar elementos sin más. Los homenajes no edifican el conjunto, más bien lo salpican.

Gracias a este maravilloso ejercicio, el género de las cuchilladas y gritos, el de las decisiones contrarias a las que tomaría el público en plena persecución mortal, materia prima de las pijamadas cinemaniacas, demuestra nuevamente que sus mórbidas convenciones nunca dejan de ser un terreno lo bastante creativo para explorar, entre calles solitarias, campamentos sangrientos y árboles de ahorcados, las preocupaciones más constantes y disímiles del ser humano, incluyendo el gran cuestionamiento filosófico de quiénes somos o creemos ser; “un fan de Shadyside”, respondería yo sin dudarlo.

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