Juan Gualberto Gómez Ferrer nació libre, de padres esclavos, el 12 de julio de 1854, en el ingenio Vellocino, en Unión de Reyes, Matanzas, territorio que hoy en su honor lleva su nombre.
Cuando sus padres, que compraron su libertad antes de él nacer, también adquirieron tal condición, se trasladaron a La Habana. Cursó estudios en el colegio para negros Nuestra Señora de los Desamparados y luego en Francia, donde conoció al patriota Francisco Vicente Aguilera, con quien compartió las ideas independentistas.
Tras una breve estancia en La Habana en 1876, marchó a México y dos años después retornó a Cuba en 1878. Colaboró de manera asidua con el diario La Discusión, de Adolfo Márquez Sterling y fundó el periódico La Fraternidad, al que convirtió en órgano de combate contra la discriminación racial.
En el bufete de Nicolás Azcárate conoció a José Martí. Entre los dos surgió una linda amistad al punto de que el Héroe Nacional lo llamó siempre su hermano mulato y lo consideró uno de los hijos más sagaces y útiles de Cuba.
Ambos se involucraron en la conspiración de lo que hoy conocemos como la Guerra Chiquita y fueron deportados a España por sus actividades revolucionarias.
Al ingresar en la sociedad Amigos del país, Martí escribió sobre Juan Gualberto en el periódico Patria: Singular es el valer del nuevo socio de la Económica. Él sabe amar y perdonar, en una sociedad donde es muy necesario el perdón. Él quiere a Cuba con aquel amor de vida y muerte, y aquella chispa heroica, con que la ha de amar en estos días de prueba quien la ame de veras. Él tiene el tesón del periodista, la energía del organizador, y la visión constante del hombre de Estado. Pero nuestro júbilo no es tanto por la justicia que se tributa a un cubano distinguido, como por la preocupación que se derriba con motivo de su noble persona por el acomodo de las relaciones sociales de las razas de Cuba a la justicia natural, que estallaría si no se le abriese campo oportuno; y porque este reconocimiento cordial del mérito del cubano negro, es anuncio feliz de que los hombres equivocados de Cuba, al sentir muy pesada ya la opresión sobre sus cabezas, entienden y aman mejor a los cubanos más oprimidos, y con cuya ayuda han de levantar la patria.
Los cubanos, y en especial los matanceros, mantenemos vivo el legado de quien es hoy considerado el patriota insigne de la provincia.