Este chofer se llama Jorge Luis Hernández (nombre idéntico al de mi tío Tata) y maneja en Salud provincial, específicamente en la Dirección de Hospitales.
Hoy quiero agradecerle por la botella que me dio, a pesar de venir con el carro medio roto.
Yo ya no cojo mucha botella, la verdad, pero hay horas en las que no queda otro remedio. Y todos los días no se puede pagar una máquina.
No cojo botella, no porque sea millonaria, sino porque ya no tengo 20 años, para evitarme disgustos y otras cosas.
Me recogió a la salida de Varadero. A mí y a dos muchachos más que estábamos ahí cerca de las seis y media de la tarde.
Quiero acotar que para montar a los dos muchachos tuvo que bajarse y abrir la puerta trasera. Su carro es un panelito Citroen con más de 20 años de explotación.
Ya me había pasado por el lado en la calle 24, donde pasadas las seis yo estaba cogiendo botella para salir de Varadero. Acababa de salir de la emisora.
El venía con su jefe y no entendieron si yo había dicho Santa Marta o Matanzas, y a pesar de que doblaron en esa misma esquina, no pararon.
En la 24 enseguida me recogió un taxista particular que no me quiso cobrar. A veces, los particulares se llevan las palmas en esto de dar botella.
La alegría que da cuando les preguntas cuánto es y te dicen: “No, nada”. Y entonces das las gracias más grandes del mundo. Y que Dios te dé mucha salud.
Cuando Jorge Luis me recogió había dejado ya a su jefe. “Paré porque no podía dejarla botada por segunda vez”, me dijo.
A la altura del antiguo hotel Oasis (hoy un superhotel que aún levantan y ojalá algún día se llene) se le partió el cable del cloche y nos sugirió que nos fuéramos en otra cosa.
Y aunque en ese momento, mientras el tenía el capó levantado, se detuvo un amigo que me vio, le dije que siguiera. “Si Ud. nos recogió, ¿cómo lo vamos a dejar solo?”, le dije.
Arrancó con la velocidad puesta y con mucho trabajo llegó a Matanzas, a 65 km/h, por si acaso. En el peaje por poco no arranca más, pero lo logró.
Me dejó en el viaducto y siguió para Maternidad, donde parquea, para desarmar y ver cómo soluciona el problema.
Me alegro de haber venido con él, porque me contó, por ejemplo, de sus viajes a cualquier hora hasta otras provincias para buscar un medicamento que puede salvarle la vida a una persona.
“Usted ve –le dije–, esas son las cosas que no hay cómo pagar, por más jodido que esté todo”.
Y le pedí permiso para escribir sobre él, que es también un héroe de estos tiempos.
Héroe por humilde y por sensible.
Héroe porque, aunque cuando se salva una vida la cara más visible es el médico, hay un montón de gente anónima que trabaja por ese resultado. En su caso, su heroicidad es dar rueda a cualquier hora, incluso de madrugada.
Jorge Luis es un guajiro de Sabanilla, tierra natal de Juan Gualberto Gómez. Trabajó durante muchos años en la Cooperativa de Vellocino.
Ahí le conté de nuestras expediciones a su poblado con periodistas, de la bisnieta de Juan Gualberto, a quien trajimos varias veces.
Jorge Luis tiene la mirada limpia de la gente que no cambia aunque esté atrás de un timón.
Yo quería agradecerle por la botella, pero, sobre todo, por los viajes que da, lo mismo para buscar medicamentos que para trasladar a un médico. Si ayuda a salvar vidas, él también es un héroe, aunque sea de esos anónimos.
Ya sé que todo está en candela, que no hay combustible, que la gente está amargada, pero yo sigo pensando que con más Jorge Luis (y los que son como él) este sería un mejor país.
Gracias.
***
Sobre las botellas y yo, les comento que en una época de mi vida fui especialista en botellas, que hice los cinco años de mi carrera en La Habana, viajando en botella de regreso de La Habana a Colón. A muchos choferes tengo que agradecerles haberme hecho periodista.
En las botellas en esos años me pasaron las cosas más impensables. Encontré desde choferes increíbles que se desviaban para acercarme a mi destino sin otro interés que el de ayudar, hasta algunos que me acosaron durante todo el viaje.
Y gracias a una botella conocí al novio de mi vida, a Fidel Roche. Yo no estaba pidiendo botella, pues iba cerca, pero él se empeñó en llevarme. Y me cayó atrás por varias cuadras hasta que acepté. Una botella que duró 20 años de mi vida.
Tal vez por eso no quiero coger botella.
(Por: Yirmara Torres Hernández. Tomado del muro de la autora en Facebook)
Lea también
El choteo y la chancleta en redes sociales
Guillermo Carmona Rodríguez – El choteo también lo hemos trasladado a las redes sociales, un ecosistema que cuenta con un poquito de todo. LEER MÁS »