Nunca creí posible visitar Caimanera. Aunque forma parte de mi isla siempre la pensé como algo distante e inalcanzable. Hace unos siete años tuve la oportunidad de viajar hasta esa porción de patria. Un lugar que siempre despertaba una extraña sensación sobre todo cuando escuchaba aquel tema del grupo de hip-hop The Fugges donde se mencionaba la frase de “Guantanamo Bay”.
Recuerdo que el hecho de tener que enviar mis datos personales antes de la visita alimentó aún más cierto nerviosismo, que por momentos rondó la paranoia. Ese hecho, y unido a la circunstancia de viajar hasta un extremo de la isla, me amilanó un tanto, entumeciendo mis ansias de aventuras.
Los días pasaron y el susto inicial se aplacó hasta que llegué al primer punto de control y observé a los yaquis en la carretera que impedían el acceso, entendí que entraríamos a una zona restringida. Incluso llegué a pensar en una zona de guerra.
Pasamos por tres o cuatro puntos de control custodiados por oficiales armados. En cada uno la guagua se detenía para mostrar un papel que recogía el nombre de cada uno de quienes me acompañaban.
Al acercarnos al poblado, a ambos lados de la carretera observamos una gran salina, la más productiva del país, según me contaron. Pero más me llamó la atención el cementerio de ese lugar, ubicado en un promontorio de tierra a escasos metros de la extracción de sal.
Lo insólito del camposanto me hizo creer en las rarezas que seguramente nos aguardaban. Pero no. Al llegar a Caimanera descubrí que es un poblado como otro cualquiera, con la peculiaridad de que pasan sus días a pocos metros del enemigo. En mi viaje, por allá por el 2016, ya se respiraba en el ambiente cierta distensión entre las tropas cubanas y norteamericanas que custodiaban la frontera.
Supe además, que con la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos ocurrieron encuentros pacíficos entre las dos partes. Incluso, algún que otro almuercito amistoso.
En Caimanera al parecer la gente aprendió a convivir con el peligro. No vi tensión en los rostros, incluso un grupo de niños jugaba en un parque bajo la lluvia, como puede ocurrir en cualquier lugar de Cuba; la gente se sienta a conversar en el contén, bebe ron, juega dominó y escucha reggaetón como en el resto de la Isla.
En el centro del pueblo observé a dos oficiales de las Fuerzas Armadas que pertenecían a la Brigada de la frontera. Una mujer con los grados de Teniente Coronel, y un joven militar. Me impresionaron los vivos colores del uniforme camuflado y el membrete en los hombros. Hasta ese momento solo había visto ese uniforme en la Televisión. Admiré a los dos militares en silencio.
Un rato después vi la gran bahía de Guantánamo. Mucho se habla de ese pedazo de Cuba usurpado ilegalmente a Cuba, pero poco de las ganas de los guantanameros por recuperar su bahía, como vía de comunicación y transporte.
A lo lejos se erige desafiante la Base Militar Norteamericana, con su imponente infraestructura, similar a una gran ciudad. Tal parece que los norteamericanos pensaron bien cada detalle. Construyeron varias instalaciones para demostrar su poderío desde la distancia.
Para mayor fanfarronada instalaron un parque eólico, como demostración de que no solo se adueñaron de nuestro suelo y nuestro mar, sino además de nuestro aire. Pero la risa de los niños de Caimanera, correteando en un parque bajo la lluvia, me hizo olvidar una vez el ultraje del que fuimos y aún somos víctimas. (Fotos: Del Autor)