Eclipse

Eclipse debe su nombre a una canción del álbum Dark Side of the Moon, 1972, de Pink Floyd. El grupo está integrado por cuatro miembros.

Aquel día Eclipse se presentaba en el bar El Chismecito, a las 11 de la noche. Estaban ultimando detalles, a la vez que iban y venían por la casa de la vocalista para ensayar. Yo estaba allí, procuré desaparecer y dejarlos hacer magia, música.

Dos chihuahuas gritaban en su particular idioma a la gente de la calle que se callaran, y una gata anciana no aguantó las vibraciones de los dos amplificadores que sumían aquella sala en un miniconcierto, por lo que se fugó a la cocina.

Eclipse debe su nombre a una canción del álbum Dark Side of the Moon, 1972, de Pink Floyd. Ellos son cuatro: un guitarrista, un bajista, un baterista y una vocalista.

Pregunté dónde estaba el bajista, era el único ausente. Me dijeron que en el lugar donde sería la presentación. La noche anterior habían tocado en la Universidad de Matanzas. Todos coincidían en que fue una noche irrepetible debido a la gran aceptación que recibieron en el campus, se notaba el cansancio en sus músculos, voz, y ojeras. Decidieron salir en busca del que faltaba, yo los acompañé y cuando pude por fin coincidir con él, que además es fanático de Metallica, le expliqué cuál era mi objetivo, a lo que respondió: “Vas a terminar en el psiquiátrico”.

En algún momento pensé que el guitarrista ya no iba a encender el cigarrillo con el que sus dedos jugueteaban por más de media hora, hasta que lo hizo. Bromeaban de vez en cuando, hacían vibrar las cuerdas, las afinaban. La guitarra y el bajo, dos instrumentos largos, elegantes, metálicos. Había humo en aquella sala, había música en aquella sala.

La vocalista de Eclipse tiene como principales influencias a dos grandes del mundo de la canción: Adele y Whitney Houston. Primero fue un Do del bajo, la entrada, después el Re de la guitarra, mientras que una voz lograba construir toda la melodía.

Olvidé recordarles que se olvidaran de mí, que ensayaran como lo hacían siempre. No fue necesario. Desde el mismo instante en que conectaron sus instrumentos a los amplificadores, ya lo habían hecho.

El baterista estaba impaciente, conectó su celular a uno de los equipos y abrió una aplicación que debía de ser una especie de batería portátil, y se les unió, primero probando los platillos digitales, después de familiarizarse con él mostró su talento a la hora de hacer nacer ritmo a base de golpes. Mordió su labio inferior y se sonrió: el placer de producir arte. También fue él quien  minutos antes me comentó que su amor por la batería comenzó con los calderos de su casa en Sabanilla, cuando lo sentaban en el piso rodeado por ellos, y a base de cucharazos los hacía sonar.

Practicaron canciones de Adele, Houston, Maná, etc. Algunas las tocaron completas, mientras que otras solo las repasaban para calentar. Hablaban de Mi, de Do, de Re, y yo me dejaba arrastrar, como si fuera su alumno.

En el último descanso conversamos de Queen, y de alguna forma caímos en Another One Bites the Dust. El bajista me leyó la mente y con aquellos dedos largos hizo bailar las cuerdas y me regaló el principio de esa mítica canción. Tenían que seleccionar 16 temas para esa noche, discutían si este o el otro, hasta que completaron toda la selección.

Aquel día Eclipse me permitió presenciar su excelencia a la hora de practicar, la cual debe multiplicarse por 10 a la hora de subir al escenario.

(Mario César Fiallo Díaz, estudiante de Periodismo)

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