Los niños y el poder sanador de la esperanza

Creo que si en algo estamos de acuerdo la mayoría de los matanceros es que los últimos días han sido terriblemente duros para nuestra ciudad. Todo el tiempo que esa amenazante columna de humo dominó el horizonte se sintió como una eternidad de angustia y desazón.

El incendio en la Base de Supertanqueros, iniciado el 5 de agosto, nos arrancó el sueño el día 6 con la desgarradora noticia de los desaparecidos, la increíble magnitud del siniestro, los tanques que uno a uno fueron multiplicando la amenaza, el conmovedor heroísmo de los bomberos. 

Tras la experiencia, la gente ha quedado con la cabeza baja y el espíritu encogido. Ese ánimo solemne constituye el más elemental homenaje a quienes dieron su vida por defender la nuestra, un período de duelo natural y coherente con las dimensiones de lo ocurrido.

Junto a testimonios de los protagonistas y noticias de todo tipo, muchos mensajes afligidos y desesperanzadores circulan por las redes sociales y, aunque pueden entenderse como una reacción completamente natural, sucumbir a la tristeza también tiene su precio.    

Se trata de un sentimiento paralizante, que genera inseguridad y malestar, afloja el cuerpo, hace un nudo en la garganta, absorbe las energías, disuade de entrar en acción. 

Para los seres humanos los pensamientos negativos tienen consecuencias a nivel físico: desarrollamos fatiga, dolor de cabeza, de espalda, incluso una depresión prolongada puede incidir en el sistema inmunológico y volvernos más vulnerables a las enfermedades.

No se trata de caer en triunfalismos que no son realistas ni justos con nadie. Lo vivido es un drama con mayúsculas, pero si usted siente que tanto dolor propio y ajeno se le atraganta, contribuya a paliar la tragedia con lo que esté en sus manos. Ningún esfuerzo resulta demasiado pequeño, de granos de arena se crea una montaña. 

Reconozca su malestar y use esas emociones como guía de acción para encaminarse hacia una meta posible y saludable, hacia un lugar mejor.

Un excelente ejemplo lo hemos visto durante estos mismos días en los que tantas personas, sin detenerse ante el tamaño o las implicaciones de su gesto, se han ofrecido como voluntarios, han preparado y entregado alimentos, han brindado transporte gratuito, rescatado mascotas, donado lo que tienen a mano, o, simplemente, regalado un poco de consuelo y aliento.

Cuando muchos matanceros se encontraban lejos de sus hogares y con la incertidumbre de perderlos, algunos artistas plásticos llegaron a los centros de evacuación, armados de hojas y colores, para entretener a los más pequeños con un rato de pinturas e imaginación.

Ellos conocían del suceso, algunos incluso hacían preguntas difíciles a los “maestros”, pero junto a los fuegos y bomberos de sus dibujos había también casas, arcoíris, banderas y soles. Nadie como los niños para aferrarse con prístina inocencia al poder sanador de la esperanza.

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Sobre el autor: Giselle Bello Muñoz

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