Pocos conocen que la Botica Francesa, esa que se yergue majestuosa en un pedazo de la calle Milanés y como si no pasara el tiempo por ella, abrió sus puertas al público como Museo Farmacéutico de Matanzas el 1.o de mayo de 1964, coincidiendo con la celebración del Día Internacional de los Trabajadores.
Esta coincidencia puede entenderse como una forma de homenajear el trabajo de los hombres y mujeres que han puesto, durante 59 años ya, su empeño en conservar cada una de las piezas de alto valor patrimonial que atesora la única Botica Francesa de finales del siglo XIX, original y completa, existente en el mundo.
Fundado en enero de 1882 por el doctor Ernesto Triolet, la instalación se convierte en Museo al ser donada a Patrimonio por su hijo, el doctor Ernesto Triolet Figueroa, quien trabajó allí hasta su muerte en 1979.
Cruzar el umbral del actual Museo Farmacéutico es un privilegio y deja ver el rigor impuesto en la preservación del local por quienes laboran en él desde hace algunos años.
Allí dispuestas como si no hubiera pasado el tiempo se encuentran las colecciones de porcelana encargadas especialmente a orfebres para este lugar, la mesa dispensarial diseñada por el propio doctor Triolet, los 55 tomos de libros de asentamiento de recetas y, sin dudas, lo esencial de esta joya: 146 000 frascos de cristal y la colección de frascos de farmacia más numerosa del mundo perteneciente a una misma botica, confeccionados en Nueva York.
Todo ello en su conjunto es una reliquia que atesora el inmueble y al que da vida una mujer increíble como Marcia Brito, directora, y más que eso, el alma de esta institución.
“Este es un museo especial, no es montado. Los locales tienen la misma estructura que en el momento de fundación de la botica y conserva todos sus bienes patrimoniales. Sus frascos se encuentran en el mismo sitio y contienen los productos originales hasta la fecha en que funcionó”, me comentó esta mujer que ha dedicado gran parte de su vida a la conservación de este sitio, durante una de las tantas entrevistas que le he hecho.
El solo hecho de visitarlo corrobora cada palabra de su anfitriona. Sin vitrinas, ni pies de exponentes, el recorrido por las ciencias médicas farmacéuticas de otras épocas regala un verdadero encuentro con el pasado. Es un placer para los sentidos disfrutar del instrumental original hecho en cobre y bronce, de un reloj de pared, símbolo de la transición entre el reloj de cuerda y el eléctrico, o de una lámpara de arco eléctrico, unas de las pocas existentes en el continente y antecesora del alumbrado público.
También pueden apreciarse los valores artísticos del modo de presentación del producto farmacéutico en el siglo XIX, así como la belleza de las estanterías y del inmueble construido en tan solo 10 meses.
A través de Marcia es posible conocer la predilección de la familia Triolet por las ciencias. Imaginarse a la doctora Dolores de Figueroa, primera mujer farmacéutica de Cuba, graduada en la Universidad de Nueva York, estableciendo la composición de las aguas de los manantiales de la Purísima Concepción. O saber de otros relatos sobre una familia dedicada, casi en su gran mayoría, a la actividad científica y que legaron a la humanidad este Museo.
Sin embargo, lo más significativo de este recinto es que sus valores patrimoniales no se limitan a sus paredes, salen hacia la comunidad a través de charlas, conferencias y encuentros que desarrollan sus especialistas; así es posible irradiar más de un siglo de historia a la comunidad.
Precisamente este 1.o de mayo se celebran 59 años de que el pueblo matancero y miles de visitantes nacionales y extranjeros se deleiten con los encantos de este majestuoso inmueble, protegido y guardado celosamente por sus trabajadores.