Dentro de las evidencias colectadas por el autor y su grupo de exploradores en el sitio aborigen La Cañada, en las márgenes del río San Juan, se destacan fragmentos de una vasija de cerámica portadora de la deidad de la lluvia: Boinayel.
Según la mitología aruaca, este y su hermano gemelo Márohu, propiciador del buen tiempo, mantenían el equilibrio de la naturaleza.
El recipiente, decorado por incisión y aplicación, presenta ojos humanos, de los que parten surcos simulando lágrimas. Identificadas en la arqueología como “caritas lloronas” o “llora lluvias”, la pieza descrita es la representación más lograda y bella, colectada en el occidente nacional.