Matanzas es tierra de poetas, pero también de músicos, porque al final la música constituye una metáfora, una de las más hermosas que el hombre se inventa, trenzada a sonidos.
Por ello resulta tan vital reconocer a aquellos que rompen silencios y cacafonías, y además enriquecen un legado cultural al cual se suman y le suman su propia vida y obra. Con dicho propósito, este jueves 8 de diciembre se entregaron en una gala cultural los premios La bella cubana y José White, respectivamente.
El primero de estos, el que lleva el nombre de la composición más afamada del intérprete matancero que le dio la vuelta al mundo con su violín, se le entregó a Marta Valdés, compositora y Premio Nacional de Música.
Ella, aunque no habite la tierra que nace a los márgenes de los ríos, sí ha sido muy cercana a su cultura. Según sus propias palabras, Dios al octavo día de la creacíón notó que al mundo le faltaba una ciudad y creó Matanzas.
Por su parte, el José White, galardón más importante que entrega la sección de música de la Uneac por la obra de la vida de un coterráneos, fue a manos de Bruno Villalonga Millares, trombonista, director de orquesta y pedagogo.
Una felicitación aparte la obtuvieron Los muñequitos de Matanzas por sus siete décadas de salvaguardar y diversificar una de las manifestaciones más autóctona y auténtica del catauro isleño, la rumba.
También se recordó los 50 años de creado el Movimiento de la Nueva Trova. Con dicho motivo, en la gala efectuada en la Sala de Conciertos José White se homenajeó al grupo Nuestra América y a su director Luis Llaguno.
Para finalizar la noche a través del arte, que es la mejor manera de rememorar a un creador, se le cantó al trovador, recién fallecido Pablo Milanés. Varios instrumentistas y cantantes entonaron Yolanda, ese himno al sentimiento. Parafraseando su líruca se escribiría que «esto no puede ser no más que una canción, quisiera que fuera una declaración de amor» y esa noche fue canción y una declaración de amor a todo lo bello que el hombre hace nacer.