Todos somos Ana pensando en el transporte 

Conocí a Ana en la parada, bueno a saber cuál es su nombre, pero las personas solemos asociar los rostros con un nombre. 

Se sentó a mi lado en un banco y, sin conocerme, comenzó a contar todas sus peripecias con el transporte público en la ciudad. 

“Ayer salí positiva de la casa, el día empezó genial, buen tiempo, ya me sentía bien de salud, pero fue llegar a la parada y en fin, ya tú sabes el resto de la historia”.

Resulta que la parada estaba a tope y, aunque había un inspector popular velando porque los carros con chapa estatal se detuvieran, todos se quedaban “aquí al doblar”. 

A Ana no le preocupó demasiado la situación y pensó: “si hay tantas personas, es que hace rato no para una guagua, así que pronto llegará una”. 

Pero el tiempo pasó, una hora, otro poco más y dos horas después ella seguía ahí con la misma gente, excepto quienes se rindieron y decidieron irse caminando o volver a su casa. No hay otra manera, el resto de los medios de transporte están muy caros. 

El sol, la sed y la desesperación habían encendido en Ana un interruptor que intenta mantener apagado, el del estrés. Solo pensaba en por qué los carros estatales no paraban y qué se estaba celebrando “aquí al doblar” que todos iban al mismo sitio. 

También pensó en por qué no aparecía ninguna guagua, y cuando a lo lejos veía una traía el cartel de transporte obrero o Flete, y aunque fuera vacía no se detenía. 

Otras de Transmetro simplemente continuaron, quizás no iban tan lejos, pero tal vez lo que les parecía cerca a los choferes podría resolver el problema de parte del pueblo. 

Me sentí muy identificada con Ana, no creo que exista alguien, dependiente del transporte público, que no se identifique, que no le entristezca saber que por más que madrugue su día no va a empezar como quisiera. 

Al final la protagonista de esta historia, quien iba a visitar a su madre para ayudarla con los quehaceres del hogar, pudo embarcarse. Uno de los choferes que por allí conducía decidió parar. Esta vez no se quedaba “aquí al doblar”, y aunque llevaba pasajeros en su auto hizo espacio para uno más. 

Aunque por momentos no lo parezca, resulta alentador comprobar que todavía existen estas almas caritativas, esas que desinteresadamente ayudan al prójimo.

( Por: Lisbeth Marrero Roque, estudiante de Periodismo / Caricatura de Miguel Morales Madrigal )

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